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Siglo De Caudillos


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  562 Palabras (3 Páginas)  •  374 Visitas

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Juárez no sólo acaudilló al país durante la Reforma. También lo hizo durante una guerra decisiva, la de la Intervención Francesa (18621867). Esta vez, la ayuda de la siguiente generación liberal, compuesta por caudillos militares (el más notable, Porfirio Díaz), salvó del naufragio al país. A este desenlace afortunado contribuyó igualmente la psicología crepuscular y romántica del hombre que Napoleón III eligió para reinar sobre México: Maximiliano de Habsburgo. El suyo sería el segundo sueño imperial de México. El primero había encarnado en el caudillo criollo consumador de la Independencia, Agustín de Iturbide, coronado Agustín I en 1822. Ambos emperadores vivieron una paradoja extrañamente similar a la de los hombres de la Reforma: compartían la vocación de su siglo -la libertad-, pero representaban la tradición de otros siglos —el poder absoluto—. Eran monarcas con convicciones liberales. Esta duda íntima selló su destino: «en el contexto inhumano de la historia...», ha escrito Octavio Paz, «a aquel que rehusa el poder, por un proceso fatal de reversión, el poder lo destruye».

El martirio fue la vocación de los héroes mexicanos del siglo xix, liberales y conservadores. De casi todos, salvo de los dos caudillos de Oaxaca que no rehuyeron el mando y, por el contrario, sacralizaron a la investidura presidencial: los místicos del poder Juárez y Díaz. Aquél logró un doble triunfo militar decisivo, ejerció una suerte de venganza histórica sobre las potencias europeas y parió, por decirlo de algún modo, al Estado-nación en México. Díaz completó la obra consolidando al país de acuerdo con los tres valores que rigieron su larguísimo reinado (1876-1911): Orden, Paz y Progreso. Juárez murió en el poder y la gloria. Aquél fue su religión, ésta su premio. Quizá no la merecía al grado de deificación en que se le ha otorgado. Tampoco sus enemigos merecieron el infierno al que siguen condenados. La historia mexicana pudo regir su cauce por leyes misteriosas de carácter étnico como parece sugerir el fracaso inexorable de los criollos y el ascenso firme de los mestizos guiados por aquel pastor indio; pero los perdedores de esa historia -los caudillos conservadores, llamados de mil formas: «traidores», «vendepatrias», «reaccionarios», «cangrejos», etcétera...— no eran acreedores del trato maniqueo que la historia oficial les ha deparado.

¿Y qué mayor paradoja que el exilio postumo al que hasta la fecha sigue condenado Porfirio Díaz? Este maniqueísmo muestra que México no ha logrado reconciliarse con su pasado: por eso vive en la mentira o, mejor dicho, en la verdad a medias. Este libro es un intento de mirar con equilibrio y perspectiva al siglo xix —trecho crucial de ese pasado—, sin el apremio de juzgar, condenar o absolver a sus personajes; más bien con el propósito de comprenderlos. No se trata de poner en la picota a las figuras consagradas ni de vincularlas

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