ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Soledad y otredad de los novelistas mayores

mane2021Ensayo17 de Febrero de 2014

3.446 Palabras (14 Páginas)352 Visitas

Página 1 de 14

Graham Greene (1904-1991)

Soledad y otredad de los novelistas mayores

Por Francisco Prieto

Este año se celebra el centenario de nacimiento de Graham Greene, autor de títulos tan emblemáticos como Nuestro hombre en La Habana, El cónsul honorario y El poder y la gloria. Francisco Prieto escribe el perfil de un escritor perteneciente por derecho propio al "breve" siglo XX, que se buscó a sí mismo en cada una de las miles de páginas que escribió.

Mayo 2004 | Tags: Entrevista Ensayo literario literatura

Graham Greene nació un 2 de octubre de 1904 y murió en abril de 1991. Era un adolescente al concluir la Primera Guerra Mundial, vivió en su primera madurez la Segunda y la Revolución China; luego, en la plenitud de la edad, las guerras de "liberación" asiáticas y africanas. Pasados los cincuenta años se inició el Concilio Ecuménico Vaticano II, entraron Fidel Castro y Ernesto Guevara en La Habana, para apropiarse el primero del gobierno en nombre de una revolución. Graham Greene, en su vejez, vio el fin de las revoluciones; pudo comprobar que en esto no hubo novedad: la época revolucionaria de la cultura moderna se inició en 1789 y terminó en 1989, o sea, duró doscientos años, lo que, como demostró Ortega y Gasset en su obra En torno a Galileo, es, poco más o menos, lo que han durado los periodos revolucionarios en las grandes culturas. En fin, si empiezo este ensayo con estos datos es porque la obra de Greene es la vía real para conocer el siglo que terminó hace apenas unos pocos años, el que dispuso la puesta en escena con la que ha arrancado el siglo XXI. Y lo ha sido porque el novelista cargó consigo mismo por todos los continentes pero tenía, a diferencia de esos otros narradores incapaces de salir de sí, el don de encontrar el carácter objetivo y dinámico de los lugares y las personas con las que trabó relación, que serían escenario y protagonistas de sus obras. Me explico.

     Los críticos han hablado de Greeneland. Lo hacían porque para esos críticos Greene era un narrador de segundo orden, un artesano de la novela, alguien que a través de sus obras desahoga sus obsesiones, para quien la literatura es una vía terapéutica. ¡Qué curioso que uno de los grandes novelistas de aquel siglo, William Faulkner, a quien admiraban los críticos que menospreciaban a Greene, se refiriera a The End of the Affair como "una obra maestra en el lenguaje de cualquiera"! Greene, por cierto, escribió varias obras maestras. Y existe Greeneland como existen el territorio Cervantes, el territorio Balzac, el territorio Dostoievski. Todos ellos son en sus obras, siempre, el mismo y otro, y nadie se puede llamar a engaño. Lúcidamente, escribió André Gide en su Diario:

Un libro sólo me interesa realmente cuando lo siento nacido de una exigencia profunda y cuando esta exigencia puede encontrar en mí cierto eco. Muchos autores que escriben hoy libros bastante buenos podrían escribir otros distintos igualmente buenos. No advierto entre ellos y su obra una relación secreta y ellos mismos no me interesan; se quedan en literatos y escuchan no a su demonio (no lo tienen), sino al gusto del público.

Graham Greene, que bautizó sus dos tomos de memorias con los sugestivos títulos de A Sort of Life y Ways of Escape, era alguien para quien escribir era un modo de vida sin el cual la cotidianidad se le habría vuelto intolerable, de ahí que la literatura fuera para él un camino de evasión, no de sí mismo, sino de una existencia sin sustancia, privada del ejercicio lúdico de la creación de mundos. Siempre atento a su entorno, a su circunstancia histórica y social, leal a su verdad y a las verdades de los otros, desarrolló la capacidad de alienarse, envolver a sus personajes en su sensibilidad dejándolos, sin embargo, ser ellos mismos. Por eso su lejanía con autores como Virginia Woolf que, encerrados en sí, prisioneros del yo, pervertían sistemáticamente una realidad objetiva que, también, existe. Greene nunca le perdonó a Woolf que, a través de Mrs. Dalloway, haya deformado la singularidad objetiva del mercado de Londres; Greene escribió: "Despojemos a Mrs. Dalloway de su actitud para expresar su propia personalidad y dejará de existir no sólo la novela sino también Mrs. Dalloway." (Collected Essays, Londres, Penguin Books, 1970). Gracias, por tanto, a que Greene tenía un territorio propio y una fidelidad a la verdad que lo emparentó con los grandes periodistas, su obra literaria consigue el doble objetivo de establecer un diálogo y heredarnos un documento de su tiempo. Y, seguramente, nada demuestra con tanta claridad lo que acabo de escribir como el repaso de las dos obras que dedicó a México, el reportaje The Lawless Roads y la novela The Power and the Glory.

     Greene llega a México recién casado y recién convertido al catolicismo. Llega en los momentos en que un caudillo tropical ha decidido liquidar, a la mala, la religiosidad de los tabasqueños. Lo importante es tener presente que Greene no ha dicho a su esposa Vivien dónde se encuentra; que su conversión ha respondido a la necesidad, en primer lugar, de casarse con ella. Vivien pertenecía a una de esas antiguas familias inglesas que cultivaban el orgullo de haber resistido a Enrique VIII, a Isabel I, al dictador Cromwell, de haber permanecido fieles a la Iglesia Católica. Por otra parte, Greene había sido instruido y bautizado por el cura que acudió a su llamado cuando tocó a la puerta de un templo católico, un sacerdote alcohólico que no tomó con entusiasmo su propósito y que, desprovisto de cualquier aura de santidad, parecía confiar en el amor de Dios como si el pecado mortal sólo pudieran cometerlo los teólogos. ¡Qué distinto le pareció aquel cura de los protestantes que habían marcado su infancia, que lo habían vuelto un marginal de la religión! A través de las lecturas de autores católicos que el cura le ha dado para su formación, previas al bautismo, encuentra, entre otros, a Pascal. Pascal que le ayuda a cobrar conciencia de sí mismo, y lo reencontrará años más adelante en la obra de Francois Mauriac: "hay un nombre... que debe considerarse al hablar de la obra de Mauriac: Pascal." Y Graham Greene recorre las palabras de Pascal que impregnan la obra de Mauriac. Citemos dos de esos momentos:

— Los seres no cambian, es ésa una verdad de la que no se duda más que a mis años; vuelven a menudo a la inclinación que durante toda una vida se esforzaron por combatir. Esto no significa en absoluto que acaben siempre por ceder a lo peor de sí mismos. Dios es la buena tentación a la que muchos hombres sucumben al final.

     — Nuestro Señor exige que amemos a nuestros enemigos; eso es a menudo más fácil que no odiar a quienes amamos.

Graham Greene concluirá: "Si Pascal hubiera sido un novelista, éste sería seguramente el método y el tono que habría usado." (Collected Essays).

     El caso es que, como Pascal, sumido en la duda racional pero obedeciendo a un oscuro llamado, Graham Greene apuesta a la fe. La fe que se le revela como la luz que ilumina su oscuridad interior; la fe en un Dios de la misericordia que nos reconcilia, por esto mismo, con un mundo que se manifiesta sin orden ni concierto, un campo de batalla y un escenario de injusticias. Quien pocos años antes de su matrimonio había jugado a la ruleta rusa, es decir, a la muerte, quien después de hacerlo en varias ocasiones se puso en manos de un psicoanalista al que se acogió como el náufrago se acoge al madero, jugó entonces a la vida abriéndose a la experiencia religiosa. Pero ésa había sido una apuesta marcada sólo por una premonición. Entonces aparecerá México en el horizonte vital de Greene.

     Es paradójico: Graham Greene se encuentra a sí mismo en México, un México del que abomina, un México que le revela lo que hay de más íntimo en él, y que, paradójicamente, ama. Él mismo confesará a la periodista Marie-Françoise Allain (Cfr. El otro y su doble, Barcelona, 1982) que México significó el reforzamiento de su fe, su vivificación al conocer, como nunca antes, quizás por primera vez, la persecución contra el marginal. Aquel señorito británico, hijo de un académico de Oxford que contaba entre sus ascendientes a Robert Louis Stevenson, vivirá en México el espíritu de esperanza y de caridad entre hombres y mujeres perseguidos, muchos de ellos pobres cuando no miserables. He allí un misterio que permanecerá con él a lo largo de su vida. El cura perseguido de El poder y la gloria, aquel que había traicionado el voto de castidad, el alcohólico, cargará sin embargo las culpas de sus prójimos y en la lealtad a éstos conocerá, desdibujadamente, el rostro de Dios. En el fondo del protagonista de esa novela ejemplar se construyó una confianza sin asideras en el amor. Por eso, cuando en una prisión repugnante una mujer maldice a los que en la celda contigua, en un rincón, se entregan frenéticamente a la actividad sexual, el cura le dirá:

— de pronto descubrimos que nuestros pecados tienen belleza. ¡Tanta belleza! Los santos hablan de la belleza del sufrimiento. Bueno, nosotros no somos santos, ni usted, ni yo. Para nosotros el sufrimiento es simplemente horrible. El mal olor y el amontonamiento y el dolor. Pero para ellos eso es hermoso; para ésos del rincón. Hace falta mucha sabiduría para llegar a ver las cosas con los ojos de un santo; un santo llega a tener un gusto muy refinado por la belleza y puede desdeñar los pobres paladares ignorantes. Pero nosotros no podemos.

     — Es un pecado mortal.

     — No sabemos. Tal vez lo sea. Pero yo soy un mal sacerdote, ¿sabe? Sé por experiencia cuánta

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (20 Kb)
Leer 13 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com