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William Ospina / Tomada de El Espectador

hogoEnsayo11 de Mayo de 2015

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dos siglos de guerras, exclusiones, racismos, clasismos y falta de compromiso con las normas; de moral acomodaticia, de partidos que nos educaban en el odio y de políticos que nos educaban en la trampa, Colombia se cansó de bipartidismo.

William Ospina / Tomada de El Espectador

Aurelio Arrturo escribio que Colombia es el país “donde el verde es de todos los colores”. Esa afirmación, tan fácil de comprobar viajando por Colombia en cualquier dirección, está a punto de convertirse también en un hecho político.

Mucho tiempo se pensó que Colombia era roja o azul, y por esa ilusión fanática se vertió mucha sangre. Colombia siempre estaba negando una parte de su ser, negando sus indios, negando sus negros, negando sus selvas, negando sus ríos, negando su mestizaje, negando sus mares.

Pero el último siglo nos mostró que sólo somos grandes cuando aceptamos y asumimos ser lo que somos. Contra la pretensión de ser “la Atenas suramericana” o “el Japón de Suramérica”, de ser Francia, de ser México, de ser los Estados Unidos, más bien hay que decir que en ciertos rincones somos Suiza, que junto al desierto de La Guajira los árabes de Maicao van a la mezquita y fuman sus narguiles, que en ciertos barrios de Palmira somos Japón, que por la avenida Caracas a medianoche somos México, que en la base de Palanquero desafortunadamente somos los Estados Unidos.

Cartagena creció más hermana de Santiago de Cuba y de Santo Domingo que de Pasto o de Neiva. Pasto se parece más a Quito que a Medellín. Leticia tiene más afinidades con Manaos que con Manizales. Manizales se parece más a La Paz que a Villavicencio. Popayán, Santafé de Antioquia, Mompox y Villa de Leyva se parecen más a Andalucía que a Ibagué. Esa diversidad está en todo: pertenecemos más que otros países a todo el continente. Somos el único país que está a la vez en el Caribe, en el Pacífico, en los Andes, en la Orinoquia y en la Amazonia. Eso, que nunca entendieron nuestros viejos políticos, nos obliga a tener un destino continental, a no estar encerrados en nuestro mapa.

Después de dos siglos de guerras, exclusiones, racismos, clasismos y falta de compromiso con las normas; de moral acomodaticia, de partidos que nos educaban en el odio y de políticos que nos educaban en la trampa, Colombia se cansó de bipartidismo. Ese bipartidismo irresponsable fue el que engendró en Colombia a las guerrillas y a los paramilitares, y el que nutrió a una elite ociosa e irresponsable, ignorante y despectiva, que no supo engrandecer a sus conciudadanos y que dejó el país en manos de la violencia, la corrupción, la simulación y la trampa. No sólo hemos llegado a ser el país más violento, también el más transgresor del continente y el menos solidario con sus vecinos: alguien alguna vez nos llamó el Caín de Suramérica.

De todo eso nuestro pueblo se fue hastiando, y hace ocho años eligió a Álvaro Uribe Vélez, en abierto desafío a la tradición del bipartidismo. Por desgracia Uribe, a quien le debemos algunas conquistas valiosas en el campo de la seguridad, de la cobertura en educación y salud, eternizó la idea antigua y perversa de que la solución a todos nuestros problemas es sólo militar, y después de dos períodos de gobierno nos entrega un país con una infraestructura vial similar a la que tenía en los años cincuenta, mil violencias larvadas esperando para resurgir, las relaciones con los vecinos completamente deterioradas, una alianza militar con los Estados Unidos harto onerosa para nuestra soberanía y un historial de conductas sucias desde el poder, que van desde espionaje a la oposición, crímenes con las armas del Estado contra jóvenes inermes, subsidios escandalosos para los ricos, y transgresión ostentosa del Derecho Internacional.

El viejo bipartidismo ha visto en estos defectos de la política uribista la posibilidad de volver al ataque y recuperar

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