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Adaptación De "La Bruja Y El Sapo" De M. Von Saltzen

Biancaliteratura27 de Agosto de 2014

975 Palabras (4 Páginas)650 Visitas

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“La bruja y el sapo” de Marita von Saltzen

Hace unos meses me propuse encontrar una bruja de verdad. Una de ésas que, además de adivinar el futuro, sacar el mal de ojo, deshacer algún “trabajito” y preparar pócimas para distintos fines, supiera hacer encantamientos; concretamente, que me enseñara a convertir a mi marido en sapo.

Llamé a varias por teléfono (rubro 62 de Clarín) pero ninguna hacía ese tipo de trabajo. Llamé a la suegra de mi amiga Coti: ella siempre me había dicho que su suegra era una bruja. Creo que no debí tomarlo al pie de la letra, porque cuando le pregunté a esta señora si ella era capaz de convertir a mi marido en sapo, me preguntó por qué ella; cuando le expliqué me cortó y ahora tengo una amiga menos.

Finalmente una compañera de oficina me dio el número de otra bruja; me atendió su secretaria, muy formal y me dijo que para cualquier consulta debía solicitar turno. ¡Cien pesos, la consulta! Pero como creí que valía la pena, y además me dijo que si no estaba conforme me devolvería el dinero, allí estuve la semana siguiente.

La puerta se abrió sola (portero eléctrico) y, cuando mis ojos se acostumbraron a la semipenumbra, pude observar bien la habitación. Estaba atiborrada de máscaras espeluznantes en las paredes. Una enorme tela de araña cubría parte de la biblioteca llena de libros viejos; pensé “esta mujer no lee nunca”. Los caireles de la lámpara que colgaba del techo tintineaban suavemente. En el centro, la mesa redonda estaba cubierta por un mantel rojo con flecos dorados largos hasta el piso; sobre ella, un candelabro con ocho velas y una gran bola de cristal. El otro cuarto estaba separado de éste por una cortina de bolitas de colores. Sintetizando: poca imaginación y de un mal gusto impresionante.

Sonó una campana y apareció ella. Me sorprendí porque esperaba una bruja vieja, fea, con nariz de bruja con verruga y risa de bruja, vestida de negro; en fin, una bruja que quedar a bien con esa escenografía. Sin embargo, me encontré con una muchacha joven (no parecía llegar a los treinta años), muy bonita, con bucles negros hasta los hombros, ojos verdes y una bellísima sonrisa. Vestía un jean ajustado y una blusa transparente. “Ahora se transforma”, pensé. Pero no: se sentó y me invitó a sentarme frente a ella.

Cuando le dije que quería convertir a mi marido en sapo, no se asombró y me preguntó por qué. Le expliqué que mi deseo no era un cambio permanente: él tenía que trabajar todos los días para que nuestra situación económica siguiera siendo tan buena como hasta ahora. Yo sólo quería que fuera sapo al estar en casa. Es que los sapos no pierden pelos en el lavatorio, no dejan levantada la tabla del inodoro, no manchan con tuco los manteles, no ensucian con aceite toda la cocina, no fuman, no miran fútbol por televisión a la hora de la novela, no se olvidan de apagar el gas con la pava encima de la hornalla... Ella me detuvo con un ademán. Yo agregué que él podría ser feliz en el chaquito del jardín aunque fuera por unas horas nomás. Total, después ni se acordaría; porque ¿los hombres no se dan cuenta cuando se convierten en zombies frente a la televisión, en burro cuando van a la cancha, en chancho cuando comen fideos, en hiena cuando van a la Bolsa, en babosa cuando miran a Claudia Schiffer ?

-Y sexualmente ¿tampoco está conforme? -me preguntó. Le respondí que mi marido era de los insaciables, con que me lo des-sapara una vez por semana sería suficiente.

La bruja me pidió que para la próxima sesión (otros cien pesos) le llevara: una vasija de barro amasada por mis propias manos, un pañuelo con su perfume, un calzoncillo sin lavar, tres pelos de su cabeza y una foto.

Unos días después, y con las uñas rotas por amasar el barro, le llevé todo lo

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