ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Bancomer Logro Y Destruccion De Un Ideal

JHEG198321 de Noviembre de 2014

47.360 Palabras (190 Páginas)333 Visitas

Página 1 de 190

Capítulo 1

Cómo llegué al Banco de Comercio

Nací en la ciudad de Puebla el 9 de mayo de 1909 y fui el segundo hijo de cinco hermanos. La familia de mi padre tenía varios siglos de vivir en la ciudad: Rodrigo de Espinosa, el primero del que se tiene noticia, estableció ahí en 1542 la primera fábrica de vidrio que hubo en América. Mi abuela materna y su familia también eran poblanas, pero mi abuelo materno, Tomás Yglesias, que vino a México desde muy joven, era natural de España.

Mi padre, Ernesto Espinosa Bravo, fue un hombre muy emprendedor. Nació en el año de 1865 y al cumplir veinte de edad se tituló de médico. La tesis que presentó para recibirse se llamó: Ligeras consideraciones sobre los artículos del código penal del Estado, relativos a la embriaguez, y en ella sostuvo que en lugar de ser considerado un vicio o un delito, el alcoholismo debía ser tratado como una enfermedad.

Poco después también se recibió de abogado y de ahí que por casi una década tuviera el cargo de médico legista del Estado. En 1904 decidió participar en política. Como era conocido y respetado por gran parte de la población, ganó con facilidad las elecciones para presidente municipal de la ciudad. Ocupó ese cargo sólo un año, el de 1905, y después prefirió regresar a su práctica profesional, a sus negocios y a su cátedra, ya que fue profesor de medicina legal durante largos años.

Mi padre tenía gran pasión por la ópera y varias veces llevó a Puebla compañías y orquestas profesionales. Insatisfecho de que se tratara sólo de funciones eventuales, se decidió a construir un teatro. Empeñando en la aventura todo su capital y contrayendo enormes deudas, consiguió hacer el que fuera, en su tiempo, el mayor teatro de la república. Lo llamó Variedades y lo inauguró el 31 de octubre de 1908, unos cuantos meses antes de que yo naciera.

En la práctica, ésa fue sólo la primera inauguración, ya que años más tarde, en enero de 1922, un gobernador atrabiliario mandó quemar el teatro por motivos políticos. Mi padre superó la adversidad y lo reconstruyó con grandes esfuerzos. Algunos años más tarde, el periodista Marcos de Obregón dejó testimonio en Excélsior de la entereza que esto representaba:

Ha de haber sido una mañana de invierno de los años veintiuno o veintidós —escribió el 12 de abril de 1930—, cuando encontré al doctor Espinosa Bravo y lo acompañé a

4

desayunar en lo que era La Imperial, casi frente a Sanborns. Me enseñó los planos para la reconstrucción de su teatro y me detalló los esfuerzos de crédito a que tendría que recurrir, vendiendo cuanto tenía. “Vuelvo a empezar”, me dijo sin gastar una sola palabra de amargura contra los incendiarios ni contra los enemigos políticos que lo asediaban con amenazas de muerte, en días en que en Puebla se cazaba por la calle a diputados y a personas prominentes desafectas al señor gobernador.

Aparte del Variedades —que fue reinaugurado el 8 de febrero de 1923—, mi padre tenía otros negocios. Sin duda el más importante fue la empresa telefónica, la primera que hubo en la ciudad y donde tuve mi primer trabajo. Se llamó Compañía Telefónica del Comercio de Puebla y en el año de 1928, cuando finalmente la vendió, tenía 900 teléfonos. Mi padre recibió por ella 180 mil pesos oro y 50 mil pesos plata. Con esa suma les pagó a algunos accionistas, cubrió sus deudas e inició un pequeño circuito cinematográfico en otras ciudades, como Tehuacán, Teziutlán y Apizaco.

En 1929 mi padre descubrió que padecía un cáncer estomacal y como era médico supo que le quedaban sólo unos meses de vida. En aquel entonces yo estaba trabajando en la hacienda de don José Veramendi. Ahí recibí una carta, la más triste que he recibido en mi vida, en la que mi padre me decía que fallecería poco antes de la Semana Santa y me pedía que regresara a Puebla para hacerme cargo de los negocios de la familia.

En ese entonces mi padre tenía invertido su capital sobre todo en cines. Los surtía una pequeña distribuidora de películas, también suya, que atendía otras pequeñas poblaciones en los estados de Puebla, Oaxaca y Tlaxcala. Aunque era un buen negocio familiar, su desarrollo fue muy lento porque sus ganancias eran limitadas.

Antes de morir, mi padre tuvo tiempo de enterarme de cómo estaban los cines. En lo que más insistió fue en la necesidad de exhibir buenas películas, así que no me extrañó que me pidiera que fuera a la ciudad de México y contratara siete películas con la Paramount. Me dio el nombre de los filmes y yo fui y los pedí, por supuesto sin saber que las compañías distribuidoras tienen que dar películas buenas y malas porque no pueden quedarse sólo con las segundas. La persona con la que hablé en la Paramount era el gerente, un hombre muy amable de origen judío llamado Clarence Margon. Le dije qué deseaba y tras oírme me indicó que hablara con el subgerente, un señor Urbina. Fui con él, le expliqué de nuevo la situación y sin pensarlo gran cosa me contestó con una negativa. Era imposible contratarme el lote que le pedía. Yo le insistí e incluso le rogué que cambiara de opinión, pero Urbina, tajante, me dijo que no, que era imposible.

5

Por fortuna, la suerte, esa suerte que debe acompañarlo a uno porque sin ella es casi imposible lograr lo que se quiere, estaba de mi lado y de pronto el señor Urbina fue llamado a la oficina del gerente, el señor Margon. Lo esperé y cuando salió era otro, ya que gentilmente accedió a concederme lo que le había pedido.

Tiempo después me enteré que el señor Margon llamó a Urbina para decirle: “¿No ve que este muchacho está luchando para lograr un contrato que necesita y su padre se está muriendo? Vamos, déle lo que le pide”.

Aunque estuve muchos años más en el negocio de los cines, nunca volví a conseguir un lote semejante, porque en él iba la primera película sonora hablada en español. Ya había rumores de que el cine mexicano estaba haciendo una, Santa, pero no pudo estrenarse sino hasta dos años después, en 1932. Al empezar 1930, sin embargo, se hablaba de una película de la Paramount, ya con sonido, que había sido filmada en español en Estados Unidos y que estaba a punto de estrenarse. Se llamaba Sombras de gloria (Blaze of Glory) y dos actores hispanos, José Bohr y Paquita Rico, habían filmado la versión en castellano trabajando durante la noche, mientras durante el día filmaban la versión en inglés.

Una de las películas que venía en el lote de la Paramount era precisamente Sombras de gloria. La estrenamos en el cine Variedades el 16 de marzo de 1930 con un lleno total. Recuerdo la fecha con precisión porque desde el 10 de marzo mi padre se vio obligado a guardar cama, pero ese día decidió salir a la calle. Fue la última vez que lo hizo. Al ver la entrada que teníamos se le iluminó el rostro y, sin palabras, con su actitud, me comunicó que estaba satisfecho y seguro de haber dejado su negocio en buenas manos. Por desgracia, dos semanas más tarde y tal como había predicho, falleció. Era la noche del 31 de marzo de 1930.

Marcos de Obregón hizo también su elogio:

Inevitable ha sido, por otra parte, la muerte del doctor y licenciado Ernesto Espinosa Bravo a los sesenta y seis años de vida, víctima de una antigua úlcera cancerosa en el estómago, en plena actividad de empresario, de hombre de acción, dotado de gran espíritu cívico, excelente ciudadano, padre de familia y grande amigo.

Testó, según me cuentan, el doctor Espinosa Bravo cosa de medio millón de pesos. Deja media docena de hijos.

6

Más importante que el capital que representaba, fue que mi padre nos heredara un negocio en plena marcha. Si no se tiene la experiencia necesaria o no lo favorece a uno la suerte, el capital puede perderse, mientras que un negocio que ya está andando encauza casi por sí solo los esfuerzos e impone el logro de metas más definidas y concretas. Es para mí un serio motivo de tristeza no haber podido hacer con mis hijas y mis nietos algo semejante a lo que hizo mi padre con nosotros.

El negocio de la exhibición, al igual que el resto de la industria cinematográfica, estaba en muy rápida expansión y si hasta entonces nuestra sala había sido la única en Puebla, a principios de 1930 otro cine vino a hacernos la competencia, el Guerrero, del que era dueño un empresario de origen vasco llamado Jesús Cienfuegos.

Casi a fines de la década, en 1934, otro empresario poblano, Gabriel Alarcón, inició la construcción de otro cine, el Reforma, y nos enteramos que Cienfuegos estaba construyendo salas en Veracruz, Jalapa y Orizaba. Si a esto se le añade que las compañías distribuidoras favorecían a los circuitos fuertes y era a ellos a los que les entregaban los mejores filmes, no quedaba sino una conclusión: la única forma de seguir en el negocio era crecer.

En un principio intentamos hacerlo por nuestros propios medios y el año de 1939 empezamos a construir un cine —el Coliseo—, en un local vecino al que ocupaba el Variedades. Al hacer cuentas, advertimos que el tiempo que nos llevaría recuperar el capital invertido era excesivo y cuando nos fuera posible dar el paso siguiente, sería ya tarde. Para crecer con la rapidez necesaria necesitábamos más capital y, tras pensarlo mucho, mis hermanos y yo decidimos buscar una asociación con el único empresario que contaba con el capital suficiente: don Guillermo Jenkins, un industrial de origen estadunidense que tenía ya muchos años de estar radicado en la ciudad.

Yo conocía a don Guillermo desde mi niñez. Mi padre y él nunca tuvieron negocios en común, pero con cierta regularidad iba a mi casa a jugar ajedrez,

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (288 Kb)
Leer 189 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com