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Cuenta cuentos para niños


Enviado por   •  18 de Octubre de 2018  •  Trabajos  •  6.348 Palabras (26 Páginas)  •  137 Visitas

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Habia una vez un pequeño pueblo llamado Courthney Hills, en el, sus habitantes eran personas de pocas creencias, pensaban que en la vida tenia que existir una explicación lógica a las cosas. Que el destino, la suerte, los cuentos no existían. Solo aquellas narraciones con un fin histórico en la vida.

Pero, en medio de toda esta población, en la tienda del costurero del pueblo, existía un viejo hombre, cuyas enseñanzas eran basadas en cuentos o relatos fantasiosos.

Los niños del pueblo, a escondidas de sus padres, lograban reunirse con aquel viejo hombre, al cual llamaban El Loco Cuentacuentos Costurero.

Y es asi, como en todas las tardes. Las luces de la Costureria se encienden, y una vieja y ronca voz, comienza a relatar las fantasiosas historias de personajes inexistentes para aquellos habitantes, pero asombrosos, mágicos, y sobretodo verdaderos para aquellos niños.

-¿Qué cuento nos contaras hoy, Cuentacuentos?-Pregunto con suspicacia el pequeño Jim, hijo del herrero.

El Cuentacuentos, sentado en su mesedora a un lado de la chimenea, tomo al pequeño Jim entre sus grandes y experimentadas manos y lo sento en una de sus piernas.

-¡No se como hacerlo, tu eres el mas grande!-Grito de repente una de las niñas que no tenia mas de los 7 años. Su nombre era Karen, nieta del juez del pueblo.

-¡Claro que no sabes hacerlo, es la naturaleza de los pequeños! Yo soy el mas grande y fuerte de todos los niños aquí, asi que yo si se hacerlo.-Contesto Nick, el hijo de la enfermera.

-Niños, no os peleéis. ¿Por qué no os venis hacia aca y escuchan una historia?-Intervino el Costurero.

Asi, Karen, Nick y los demás niños se acercaron hasta la silla y decidieron escuchar atentamente el nuevo relato del Viejo Costurero.

- En cierta ocasión, un tiburón se paseaba por las profundidades del océano. Estaba muy hambriento porque en las últimas horas no había conseguido ninguna presa que llevarse a la boca. Cuando ya había perdido toda esperanza, algo se movió entre los corales. Para su sorpresa, descubrió que era un pez que estaba de espaldas, totalmente ajeno al peligro. Se acercó sigilosamente, y lo acorralo contra los corales.

 El pobre pez no tenía escapatoria posible. Sólo tenía una pequeña posibilidad de salvación: echar  mano de su imaginación y, sobre todo, de su astucia.

Sin pensárselo dos veces,  le dijo al tiburón:

– ¡Eh, amigo! ¡Ni se te ocurra hacerme daño!

El tiburón escuchó la vocecilla del pez y estuvo a punto de partirse de risa ¡Tenía mucha gracia que un animalejo tan simplón, pequeño e indefenso, le dijera lo que tenía que hacer!

Pero el pez, siguió hablando.

– Por si no lo sabes, soy el rey de los animales ¡Ni siquiera el enorme craqueen puede conmigo, así que tú mucho menos!

El tiburón, por supuesto, no le creyó, pero empezó a sentir curiosidad y decidió seguir la conversación, a ver qué otras tonterías le contaba.

– ¿El rey de los animales? ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, que gracioso eres!

El pez, intentó disimular el nerviosismo que le recorría el cuerpo todo lo que pudo. Carraspeó para aclararse la voz e intentando parecer muy seguro de sí mismo, replicó:

– ¡Por supuesto que lo soy! ¡Todos por aquí me tienen miedo, mucho miedo! Si quieres, te lo demostraré, pero tienes que dejarme salir. Tranquilo, podrás ir detrás de mí y así te asegurarás de que yo no huya.

-¡El pez no puede ser el rey de los animales, eso es imposible! El mas grande es el mas fuerte, por lo tanto es el rey.-Exclamo Nick, que con tan solo 10 años, podía llegar a ser un poco tosco.

-¿Qué paso con el pez?-Pregunto en cambio el pequeño Jim, quien siempre estaba fascinado por todos los cuentos que escuchaba.

-¿Qué dijo el tiburón?-Pregunto de la misma forma Karen. Escuchando atentamente las narraciones.

El tiburón dudó un poco, pero su intriga iba en aumento y no podía quedarse con las ganas de averiguar si ese pez parlanchín le decía la verdad.

– ¡Está bien, pero si intentas jugármela, te arrepentirás!

El tiburón se aparto un poco dejando que el pez moviera sus aletas que todavía temblaban del miedo. El pez le dijo al tiburón:

– Ahora vas a ver cómo todos los animales me temen y echan a aletear en cuanto me ven. Tú ven detrás de mí ¿De acuerdo?

– Muy bien… ¡Camina, que no tengo toda la tarde!

El pez comenzó a andar dándose aires de grandeza, seguido muy de cerca por el temible tiburón. Tal y como había asegurado, a su paso los animales se apartaron y huyeron despavoridos.

Los peces se escondieron en los corales, las  almejas se cerraron. Los que no podían huir, buscaron la manera de zafarse del peligro, como las serpientes, que se quedaron quietas como estatuas para pasar desapercibidas.

¡El tiburón no se lo podía creer! ¡Era cierto que ese pequeño pez era un auténtico jefe y que causaba temor sobre el resto de animales!

Como era un pez listo, el plan funcionó: allí no quedaba un alma y el tiburón se preguntaba por qué un insignificante pez podía espantar a otros animales mucho más fuertes  y grandes que él. Tan alucinado estaba el tiburón, que se despistó. El pez aprovechó la oportunidad, echó a nadar, se internó en la oscuridad del océano, y consiguió salvar su vida.

-¿Entonces cual es la moraleja de este cuento, niños?-Pregunto el COstutero despues de terminar de relatar la historia.

Muchos de los pequeños levantaban sus manos en señal de permiso, pero el costurero decidió solo centrarse en una persona en especial.

-¿Qué me dices tu, Nick? ¿Sabes la moraleja?

Nick, disgustado por no tener la razón en sus opiniones, se cruzo de brazos y dijo con molestia lo que el costurero le pedia.

-La inteligencia y la astucia son más importantes que la fuerza. Nunca pienses que una persona, por ser más pequeña o aparentemente más débil, es menos válida que tú.

Con una sonrisa, el costurero decidió pues levantarse de su silla. Esto significaría que no habría mas historias hasta el dia siguiente, asi que Lauren, la hija del doctor, lo detuvo.

-Por favor costurero, cuéntanos otro cuento.

-Si, por favor costurero.-Exclamaron a coro los demás pequeños.

Ante tales suplicas, el costurero volvió a tomar asiento en su mesedora, y pregunto con su voz ronca y anciana:

-¿Qué quieren que les cuente?

-Sobre la Valentia.-Sugirio Valentina, la hija del caballero. Pues aunque fuera un pueblo pequeño. Tambien tenían un rey, una reina, unos príncipes, caballeros y guerreros.

-Esta bien.-Contesto el viejo hombre meciéndose un poco en un mesedora, que crujía ante el movimiento.

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