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Cuentos De Ciudad Real


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2013  •  2.961 Palabras (12 Páginas)  •  560 Visitas

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La Muerte del Tigre

Este capitulo habla de una tribu, los Bolometic. Se establecieron en una región montañosa de Chiapas. La comunidad de los Bolometic, constituida por un mismo linaje, tomo en su región una preponderancia orgullosa que se habría de desmoronar con la llegada de los Caxlanes, los blancos que de esa manera los llamaron los indios, resintieron en su propia carne el dolor y severidad de la derrota que nunca antes habían padecido, fueron despojados, sujetos a cárcel y a la esclavitud, de los Bolometic que lograron huir pudieron establecerse en el cerro, se vieron en la necesidad de empezar una vida insegura, demasiado inestable. Pero los Caxlanes siguieron conquistando. Después los Bolometic fueron expulsados de sus tierras y continuaron emigrando.

Llegaron a Ciudad Real, con su ropa peor que sucia y deshecha. En este pueblo de Caxlanes predominó su inteligencia. Ciudad Real, después de la independencia fue un “asentamiento” del gobierno provinciano, siempre hubo abundancia en cuestión de comercio y tenía mucha cultura, pero en lo que más pudo sobresalirse y permaneció siendo sede de un tipo de jerarquía eclesiástica que era el obispado. Cercada por una estrecha área de comunidades “indígenas” enemigas, siempre mantuvo una relación injusta.

El mercado atraía a los forasteros, allí era el lugar de la exageración y riquezas, parecía algo exótico para ellos, por todas las cosas encontradas en ese asombroso lugar, los Bolometic. El gendarme, que era el encargado de vigilar el mercado, caminaba entre los puestos, cantando, pero cuando vio a los indígenas, un poco acostumbrado a verlos, pero no en grupo, agarró una actitud en la agarro con fuerza el garrote, con gran disposición de usarlo contra cualquier tipo de atentado, ellos decidieron irse a otro lugar, más vacío, en las gradas de la iglesia de la Merced, agachados, se quitaban y comían los piojos. Un señor que pasaba cerca de los Bolometic, decidió acercárseles, y preguntarles si tenían donde colocarse, ellos, con miradas, respondieron que no, así que, Don Juvencio decidió darles trabajo y ellos aceptaron.

Don Juvencio empezó a caminar, sabiendo que los indios lo seguirían, a donde él los llevaba era un “cuartucho” cerca del mercado. Don Juvencio, quien los ayudaría, los llevó con su socio, quien también estaba invadido por la maldad y la ambición, los Bolometic serían llevados junto con más indios, sumaban cuarenta las personas que mandarían a tierras calientes, que eran donde estaban las fincas correspondientes del trabajo, todos decían que no iban a llegar los cuarenta enviados.

La altura del lugar, hizo que les reventaran los tímpanos, se quejaban, los Bolometic, al ver el mar, creían que no era nada ruidoso, pero era por la causa que no escuchaban, Este, que alguna vez fue un linaje una vez orgulloso, vería olvidada y perdida su historia cuando los últimos descendientes tuvieron que vagar por los cerros buscando sustento, o siendo enganchados para trabajar en fincas donde a la pobreza de su condición les esperaba generalmente la humillación a manos de sus dueños. Muchos antes de llegar a la finca en donde iban a trabajar murieron.

Los sobrevivientes de ese gran y malvado viaje ya no pudieron regresar, habían deudas, que ellos tenían que pagar con cuerpo y alma, con cadenas, uno junto con otro, su único y mal recuerdo eran los tímpanos lastimados, prácticamente sin escuchar nada, no les quedaba más que la muerte.

La Tregua

Rominka Pérez Taquibequet del paraje de Mukenja, de esas mujeres tribales que, muy silenciosas, mujeres de huesos duros y pesados, se encontraba de vuelta del río con su cántaro lleno de agua, bajo la hora del sol, a las dos de la tarde, fatigada y adolorida, cuando sorpresivamente sale a su paso por la serranía un Caxlan con un rostro atormentado, con barbas largas, camisa sucia y botas manchadas de barro, se dirigió hacia ella, Rominka, paralizada por la sorpresiva aparición de aquel hombre blanco, solo se hacia pregunta como el ¿Por qué se encontraba en ese lugar? Un silencio frío, y el ruido del agua al moverse, era lo único que se lograba notar en esa situación.

Rominka sabía y estaba educada para saber que, todo aquel que esta en tierras ajenas, al respirar roba el aire, ya que sabida que todo lo que vemos y servimos, son prestadas. Todo tiene dueño, que castiga cuando alguien o alguno se apropia de una árbol, tierra o de un hombre. El Pukuj, es un espíritu, invisible, que viene y va, escuchando los corazones de las personas, antes, contaban los ancianos, había unos hombres nada contentos con el Pukuj, se idearon la forma de arrebatarle sus fuerzas, le dieron ofrendas, semillas, pozol, huevos y posh, dejándolo a la entrada de la cueva donde él habitaba, una vez caído, entraron los hombres y lo ataron para hacerlo su prisionero, los fuertes gritos del Pukuj hacían que temblaran las raíces de los montes.

Rominka sabiendo todo esto, no quería morir, ya que tenía hijos que aún la reclamaban, ella se estremecía ante según ella, la gran amenaza, ninguna sombra, lugar o persona podía ocultarlas del espíritu, y al no quedarle de otra, se arrodilla, y le pide clemencia, comienza a confesar cosas que nadie mas sabía, ruega por ella, pero sigue contando cosas, hurtos negados, y odios que devastaban a su alma. Después de un rato de angustias, a pesar de todo lo dado y no conforme, el Pukuj la empujó, ella no entendía por qué, sin embargo el sobresalto del gesto que traía el hombre la hacen huir a donde encontró auxilio de su gente, corrió hacia un caserío cercano, revoloteando y espantando a todo animal cerca, cerca el hombre la iba siguiendo, a punto de caerse por el gran esfuerzo, Rominka cayó a la entrada de su casa, con el agua del cántaro derramada, el hombre se lanzó sobre él para beberla. Espantadas las demás mujeres con sus niños entre brazos, uno salió corriendo a llamar a los hombres, cuando el niño al fin llego y terminó de contarles, se miraron entre ellos sorprendidos, no podía ser nada más que poderes del Pukuj. Tomaron la situación en sus manos y agarraron sus herramientas de trabajo como armas de defensa.

Situación equívoca con sangriento fin encontró quien en sus delirios pedía el líquido del cántaro desesperadamente, los hombres empezaron a ver al Pukuj tirado ahí y pujando, un anciano se acerca para preguntarle algo y el nada mas no contesta, los hombres no dudaron en empezar a atacarlo, le daban machetazos, pedradas al cráneo y garrotazos a mas no poder, lograron acabar con él, cuando todo acabó, los perros se acercaron a beber la sangre derramada, los zopilotes a comer la carne de destazado.

Al día siguiente, todos regresaron a sus faenas de costumbre, resintiendo físicamente lo que había

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