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EL ALMA DE LA TOGA


Enviado por   •  8 de Agosto de 2014  •  1.892 Palabras (8 Páginas)  •  283 Visitas

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Licenciatura en Derecho, Universidad Humanitas

Argumentación Jurídica

1er trimestre 2014

Covarrubias González, Alejandro Porfirio

Ejercicio no. 1 Ensayo acerca de El alma de la toga, de Ángel Ossorio

Fecha de entrega: 20 de febrero de 2014

EL PORTERO DEL DESPACHO

¿Cuántas veces nos ha ocurrido que, viendo un partido de futbol en la televisión, quisiéramos ser futbolistas al instante para poder resolver a favor nuestro el partido en cuestión? ¿Cuántas veces pensamos al ver un gol: “Si yo fuera el portero, me habría lanzado antes; habría esperado; habría sido más atrevido”? Seguramente muchas. Y es que cuando tenemos intereses en juego, cualquier asunto cobra dimensiones extrapoladas: no es lo mismo llegar a la oficina con cabellera que sin ella cuando ésta se ha apostado a favor del equipo de nuestros amores. Por ello es que quisiéramos mutar al momento esos kilos de más por unas fuertes piernas y un cuerpo ágil para posteriormente introducirnos al televisor o, si es que uno asistió a algún estadio a presenciar el encuentro deportivo, meternos a la cancha para ser los héroes que todos los aficionados idolatran. Habrá quien quiera ser Director Técnico para realizar tal o cual movimiento táctico que agilice al equipo; otro querrá ser defensa para evitar los embates del equipo rival; pero casi todos queremos ser delanteros y, sobre todo, porteros.

Lo anterior vino a mi mente reflexionando acerca de la impotencia que sentimos cuando vemos, sabemos o nos damos cuenta de que algún abogado abusivo está viéndole la cara a algún conocido o familiar nuestro; y ni qué decir de la frustración adquirida cuando el objeto de los abusos somos nosotros mismos. Todos quisiéramos ser abogados para no tener que lidiar con esos licenciados-parásitos-chupasangre cuyo mayor objetivo es engrosar sus honorarios generando incidentes enredosos y retrasando trámites sencillos en vez de ayudar a la solución de la controversia en cuestión, y por ende poder defendernos personalmente y sin intermediarios en cualquier litigio. Considero que esta es una de las razones por las cuales año tras año, las carreras de Derecho, por encima de otras, tienen tanta demanda en cada universidad. Un fenómeno similar ocurre con la carrera de Medicina: Muchos quieren ser el médico de la familia que evitará que sus integrantes sean desfalcados por otro más interesado en el pago por la consulta que en la salud del paciente.

La profesión del abogado no es sencilla, y pensándolo detenidamente se parece un poco a la también difícil labor del portero de futbol. Por un lado el abogado constantemente debe tomar decisiones que harán que el litigio gire poco a poco a favor de los intereses del defendido; del mismo modo, las del portero serán las que provoquen que el resultado final no sea adverso a los intereses del equipo. He de confesar que la metáfora del parecido entre el portero de futbol y otras profesiones se ha fijado en mi mente por las labores que actualmente desempeño como corrector de estilo, aunque ahora le he encontrado nuevas vetas al compararla también con la abogacía.

Siempre será tu culpa.

El portero de futbol puede ser el héroe del equipo en determinado partido cuando tiene constantes intervenciones notabilísimas, los aficionados corearán su nombre en señal de la idolatría y devoción que profesan por él; sin embargo, si en el partido inmediatamente posterior comete un grave error, la afición no se lo perdona, es señalado como el culpable directo de la humillación de haber recibido un gol evitable. Igualmente, el corrector de estilo es quien está al cuidado de las cuestiones técnicas en un escrito, podrá no ser muy diestro en cuestiones de narrativa, podrá ser un mal contador de historias, pero los detalles de gramática, de concordancia de tiempo, género y número, así como la ortografía son su principal ocupación al corregir un texto. Todos los escritores, incluso los más renombrados premios Nobel, tienen su corrector de estilo que los ayuda a expresar de forma más clara sus ideas que, aunque hermosas, suelen ser confusas. Si se premia alguna obra por su perfección literaria y técnica, también veladamente se está reconociendo al corrector de estilo, aunque pocas veces se le menciona, es más, incluso se olvida su existencia. No obstante, si éste omite algún detalle y la obra comienza a ser objeto de críticas negativas, la culpa de ese error inmediatamente se le achaca al mediocre corrector de estilo que, en la mayoría de los casos, pasó de largo esa minucia por subsanar las otras cientos de fallas que contenía el escrito. Por otro lado, como señala Ossorio, el abogado es quien decide hacia qué rumbo deberá girar la controversia, la mayoría de las veces saldrá triunfante y tanto el medio como sus clientes reconocerán su sagacidad para encontrarle recovecos a la ley y salir avante en cada litigio; sin embargo, cuando por alguna ajena circunstancia la resolución no sea favorable, el mismo medio y los mismos clientes que un día antes alababan su destreza, le recriminarán la irresponsabilidad con la que se condujo en el hipotético caso.

Ninguno de los tres, portero, corrector de estilo y abogado, puede renegar de su responsabilidad en cada uno de sus actos, en cada una de sus decisiones, al respecto Ossorio señala que no se pueden excusar diciendo: “«Me atuve al juicio de A; me desconcertó la increpación de X; me dejé seducir por el halago de H». Nadie nos perdonará. La responsabilidad es sólo nuestra; nuestras han de ser también de modo exclusivo la resolución y la actuación”.

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