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EL PRINCIPE

luisbarronm14 de Marzo de 2014

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Maquiavelo concluye que el príncipe debe aparentar poseer ciertas cualidades, ser capaz de fingir y disimular bien y subordinar todos los valores morales a la razón de Estado, encarnada en su persona. Maquiavelo tiene una concepción totalmente diferente de la sociedad humana: para él el hombre es por naturaleza perverso y egoísta, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos morales, puede garantizar un orden social justo que frene la violencia humana. Fue el primero en usar la palabra estado en su sentido moderno. Algunos le atribuyen la invención de la dictadura moderna y su consiguiente Realpolitik, como expresión específicamente distinta de las antiguas formas de totalitarismo. Sus ideas políticas estaban impregnadas de sentido práctico y una visión realista de gobierno.

El príncipe o el gobernante, tiene como misión la felicidad de sus súbditos y ésta sólo se puede conseguir con un Estado fuerte. Para conseguirlo tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la crueldad. La virtud fundamental es la prudencia, para la conveniencia del Estado. Si el interés de la patria exige traición o perjurio, se comete. "La grandeza de los crímenes borrará la vergüenza de haberlos cometido". Los medios no importan: no es necesaria la moral, sino un realismo práctico, no lo que debe ser, sino lo que es en realidad. Política y moral son dos ámbitos distintos e incluso contradictorios. Aunque El Príncipe estuviera dedicado a Lorenzo de Médicis (1492-1519) [duque de Urbino], con la esperanza de recuperar la confianza perdida, Maquiavelo quiere presentar en su obra el arquetipo de cualquier político. Su personalidad debe poseer condiciones especiales para llegar al poder y mantenerse en él:

Capacidad de manipular situaciones, ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines: lo que vale es el resultado. "El que consigue el poder es el Príncipe, el que consigue el orden y la paz son los súbditos".

El gobernante debe poseer seria destreza, intuición y tesón, así como habilidad para sortear obstáculos, y "moverse según soplan los vientos".

Diestro en el engaño: No debe tener virtudes, solo aparentarlas. Amoral, indiferencia entre el bien y el mal, debe estar por encima.

Para Maquiavelo la mejor forma de gobierno es la República: "el gobierno de muchos es mejor que el de unos pocos", y justifica la romana como la más perfecta. Aunque él era republicano y aspiraba a convertir a Florencia en un Estado fuerte, en El Príncipe acepta, como mal menor, que en ciertos momentos de corrupción y desorden que es mas útil y eficaz la acción de un solo personaje, adornado de cualidades excepcionales.

El Príncipe es el producto de una idea capital que lo informa en todos sus aspectos. Maquiavelo no había echado por la borda todo vestigio de la ética discernible en los Discursos. En el último capítulo de El Príncipe, titulado Exhortación a liberar Italia de las manos de los bárbaros, proclama con apasionada sinceridad lo que constituye la idea rectora y motivante de la obra: Italia debe hallar su gobernante y sacudir el yugo extranjero. Escribe:

espero que algún príncipe... siguiendo estas normas mías, consiga enseñorearse de toda Italia y hacer de ella una país grande, compacto y rico como los otros que ahora predominan en Europa. El historiador objetivo se convierte ahora en un inflamado patriota que propugna la unidad de Italia. Al pesimismo y la carencia de escrúpulos han venido a suplantar de pronto la esperanza y aun la fe. Para aceptar el papel de padre de la patria propone a Lorenzo de Médicis, duque de Urbino: vana exhortación, pues Lorenzo no pasaba de ser una figura secundaria que no ofrecía la menor esperanza.

El Príncipe es una obra, que refleja un esfuerzo de comprensión histórico por parte de Maquiavelo, sobre las realidades políticas de la Italia del siglo XV y XVI. Ya que ésta, se encontraba totalmente dividida, tanto por motivos políticos, como por la corrupción y alianzas de todo tipo, que evitaban la unión de Italia.

Su tiempo histórico es real y corresponde al proceso de tránsito de la Europa medieval a los tiempos modernos, sobre cuyas bases surgió posteriormente el modelo capitalista de organización de la economía.

La libertad mental conquistada por el hombre del Renacimiento y que lo apartaba de dogmas, para enfrentar de manera más creadora la realidad material, representa el nuevo espíritu con el que la burguesía ascendente organizó las relaciones sociales en la Europa de los siglos XIV, XV, XVI.

No toda Europa logró ser cobijada por ese movimiento espiritual y económico renovador. En la Europa central el Feudalismo se mantuvo varios siglos más.

El desarrollo de la ciencia permitió la libre investigación de los problemas humanos y de la naturaleza. La realidad se confronta a partir de la razón y de la experiencia concreta con el mundo, desmitificando el método escolástico. Maquiavelo constituye desde esa perspectiva

una de las síntesis mas reveladoras del nuevo espíritu burgués, caracterizado esencialmente por una mentalidad profana e inquisitiva para la cual, la realidad inmediata y sensible es la fuente del conocimiento.

Bajo el impulso de ese nuevo espíritu, Maquiavelo logró intuir, que los valores y la moral tradicional, cimentados por la iglesia católica, no se ajustaban al mundo cambiante e inestable que surgía en la Europa renacentista.

La Edad Media, había creado en Europa un sinnúmero de principados feudales, fraccionados y dispersos. Todos ellos operaban como factores adversos a la necesidad de centralización del poder, requerido por las nuevas clases sociales en su camino de expansión comercial.

La amplia experiencia acumulada por Maquiavelo en las cortes europeas, como representante de la cancillería florentina, su contacto con príncipes, y su observación de las decisiones gubernamentales, le brindaron una visión excepcional sobre el carácter de los hombres de Estado, y los alcances de sus actos políticos.

En El Príncipe, se complementan de forma extraordinaria el creador literario, el investigador histórico y el analista político. Con esas ventajas, esta obra pudo situarse entre las más bellas construcciones de la prosa italiana del siglo XV y de la literatura universal de todos los tiempos. El hombre, que se sumerge en los hechos, y que vive intensamente los acontecimientos políticos de su época, no riñe con el observador que luego los mide y los confronta con su visión del Estado y de la naturaleza humana.

El poder, considerado como uno de los ámbitos de realización del espíritu humano, y el fenómeno político, visto como la expresión suprema de la existencia histórica que involucra todos los aspectos de la vida, es lo que impulso a Maquiavelo a escribir El Príncipe.

El esquema general de la obra es el siguiente:

• Los nueve primeros capítulos, responden a la pregunta de cómo se crea y se forma un principado y analizan el proceso de variada constitución de los principados.

Con mayor detalle aún:

Los capítulos del II al V, examinan la conquista de nuevas provincias por un Estado ya formado y organizado.

En los capítulos del VI a IX, se estudia la formación de un nuevo principado (como los de Francesco Sforza y César Borgia).

El capítulo X, trata de la capacidad general de lucha de un Estado contra el enemigo exterior.

El capítulo XI, está dedicado al peculiar tipo de principado que es el Estado de la Iglesia, para el cual no valen las reglas que rigen la vida de los demás Estados.

Con los capítulos XII al XIV, se pasa a las grandes cuestiones generales de la vida interna del Estado que se resumen en una sola: el ordenamiento de las fuerzas armadas.

En los capítulos del XV al XXIII, dedicados exclusivamente a la figura del príncipe, el análisis de Maquiavelo llega al máximo de realismo.

Tiene plena conciencia de decir cosas de las que nadie ha osado nunca hablar, cuando, en el capítulo XV, arremete contra los filósofos y escritores que han hablado de política.

He aquí la normativa del capítulo XVI: mejor es ser considerado parsimonioso, y no disipar las riquezas del Estado liberal, para luego gravar con impuestos a los súbditos.

Y los preceptos del capítulo XVII: más vale ser cruel a tiempo que inútilmente misericordioso; mejor es ser temido y respetado, que amado y no lo bastante respetado.

Y sobre todo, he aquí los muy famosos del capítulo XVIII, el más discutido y criticado de toda la obra maquiavélica: la necesidad del príncipe de no observar la fe (la palabra) dada cuando tal observancia se le vuelva en contra o se hayan extinguido las causas que la hicieron prometer.

Finalmente, los capítulos XXIV al XXVI, ofrecen la vinculación abierta del tratado con la situación italiana del momento. El tratado concluye con los versos de la oda "Italia mía", de Petrarca.

El Renacimiento había dado inicio a la separación del poder eclesiástico del civil en el mundo, y las cuestiones religiosas quedaban restringidas al ámbito de la conciencia individual. La ciencia renacentista había despojado al hombre de su armadura teológica y le había devuelto la voluntad de organizar su existencia, sin temores o esperanzas de compensación espiritual en una vida ultraterrena.

El Estado también empezaba a concebirse como un poder civil, no ofrecido a los individuos por derecho divino sino por intereses económicos, de clases, o por ambiciones personales. Fue esa gran mentalidad la

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