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El Matadero


Enviado por   •  30 de Junio de 2013  •  2.055 Palabras (9 Páginas)  •  417 Visitas

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El matadero, Esteban Echeverría

Ficción e Historia: lenguaje y representación del otro.

El matadero es el origen de la ficción argentina. Se lo considera el primer cuento escrito de nuestra literatura. Pero ese origen, dice Ricardo Piglia, es oscuro, desviado, casi clandestino. Escrito en 1838, el relato permaneció inédito hasta 1874 cuando Juan María Gutiérrez lo rescató entre los papeles póstumos de Echeverría (que había muerto pobre y exiliado en Montevideo en 1851). Y cabe preguntarnos por qué no lo publicó Echeverría. Basta releerlo hoy para darse cuenta de que el texto es muy superior a todo lo que Echeverría publicó en su vida. Habría que decir que el autor no lo publicó por temor a represalias y también porque era una ficción, y la ficción no tenía un lugar en la literatura argentina tal como se la concebía en esos momentos. El género fundamental de la época y de la clase letrada era la autobiografía, a la cual se dedicó Sarmiento y en la que se fundían acontecimientos históricos y de vida del escritor, y tenía una función política fundamental. La clase letrada se contaba a sí misma una “historia” (o la Historia) bajo la forma de la autobiografía y así se sostenía en el poder: los grandes hechos de la Historia Nacional eran sus propios hechos (volveremos sobre esta distinción más adelante). Echeverría incluye por primera vez al otro, bárbaro y marginado, en la literatura, pero esta vez no lo hace desde la autobiografía que legitima la clase letrada, sino desde la ficción, un género menor. “Las mentiras de la imaginación” de las que habla Sarmiento deben ser dejadas a un lado. Por tanto, la ficción (como lo es El matadero) aparecía como antagonista del uso político de la literatura y por tanto, sólo fue posible publicarlo 35 años después, cuando ya la ficción había ganado terreno en la literatura nacional.

Es importante resaltar por qué El matadero es considerado ficción. La primera razón es porque los hechos narrados no ocurrieron en realidad. Sin embargo, en la primera línea el narrador declara: “A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban a hacerlo los antiguos historiadores españoles de América, que deben ser nuestros prototipos”. En este punto, Echeverría establece una clara distinción entre la “historia” y la “Historia”. La historia (pequeña, mínima, menor, cotidiana) del cuento de Echeverría (la del asesinato de un unitario en la matadero) se diferencia de la gran Historia: la de los grandes acontecimientos narrados por los historiadores; la Historia que, según los que la escriben –los que tienen el poder de la palabra- narra los sucesos más importantes que conforman una nación. Sin dejar pasar de lado el gesto irónico de Echeverría al llamar “modelo” a los historiadores españoles que se remontaban a la prosapia de los actores históricos como fuente de autoridad, tenemos que aclarar que en esta frase hay una pretensión de parte del autor de poner la historia de El matadero a la misma altura de la gran Historia y sus acontecimientos, pues si bien el hecho narrado por Echeverría no ocurrió “realmente”, en su época estos hechos eran comunes y comparten con lo narrado, por lo menos, la disputa feroz entre unitarios y federales y la violencia reinante durante la mazorca. Si pudiéramos hipotetizar sobre el pasado, diríamos que estos hechos pudieron haber sucedido. Por ello es historia, porque constituye el origen, o por lo menos “los orígenes”, de una violencia que marca a nuestra sociedad hasta el día de la fecha[1]. Esta violencia está presente en todos los conflictos de poder de la Argentina posteriores: civilización/barbarie, indio/gaucho, gaucho/aristócrata, inmigrantes/criollos, peronistas/gorilas, etc. En todas estas disputas binarias, siempre hubo otro, alguien con menos poder (simbólico o político) a quien se debía “civilizar” a través de la violencia (en general, como ya hemos visto, la violencia siempre fue ejercida primeramente desde el Estado).

El matadero es historia (o parte importante de ella) porque narra por primera vez la voz del otro: le pone palabras a quien no la tenía. Cabe aclarar que para nada este es un gesto democratizante de Echeverría, sino todo lo contrario. El autor le pone voz a los federales en nombre de la “civilización” unitaria, culta, aristócrata, que se veía invadida por la “chusma”, popular, inculta, salvaje, de los federales. Pero para ponerle voz –y con esto volvemos al tema de la ficción- Echeverría no puede utilizar el género de la autobiografía; no puede incluirse en el texto y juntarse con esa chusma. Para narrar la voz del otro (del enemigo), el autor necesitó construir una ficción y ocultarse (y alejarse) tras la voz de una narrador en 1º persona singular, testigo, y no ya protagonista de los hechos. El narrador de El matadero ve pero no participa de los hechos; observa desde un lugar alejado y superior ese mundo que no entiende y al cual desprecia (ver frases irónicas del cuento) y critica amparado por su lugar de testigo refugiado en el panóptico[2]. La “historia” contada a través de la ficción (y ya no de la autobiografía que debe basarse en hechos reales del protagonista) le permite a Echeverría ciertas libertades de opinión y crítica que no tiene el historiador o el periodista, a quienes se les pide objetividad. Por tanto, El matadero se trata de pura ficción. Y justamente porque era una ficción pudo hacer entrar a la literatura el mundo de los “bárbaros” y darles un lugar (limitado[3]) y permitirles hablar.

Con respecto al “hablar” de los personajes, nótese que Echeverría también representa una violencia lingüística, ya no sólo física. Temáticamente, el cuento está signado por la violencia corporal (decapitan a un niño, despanzurran novillos por doquier, matan con torturas a un unitario); lingüísticamente la violencia también es ejercida en la distinción de los lenguajes utilizados por unos y otros. El lenguaje acompaña y representa los acontecimientos. Por un lado, un lenguaje “alto”, engolado, anticuado, casi ilegible: en la zona del unitario el castellano parece una lengua extranjera, españolizada, ajena a los criollos. Y por otro lado, hay una lengua “baja”, popular, llena de matices (insultos, frases populares, lunfardo, etc)

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