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El Matadero


Enviado por   •  5 de Junio de 2013  •  2.681 Palabras (11 Páginas)  •  470 Visitas

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El matadero y Facundo.

El Matadero es un texto literario romántico de Esteban Echeverría, quien lo escribió entre 1838 y 1840. Es considerado el primer cuento realista del Río de la Plata, además de ser la obra más célebre de este escritor. Fue publicado en 1871 en la Revista del Río de la Plata. Más tarde, Juan María Gutiérrez lo incorpora a su edición de las Obras completas de Echeverría (1870-1874). El cuento actualmente es considerado unos de los pilares de la literatura hispanoamericana, por la forma en que se plantea el ambiente del matadero como una metáfora de la época del gobernador Juan Manuel de Rosas, período donde los que

ejercían el poder solían asesinar a los que no comulgaban con sus políticas. En la imagen, una ilustración del pintor argentino Carlos Alonso, sobre El matadero.

Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas es un libro escrito en 1845 por el político y educador argentino Domingo Faustino Sarmiento, durante su segundo exilio en Chile. Es otro de los principales exponentes de la literatura hispanoamericana: además de su valor literario, la obra proveyó un análisis del desarrollo político, económico y social de Sudamérica, de su modernización, su potencial y su cultura. Como lo indica su título, Facundo analiza los conflictos que se abrieron en la Argentina inmediatamente después de la Independencia declarada en 1816, a partir de la oposición entre civilización y barbarie.

Facundo describe la vida de Juan Facundo Quiroga, un militar y político gaucho del Partido Federal, que se desempeñó como gobernador y caudillo de la Provincia de La Rioja durante las guerras civiles argentinas, en las décadas de 1820 y 1830. El historiador Felipe Pigna afirma que «El Facundo fue mucho más que un libro, fue un panfleto contra Rosas, ahí Sarmiento describe al caudillo y propone eliminarlo». El federal Juan Manuel de Rosas gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1832 y nuevamente de 1835 hasta 1852; en el curso de los enfrentamientos entre unitarios y federales, Sarmiento, miembro del bando unitario, se exilió en dos oportunidades en Chile (1831 y 1840), y en la segunda oportunidad escribió el Facundo. Sarmiento ve a Rosas como un heredero de Facundo: ambos son caudillos y, según Sarmiento, representan la barbarie que deriva de la naturaleza y la falta de civilización presente en el campo argentino. Como explica Pigna, «Facundo, a quien odia y admira a la vez, es la excusa para hablar del gaucho, del caudillo, del desierto interminable, en fin, de todos los elementos que representan para él el atraso y con los que hay que terminar».

A lo largo del texto, Sarmiento explora la dicotomía entre la civilización y la barbarie. La civilización se manifiesta mediante Europa, Norteamérica, las ciudades, los unitarios, el general Paz y Rivadavia, mientras que la barbarie se identifica con América Latina, España, Asia, Oriente Medio, el campo, los federales, Facundo y Rosas. Es por esta razón que Facundo tuvo una influencia tan profunda. Según González Echevarría: «al proponer el diálogo entre la civilización y la barbarie como el conflicto central en la cultura latinoamericana, Facundo le dio forma a una polémica que comenzó en el periodo colonial y que continúa hasta el presente».

Las perpectivas de María Rosa Lojo y de Ricardo Piglia.

Respecto de la identidad, y del pensamiento dicotómico, María Rosa Lojo sostiene en La trampa fundacional: “la identidad cultural argentina comienza a forjarse ciertamente en el pasado, e incluso en un pa¬sado remoto, anterior a la Conquista y a la Colonia. Los dioses, las lenguas, las comidas, las costumbres de los pueblos originarios forman sin duda un sustrato que impregna la cultura imperial de España y los sucesivos aportes europeos. Pero esa identidad, si bien llega desde el pasado, no es sólo un pasado que hay que preservar devotamente con afán museológico. Tampoco cabe reducir lo identitario a una preceptiva, a una normativa, a un “debe” ser. Las falsas opciones, las pretensiones de “pureza” ocasionaron, ab initio, distorsiones, fragmentaciones y mutilaciones varias en el cuerpo de una Argentina total, que muy rara vez nos hemos mostrado capaces de aceptar en su integridad.

Lamentablemente, cuando la Argentina eligió independizarse como república y comenzó el largo y conflictivo camino de constituirse como nación, predominaron las antítesis irreconciliables. Las operaciones de ex¬clusión terminarían rigiendo la escena política. Con todo, la literatura, con su potencia simbólica y su capacidad de apelación e identificación afectiva, excede largamente los propósitos partidarios de los buenos escritores. La “seducción de la ‘barbarie’”, para usar la acertada expresión de Rodolfo Kusch ejerce su magnetismo desde adentro de las escrituras de Sarmiento, de Mármol, de Echeverría.

La preferencia por el “paisaje americano” y la rebelión contra las pontificacio¬nes de la Real Academia (como ya vimos con Juan María Gutiérrez) se imponen también como desafiantes marcas identitarias. Sarmiento mismo dice en el Facundo: “pues si solevantáis las solapas del frac con que el argentino se disfraza, hallaréis siempre el gaucho más o menos civilizado, pero siempre el gaucho”. (María Rosa Lojo. La ‘barbarie’ en la narrativa argentina (siglo XIX). Buenos Aires: Corregidor, 1994)

No obstante, una polarización recurrente sigue oponiendo unitarios a federales, peineta y mantilla a sombrero o gorra europea, chaqueta y poncho a levita o frac, ciudad a campaña, letrados a iletrados, ciudadanos a gauchos y “salvajes”, Europa a América, el Puerto a las provincias. En la segunda mitad del siglo XIX, con optimismo triunfalista, se impone el ‘proyecto civilizador’ que adquiere perfiles claramente racistas, enmarcados en el positivismo. Una nación donde los marginados y excluidos: clases populares, minorías étnicas, y traspasando verticalmente los estamentos sociales las mujeres en general, podrían aspirar a un lugar propio, y evitar la aniquilación física (gauchos e indios) o la desintegración espiritual.

El pensamiento dicotómico, que es acaso nuestra trampa fundacional, nos ha llevado, en lo político y en lo cultural, a efectos destructivos. Hemos negado las raíces aborígenes y afroamericanas, en la voluntad excluyente de construir el imaginario “blanco” de una nación europea transplantada. Pero también, según las etapas y las corrientes dominantes, hemos echado las culpas a los inmigrantes de la “corrupción” de una presunta Argentina bucólica como si se tratara de un paraíso perdido, en el

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