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El Rumbo De Las Mareas


Enviado por   •  27 de Abril de 2014  •  1.435 Palabras (6 Páginas)  •  1.468 Visitas

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La noche se ha vuelto tan negra que no logro ver ni mis manos. Es como si las estrellas se hubiesen apagado de repente o tal vez huido despavoridas de un cielo que se destroza en relámpagos de plata.

La tempjmnnestad cabalga sobre el lomo de las olas. Sombras gigantescas quieren engullirme. Olas furiosas me abofetean. Voces de náufragos suplican socorro. Es una mar endemoniada.

-¡Soy Carlos Tapiaaa! – grito desesperado. Una gaviota perdida me responde con un graznido lejano.

Mi bote está a punto de zozobrar, hace agua por todas partes. La mar me aprisiona entre sus brazos húmedos, se mete en mis entrañas, me congela los huesos. Estoy empapado. Soy un hombre navegando a la deriva, fundido en el abrazo de mar y cielo.

La cortina de lluvia se abre y, sentado en la boda, don Anacleto me sonríe con sus ojos tristes.

Don Anacleto Arancibia llegó al colegio una mañana soleada de octubre – lo recuerdo muy bien porque fue en primavera - . Él era un caballero muy bajito. No medía más de un metro cincuenta, creo yo. Vestía un traje gris, algo brillante por el uso continuo, sombrero también gris y zapatos lustrados hasta el cansancio. Sus ojos emanaban cierta tristeza – de eso yo estaba seguro -; parecían a punto de desbordarse en un torrente por su cara ajada por el sol. Sus labios finos esbozaban una sonrisa tímida. Se presentó a nosotros, sus alumnos, con voz pausada y cálida.

-Niños, mi nombre es Anacleto Arancibia. Soy profesor de Historia de enseñanza media, pero por el momento me han asignado el cargo del profesor del Cuarto B. no sé cuánto tiempo estaré con ustedes, pero, al menos, en lo que resta del año serán mis alumnos. Soy de La Serena, donde nací y estudié. Mi mujer y mis hijos se quedaron allá.

En ese momento le tembló la voz, sacó un pañuelo de su bolsillo y se sonó con estruendo. Luego dirigió la vista a su escritorio, abrió el libro de clases y, en voz alta, tomó asistencia:

-María Elena Albornoz

-Presente, señor.

-Luis Altamirano

-Presente, señor.

-Rita Astudillo

-Presente, señor.

-René Cáceres

-Presente, señor.

-Belinda Codoceo

-Presente, señor.

-Virginia Collao

-Ausente, señor –contestaron varios niños a coro.

-Hugo Cortés

-Presente, señor.

-Juan Carlos González

-Presente, señor.

-Rodrigo González

-Presente, señor.

-Máximo Egaña

-Presente, señor.

-Marisol Ferrada

-Presente, señor.

-Ovidio Godoy

-Presente, señor.

-Mónica Herrera

-Presente, señor.

-Elena Jaime

-Presente, señor.

-Javier Ogalde

-Presente, señor.

-Juanita Pérez

-Presente, señor.

-Rosa Pozo

-Presente, señor.

-Sandra Pozo

-Presente, señor.

-Mirna Puño

-Presente, señor.

-Patricia Rivera

-Presente, señor.

-Luis Rodríguez

-Presente

El profesor guardó silencio unos segundos y luego levantó la mirada de la lista con un gesto reprobatorio. Luis comprendió su error y volvió a responder:

-Presente, señor.

Don Anacleto carraspeó y continuó:

-Marisa Salinas

-Presente, señor.

-Lindor Tapia

-Presente, señor.

Así nos fue nombrando uno a uno, hasta llegar a mí, el último de la lista y el último del curso.

-Carlos Tapia

-Presente, señor.

Cuando pronunció “Carlos Tapia” y me miró fijamente a los ojos, pensé que me retaría, como todos los profesores, y me quedé paralizado.

-Siéntese, Carlos –me dijo con voz amable.

Pero nuevamente había ocurrido lo inevitable: una corriente de agua tibia se escurría por entre mis piernas y un calor de fuego me subía por las mejillas. Otra vez me había meado. Salí corriendo de la sala tapándome los oídos, pero me seguía la canción que cantaban mis compañeros: “… el Carlitos es un meón, un

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