El fin de Jorge Luis Borges

EL FIN DE JORGE LUIS BORGES

"Fuera de un personaje - Recabarren –

cuya inmovilidad y pasividad sirve de contraste,

nada o casi nada es invención mía …

 todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso

y yo he sido el primero en desentrañarlo o, por lo menos, en declararlo".   

José Luis Borges (1956)

El fin, es una narración muy breve, pero no por ser breve es menos interesante, escrita en las páginas de la antología Ficciones, de Jorge Luis Borges. A tono personal las líneas golpean directamente a mis memorias. En los libreros de mi casa había un libro que se destacaba de los demás: Martín Fierro escrito por José Hernández. Mi papá hablaba de él como si se tratara de un super héroe. Nunca lo entendí ni me digné a intentarlo hasta hoy, ya que mi papá no está.

El relato inicia con sonido; el sonido de la guitarra que le resta monotonía a la vida de Recabarren, quien yace inerte escuchándola desde su lecho, la parálisis que lo postró y lo dejó atrapado acaso con el miedo de partir. La guitarra gaucha que lo acompañó en su desdicha era de “modestos acordes”; lo deja claro cuando relata que quien la tocaba era un moreno, uno que ya había perdido ante otro en una payada de contrapunto. Ese mismo moreno regresaba a tocar a la pulpería una y otra vez como si esperara a alguien y así era. El moreno, quien era una suerte de justiciero, esperaba a un forastero, no a cualquiera, a uno conocido por los demás como Martín Fierro.

Su espera en la pulpería tal vez fue menor que su espera desde la muerte de su hermano, muerto a manos de Fierro. Siete años fue paciente mientras se encontraba con él para, por fin, para concretar su venganza. Tras una última pelea, Martín muere por dos puñaladas, una en el estómago y otra que no se pudo precisar. Recabarren vio todo desde su catre.

La historia es tan breve como llena de significado. Borges, hace un uso maravilloso de su capacidad para agilizar la imaginación de su lector. Su relato está perfectamente ambientado; el sonido de la guitarra gaucha, la campana a manos de un hombre que la hace sonar torpemente, las espuelas de Fierro. En la payada de contrapunto perdida por el moreno, quedan grabados los acordes que acompañan los momentos más importantes de la obra: tras el contrapunto Recabarren cae ante la parálisis y se concreta la cita que el moreno tanto esperó.  En el último, se dicta el destino fatal de Martin Fierro y el destino vacío de su contrincante. Repasados estos detalles es imposible no imaginar el duelo.

La payada en sí misma es un arte y Borges lo aprovechó, embistiendo además cada detalle del ambiente para agregarle teatralidad su obra, como si diera instrucciones a sus actores. No se le escapó nada, ubicó el catre, el techo de paja, la hora del encuentro, la estación del año, la iluminación, el aroma o hedor del encuentro. No es posible recrear sin cantar y tampoco cantar sin evocar. Borges no abusa de la intertextualidad, pero la usa profusamente. Martin Fierro, la obra con la que conecta, está en buenas manos. La rivalidad indefinida llega a su fin. Sea que a sus seguidores prefirieran que el personaje muriera caído en una pelea como justiciero o a manos de un moreno en busca de venganza, el final conecta perfectamente con el ser total de su personaje. Muere heredando a su asesino la misma carga que llevó por haber matado a aquel negro hace siete años ya. Entonces su muerte no es un duelo perdido, sino ganado, dejando a su ejecutor como un “pendenciero asesino” con un destino lleno de fatalidad descrito por el mismo autor: “No tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre”

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