Ensayo De El Principe, Nicolas Maquiavelo
jamunidomo1 de Noviembre de 2013
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El príncipe, es un tratado de doctrina política, obra escrita por Nicolás Maquiavelo en 1513 para “el magnífico” Lorenzo de Médici y que fue publicada póstumamente en 1532; el mérito y genio de Maquiavelo radica en que vio inconsistencia entre la búsqueda de la excelencia del bien moral tal como fuera entendido por los platónicos, cristianos y kantianos, y tuvo el valor de decirlo (de ahí nació el sustantivo “maquiavelismo” y el adjetivo “maquiavélico”), como un conjunto de reflexiones sobre el arte de conquistar y conservar el poder de un principado. Es una pequeña obra que no se puede incluir en un género particular ya que no tiene características de un verdadero tratado. Se ha considerado como un libro de carácter divulgativo.
El libro se compone de una dedicatoria y veintiséis capítulos de diferentes longitudes, con una invitación, en el capítulo final, a los Medici para aceptar las tesis expresadas en el texto y liberar a Italia de los “barbaros”.
En los primeros tres capítulos se clasifican y describen las cualidades y característica de los diferentes tipos de principados, así también el cómo adquirir, fortalecer y mantenerlo. Estos son: los hereditarios, cuando la estirpe de su señor los ha gobernado durante mucho tiempo por lo que son menos difíciles de conservar, ya que solo es necesario continuar con el régimen impuesto; a menos que se lo arrebate una fuerza excesiva y poderosa; los nuevos que pueden ser mixtos, donde se anexan miembros, que el pueblo está dispuesto a cambiar de señor cuando creen que su condición puede mejorar, y los completamente nuevos, cuando ciudadanos comunes, por suerte o virtud, se convierten en príncipes.
Para un príncipe, conquistar un estado con costumbres similares, resulta fácil de conservar, los hombres viven pacíficamente y quien conquista este tipo de estados tiene que respetar dos condiciones: la primera es eliminar la estirpe del príncipe antiguo y la segunda es no alterar las leyes ni tributos de tal modo que en muy poco tiempo se funden en un solo cuerpo el régimen antiguo y el nuevo principado. Cuando se conquistan territorios con lenguas, leyes y costumbres diferentes, una de las soluciones es que el mismo conquistador se instale a vivir allí, otro es instalar colonias que actúen como cadena para el nuevo gobierno; son mucho mejores que enviar a la milicia, ya que tienen un gasto muy bajo sino es que nulo, sin contar que la ofensa es mucho menor.
Para que un príncipe pueda gobernar un estado a plenitud es necesario seguir tres reglas importantes: la primera es destruirlo, segundo radicar en él y por último, regirlo por sus propias leyes. Es fácil convencer el estado de algo pero difícil de mantenerlo en convicción. El nuevo príncipe debe eliminar enemigos, hacerse respetar y obedecer, disolver milicias infieles, reemplazar viejas leyes y conservar la amistad de los poderosos. No debe fiarse de la suerte sino de la virtud y astucia propias.
También existen los principados eclesiásticos, los que se adquieren por valor o por suerte, y que se conservan sin ambos, dado que se apoyan en instituciones religiosas tan potentes y de calidad que mantienen a sus príncipes en el poder a cualquier costo. Estos son los únicos que tienen estados y no los defienden, súbditos y no los gobiernan. Son los únicos principados seguros y felices.
Los cimientos indispensables a todos los estados nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las buenas tropas. Las diferentes clases de tropas con que un príncipe defiende su estado son propias (las más seguras), mercenarias, auxiliares o mixtas (estas son inútiles y peligrosas). Solo los principados eclesiásticos pueden prescindir de la milicia, pues su poder radica en la religión.
Las cualidades de un gobernante, aquellas apreciadas entre la población generalmente resultan ineficaces; es mejor ser temido que amado,
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