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Historia de un niño-lobo

niltoncajmaResumen29 de Abril de 2013

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Historia de un niño-lobo

Capítulo I – Punto 5. La transformación

Un rato después, comenzó a sentir que se le estiraba la piel. Le parecía que sus manos se agrandaban, se empezó a tocar y sintió que tenía pelos en todas partes. No podía pensar en nada, estaba como confundido. Sintió que sus orejas, cuando rozaban la almohada, eran distintas. No se animó a prender de nuevo la vela, se levantó arrimándose a la ventana, donde la luna alumbraba con toda intensidad y entonces ya no le quedó ninguna duda, la transformación había comenzado, ya se estaba convirtiendo en lobisón. Se tocó la cara y la sintió extraña. Quiso llorar y no pudo, quiso mirarse los pies, y fue como si le hubieran arrancado los pensamientos.

Cuando reaccionó estaba corriendo por el costado de un camino. No sabía hacia donde iba pero se sentía bien, con mucha fuerza y ganas de cualquier cosa, disfrutaba de esa carrera en medio del campo y de la noche, con esa grandísima luna llena. Comprendió también que corría como... ¡¡¡si fuera un perro!!! y no como una persona; tenía cuatro patas, pelos por todas partes... pensó…

¡¡¡Soy un lobisón!! -quiso gritar y llorar y...

-Aaaaaauuuuuuuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu!!!! –comenzó a aullar.

No entendía porque podía pensar como una persona y cuando quería hablar o gritar le salía un aullido. Corrió sin parar, sin saber hacia donde corría. De repente… lo entendió todo, era un lobisón, un animal con cuatro patas, cola, hocico, y lo que es peor, era consciente de eso.

Hizo un trechito más y vio el caserío donde estaba el almacén, unas cuatro o cinco casas más y la escuela, su escuela, donde iba todos los días a la mañana.

Cuando ya estaba muy cerca, a unos cincuenta metros, los perros empezaron a ladrar y aullar como si tuvieran miedo. Todos ladraban desesperadamente, pero ninguno salía a enfrentarlo. De pronto vio que por una puerta, al costado del almacén, salió alguien que en una mano tenía una linterna con la que alumbraba, y en la otra llevaba una escopeta. Se sentía con muchos poderes, podía sentir el menor ruido a la distancia, podía ver casi en la oscuridad, y oler cualquier cosa por más rara que sea.

Eduardo se metió entre el espartillo, se agazapó para que no lo vieran y para no ligar un tiro; entonces el hombre empezó a retar a los perros para que se callaran, pero estos seguían como gimiendo por el terrible miedo y porque querían avisarle a su dueño, que algo había. El lobisón se quedó quieto por unos instantes, hasta que el hombre, después de revisar los alrededores y de alumbrar para todas partes, entró nuevamente a la casa. Los perros se callaron.

Después de unos minutos, el lobisón se dirigió sigiloso hacia el gallinero de la casa de los Pérez, que estaba a unos doscientos metros del almacén, y otra vez se armó un gran batifondo. Los perros empezaron a ladrar como locos, las gallinas cacareaban y los gansos gorjeaban. Ahí ya no dudó, tomó carrera y de un gran salto, pasó limpito el tejido que tenía un metro y medio de alto y cayó entre las gallinas y los gansos. Se armó un revuelo que casi termina asustándose él mismo. Sin perder tiempo y de un zarpazo agarró la primera gallina que se le cruzó y con su gran boca y sus afilados colmillos, le partió el cuello de un mordiscón. Con la gallina muerta en la boca volvió a saltar el tejido y emprendió una veloz carrera campo adentro. Con el tole-tole que se armó, los perros no paraban de ladrar y gemir, las gallinas se habían vuelto locas, y el dueño de casa se levantó y salió a ver que pasaba, y ahí nomás les gritó,

-¡Juira perro! ¡Juira! Seguro que son esas comadrejas de porquería… –mientras recorría los alrededores de la casa.

Lo único que encontró

...

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