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LIBRO ROSALINDE TIENE IDEAS EN LA CABEZA

jlilloza24 de Mayo de 2012

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Libros del Rincón

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CUENTO

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Rosalinde tiene un agujero en los calcetines. Rosalinde tiene una venda en la rodilla. Rosalinde tiene una mariquita en la mano. Rosalinde tiene una cadena alrededor del cuello. Rosalinde tiene ideas en la cabeza.

Su mamá observa el agujero de los calcetines. Su papá observa la venda de la rodilla. Su gato observa la mariquita de la mano. Su abuela observa la cadena del cuello. Nadie se fija en las ideas de su cabeza.

—¡Así es mucho mejor! —dice Rosalinde.

Sin embargo, el abuelo asegura que conoce las ideas que Rosalinde tiene en la cabeza.

—Cuando te quedas pensativa hurgándote la nariz —le dice—, es que tus pensamientos están en la tabla de multiplicar.

»Si te asoma a los labios la punta de la lengua mientras estás pensando es que por tu cabeza ronda la idea de cómo escribir la H muda.

»Cuando te pones a pensar con los ojos cerrados con fuerza y los labios delgados como una línea, entonces las ideas de tu cabeza son de rabia contra alguien.

»Y cuando estás pensando en algo con los ojos muy abiertos y brillantes y con los labios húmedos, las ideas de tu cabeza son algo así cómo me-apetecería-una-tarta-de-nata —le dice el abuelo.

También dice que ha observado atentamente a Rosalinde durante años y la conoce bien. Se conoce la cabeza de Rosalinde como la suya propia.

Rosalinde va a su habitación, se sienta delante del espejo grande y se pone a pensar y a mirar a la Rosalinde del espejo. Durante una hora se queda sentada pensando y mirando. Luego se levanta y se va a buscar al abuelo.

El abuelo está en la cocina arreglando la plancha. El botón que selecciona la temperatura no gira cuando la plancha está caliente.

La abuela está junto al abuelo, de mal humor. No quiere que el abuelo arregle la plancha. Quiere comprar una plancha nueva.

—Siempre lo mismo, en seguida a comprar —protesta el abuelo—. No se te ocurre otra cosa que ir corriendo a comprar.

—Esta plancha tiene ya diez años —contesta la abuela—. Hoy día ya no se arreglan las planchas. Me lo ha dicho el electricista.

—Una plancha como ésta puede durar cien años, si se la trata bien —dice el abuelo.

—No hay en el mundo otro viejo tan avaro y tacaño como tú... —dice la abuela, pero se calla porque Rosalinde entra en la cocina y los mayores no deben reñir delante de los niños.

Rosalinde se acerca al abuelo, cruza los brazos sobre el pecho y pregunta:

—Bueno, ¿qué?

El abuelo deja sobre la mesa de la cocina el botón de la plancha que tenía en la mano, mira a Rosalinde y pregunta:

—¿Qué, qué?

—¿Que qué ideas tengo yo ahora en la cabeza? A ver, ¡dilo! —le exige.

El abuelo le explica que antes tiene que limpiar las gafas para poder ver claramente la cara de Rosalinde. Se quita las gafas, saca el pañuelo del bolsillo del pantalón, escupe en los cristales y los frota con el pañuelo limpio.

La abuela grita:

—¿Y cómo quieres arreglar mi plancha si tienes las gafas tan sucias que no puedes ver con ellas?

El abuelo responde a la abuela que los pensamientos no pueden compararse con las planchas. Las planchas son sólidas, duras y resistentes. Los pensamientos son frágiles, transparentes y delicados. Para los pensamientos se necesitan unas gafas perfectamente limpias, sin la menor partícula de polvo. La plancha, dice el abuelo que también puede verla sin gafas. ¡Al fin y al cabo no está ciego!

El abuelo vuelve a ponerse las gafas.

—¡Y no se debe escupir en ellas! —dice la abuela—. ¡Está muy feo!

El abuelo mira a Rosalinde. La mira con mucha atención a través de las gafas y dice:

—Rosalinde, tu labio inferior tiembla de aflicción, tienes los párpados caídos y las pestañas arrojan tristes sombras sobre tus pálidas mejillas. Tienes pensamientos tristes, pensamientos muy, muy tristes, cariño.

Rosalinde suspira y cierra un poco más los ojos. Sus labios se estremecen.

—¡Claro! —exclama el abuelo—. ¡Pues claro! ¡Ya lo tengo! Piensa que el próximo miércoles es tu cumpleaños y que nadie te va a regalar la excavadora con mando a distancia, porque desgraciadamente eres una niña.

Rosalinde se echa a reír y grita:

—¡Al revés, al revés! ¡Todo mentira! Has caído en la trampa. Te he engañado.

Rosalinde, saltando a la pata coja, da vueltas alrededor de la mesa de la cocina y del abuelo.

—Me han pasado por la cabeza ideas estupendas —dice—. He pensado que el próximo miércoles, día de mi cumpleaños, seguro que tú me vas a regalar la excavadora teledirigida. Y además se me ha ocurrido que jugaremos con ella los dos juntos.

Rosalinde está completamente segura de que su abuelo le regalará la excavadora por su cumpleaños. Ayer mismo, el abuelo volvió a casa con una bolsa grande. El pico de una caja roja sobresalía de la bolsa. La excavadora que quiere Rosalinde la venden en una caja roja igual que aquélla. JUEGOS & DEPORTES MEIER, ponía en la bolsa. La excavadora que ella quiere está en el escaparate de JUEGOS & DEPORTES MEIER.

El abuelo se fue corriendo a su habitación con la bolsa, la guardó en el armario y lo cerró con llave. Y eso que el abuelo nunca cierra su armario con llave.

Rosalinde le preguntó más tarde al abuelo qué era lo que había traído a casa en la bolsa. El abuelo aseguró que en la bolsa había nuevos anzuelos para su caña de pescar.

Pero ¿desde cuándo se empaquetaban diminutos anzuelos en grandes cajas rojas y se guardaban en el armario cerrándolo con llave?

No, no, en la bolsa había una excavadora. ¡Una excavadora estupenda con mando a distancia!

El abuelo mueve la cabeza de un lado a otro. Busca una rosca pequeña en la caja de las herramientas y dice:

—En primer lugar, cariño, no te voy a regalar una excavadora, porque las excavadoras son juguetes para niños...

—Y en segundo lugar —le interrumpe la abuela—, no te regalarán una excavadora porque son muy caras, cariño. Un hombre que no le permite tener a su mujer una plancha nueva cada diez años, no le compra a su nieta una excavadora. Le regalaré por su cumpleaños unas golosinas que estén en oferta.

—Y tercero —dice el abuelo—, ¿puedo saber por qué pones una cara tan triste cuando piensas en la excavadora? ¿Es que ya no la quieres? ¿Acaso la señorita caprichosa desea ahora algo distinto?

Rosalinde suelta una risita y dice:

—La cara triste era para disimular. He puesto cara triste a pensamientos alegres. Pero también puedo pensar en algo triste y reírme al mismo tiempo.

—Nunca lo conseguirías —dice el abuelo

—¡Claro que sí! —contesta Rosalinde.

—Entonces, piensa que el gato se muere de sarampión y ríete al mismo tiempo —le pide el abuelo.

—¡Yo no pienso en una cosa así! —protesta Rosalinde indignada.

—La niña tiene razón —dice la abuela—. No hay que tener pensamientos como ésos.

—Entonces piensa que hoy hay espinacas para cenar, y ríete —propone el abuelo.

La abuela dice en voz baja:

—Hoy haré de cena tortilla a la vienesa.

La tortilla a la vienesa le gusta a Rosalinde casi tanto como la tarta de nata. Se pone a pensar: «Espinacas», y se ríe al mismo tiempo.

—Piensa que mañana tienes un examen de aritmética y ríete —dice el abuelo.

El examen de aritmética ha sido aplazado hasta la próxima semana, porque la profesora se ha puesto enferma. Pero el abuelo todavía no lo sabe.

Rosalinde piensa: «Examen de aritmética», y se ríe.

—Piensa que te has peleado con Fredi, y ríete —dice el abuelo.

Fredi es el mejor amigo de Rosalinde y hoy han hecho las paces después del colegio. Pero todavía no se lo ha contado al abuelo.

Rosalinde piensa: «Terrible pelea con Fredi», y se ríe.

—Vaya, vaya —murmura el abuelo—. No lo habría creído posible.

El abuelo se rasca la calva y mira fijamente a Rosalinde.

—¡Estás desconocida! —dice—. Te has vuelto una persona completamente distinta.

—¿Eso es un elogio? —pregunta Rosalinde.

El abuelo sigue rascándose la calva, suspira y dice:

—Todavía no puedo decirlo. Sólo lo podré decir cuando vuelva a conocer lo que hay en tu cabeza.

—Eso puede tardar mucho —dice Rosalinde.

-.-

Rosalinde también tiene en la cabeza pensamientos que no puede contar a nadie. Pensamientos muy secretos. Uno de los pensamientos que hay en la cabeza de Rosalinde es: «¿Dónde-estará-el-botón-de-la-plancha?»

La cosa es como sigue:

En la cocina de la casa de Rosalinde hay un balcón. En el sitio en el que en otras casas hay una ventana en la casa de Rosalinde hay unas puertas vidrieras que dan al balcón. Es un balcón muy pequeño. No es mucho más grande que una toalla de baño mediana. La abuela llama al balcón «mi jardín de plantas aromáticas». La abuela tiene en el balcón dos tiestos. En uno debían crecer cebollinos y en el otro yerba angélica. La abuela riega sus dos tiestos todos los días y los abona una vez por semana, pero, a pesar de ello, allí no crece nada verde. Apenas brota de la negra tierra un diminuto tallo de cebolleta o una hojita de yerba angélica viene el gato y se la come. La abuela ha plantado amaro, que es una especie de salvia de olor nauseabundo, para que el gato deje en paz los cebollinos y la yerba angélica.

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