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La Increíble Y Triste Historia De La cándida Eréndira Y De Su Abuela Desalmada


Enviado por   •  30 de Marzo de 2014  •  573 Palabras (3 Páginas)  •  339 Visitas

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Narra este cuento cómo empezó la desgracia de Eréndira, quien vivía con su abuela en una gran mansión, “extraviada en la soledad del desierto”, llena de estancias y salones amueblados con viejo esplendor y entre cuyos muros la vieja era servida por su nieta.

Después de gastar dos horas en arreglarla y vestirla con un vestido de flores ecuatoriales la llevó a un corredor y la sentó en una poltrona donde la dejó escuchando “discos fugaces del gramófono de bocina”... “mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se ocupó de barrer la casa que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas de cesares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro y un piano con barniz de oro… la casa estaba lejos de todo, en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y ardientes donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia” (pp. 98‑99).

“Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con el que ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de Eréndira... cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas y siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de la nieta que había criado desde el nacimiento”... “sólo para dar cuerda y concertar los relojes, Eréndira necesitaba seis horas” (p. 99).

Después de contar las labores ingentes de su trabajo diario, cuando igual que la abuela, podía seguir caminando dormida, y de servir la mesa en la que la abuela se sentaba con servicios para doce personas y candelabros de plata encendidos, salió para hacer los últimos y numerosos encargos antes de acostarse, entre los cuales estaba dar de beber a las tumbas, fue por fin a su habitación alumbrándose con uno de los candelabros de plata y “vencida por los oficios bárbaros de la jornada, Eréndira no tuvo ánimos para desvestirse, sino que puso el candelabro en la mesa de noche y se tumbó en la cama. Poco después, el viento de su desgracia se metió en el dormitorio como una manada de perros y volcó el candelabro contra las cortinas” (p. 102).

“Al amanecer, cuando por fin se acabó el viento, empezaron a caer unas gotas de lluvia gruesas y separadas que apagaron las últimas brasas v endurecieron las cenizas humeantes de la mansión”... “cuando la abuela se convenció de que quedaban muy pocas cosas intactas, miró a la nieta con lástima sincera —Mi pobre niña —suspiró—, no te alcanzará la vida para pagarme este percance” (p. 103).

Y empezó a pagárselo ese mismo día cuando la vieja dedicó su nieta a la prostitución llevándola de pueblo en pueblo. (A

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