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Resumen De "La Increíble Y Triste Historia De La cándida Eréndira Y De Su Abuela Desalmada"


Enviado por   •  24 de Mayo de 2014  •  1.542 Palabras (7 Páginas)  •  1.448 Visitas

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"Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia."

Así es el tenor de la primera frase de la obra "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada" de Gabriel García Márquez, el escritor colombiano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982.

Eréndira es la nieta que había cumplido apenas los catorce años, vivía sólo con su abuela en un enorme mansión extraviada en el desierto. El único animal de plumas que puede sobrevivir allí era un avestruz raquítico. La nieta atendía a su abuela que necesitaba ayuda con todo, a causa de su grandeza e inmovilidad. Normalmente necesitaba dos horas cada día para arreglar la anciana. No podía caminar sin ser apoyada de la nieta. Eréndira era lánguida y de huesos tiernos y demasiado mansa por su edad. Era la sola sobreviviente, con la abuela, de la familia de origen legendaria contrabandista que se llamaba Amadís.

Eréndira no decía mucho a la abuela, por lo general solo:

"Sí, abuela."

El día en que empezó su desgracia la abuela vio que Eréndira se volvió a dormir caminando y le dijo a Eréndira, ella se excusó:

"Es la costumbre del cuerpo."

El ambiente de la mansión y del desierto se describe cómo aislado y la vida de las dos cómo una existencia rutinaria. Por una desgraciada casualidad, cuando Eréndira se durmió con un candelabro ya encendido, se hizo fuego en la mansión, la gente del pueblo trató de rescatar los restos del desastre. Pero no quedó mucho. La abuela empezó inmediatamente el trabajo de hacer a Eréndira que pagar su negligencia. El medio fue venderla a los hombres.

El primero cliente fue un viudo del pueblo que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad. Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor de Eréndira, la abuela la llevó en un camión de carga hacia otros pueblos y regiones. Eréndira tuvo que pagar por el viaje haciendo amores con el carguero del camión. Este encuentro fue una buena experiencia para Eréndira, porque al carguero le gustó ella y ella también gustó de él.. La abuela comenzó a arreglar a Eréndira. Le pintó la cara con un estilo que había estado de moda en su juventud:

"Los hombres son muy brutos en asuntos de mujeres."

En un tenderete la abuela instaló una estera y Eréndira. Un hombre del correo nacional pagó por los servicios de Eréndira por narrando de ella a otros hombres que él encontró por su trabajo. Fue un trato de éxito. Detrás de los hombres vinieron mesas de lotería, puestos de comida y un fotógrafo en bicicleta que instaló frente el campamento una cámara de caballete con manga de luto. Con el paso de los meses la abuela fue menos severa con el pago del dinero y empezó por admitir que los hombres completaran el pago con medallas de santos, reliquias de familia, anillos matrimoniales y todo cuanto fuera capaz de demostrar. La abuela tuvo suficiente dinero para comprar un burro y entonces fue posible buscar otros lugares para cobrarse la deuda.

En San Miguel del Desierto encontró a Ulises, el hijo de un contrabandista holandés. Ulises era un adolescente dorado, de ojos marítimos y solitarios, y con la identidad de un ángel furtivo. Cuando él visitó a la carpa de Eréndira, los jóvenes se gustaron. Se quisieron. Por Ulises Eréndira era la primera mujer con quién él hacia el amor.

En la misma ciudad había una casa de misioneros. Como Eréndira era menor de edad les dijeron a la abuela que querían ponerla bajo su custodia, o tendrían que recurrir a otros métodos. Una noche cuándo la abuela y Eréndira dormían, unos hombres mandados por los misioneros, la llevaron al convento de la misión. Eréndira no perdió ni una noche de sueño desde que la llevaron al convento. Ella vivía descubriendo otras formas de belleza y de horror que nunca había imaginado en el mundo en el estrecho de la cama. Ella fue feliz con las nuevas experiencias.

La abuela intentaba rescatar a la nieta de la tutela de los misioneros. Ella recurrió a la autoridad civil, pero el alcalde le dijo que no podía hacer nada, los padrecitos, de acuerdo con el Concordato, tenían el derecho a quedarse con la niña hasta que sea mayor de edad o hasta que se case. La abuela buscó ayuda de unos contrabandistas, diciendo que era la Dama de Amadís el grande. Pero el hombre contrabandista con quien ella platicó, no conocía siquiera a los Amadises, ni quiso atravesarse en las cosas de Dios. La solución era pagar

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