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La novela de Pedro y Juan


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2013  •  Resúmenes  •  1.297 Palabras (6 Páginas)  •  312 Visitas

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La novela de Pedro y Juan trata sobre como una familia que era antes muy unida termina por destruir ese cariño tan especial que se tenían entre ellos.

Un pensamiento brusco, violento penetró en el alma de Pedro como una bala que perfora y desgarra: -Puesto que me conoció primero, me demostró tanto cariño y abnegación, puesto que me amaba y besaba tanto, puesto que fui yo el motivo de su gran amistad con mis padres, ¿por qué dejó toda su fortuna a mi hermano y nada a mí?

No hizo más preguntas y permaneció preocupado y más absorto que soñador, con una nueva inquietud, indecisa todavía, germen secreto de un nuevo desasosiego.

El se preguntaba: ¿Por qué dejó Maréchal toda su fortuna a Juan?

Ahora ya no eran los celos lo que le obligaba a preguntárselo sino el terror de algo espantoso, el terror de creer él mismo que Juan, su hermano, era hijo de aquel hombre.

No, no lo creía; ni siquiera podía formularse esta pregunta criminal.

Pedro llegó al muelle rápidamente sin pensar ya en nada, satisfecho que penetrar en aquellas tinieblas lúgubres y rugientes, poniéndose de lado, apoyó los codos en la piedra y ocultó su cara entre sus manos.

Su pensamiento, aunque no pronunciara el nombre, repetía, como para llamarle y provocar su espectro, el nombre de Maréchal. Y en la oscuridad de sus párpados cerrados lo vio de pronto tal como lo había conocido. Era un hombre de 60 años que lucía una barba blanca terminada en punta y unas cejas muy espesas también totalmente blancas. No era alto ni bajo y su aspecto era afable; los ojos, grises y dulces, el gesto, modesto; el aspecto, de buena persona, sencillo y tierno. A ello les llamaba: “mis queridos niños”, y nunca pareció preferir uno al otro, y los invitaba a comer juntos.

Por lo tanto, ese Maréchal, joven, libre, rico, propenso a todas las ternuras, entró un día por casualidad en una tienda, quizá porque se había dado cuenta de que la tendera era bonita. Compró, volvió otro día, entabló conversación, familiarizándose a medida que transcurrían los días, y pagó mediante frecuentes compras el derecho a sentarse a la mesa de aquella casa, de sonreír a la joven y estrechar la mano del marido.

Y luego, después… después… ¡oh Dios mío! … Después ¿qué?... Amó y acarició al primer hijo, el hijo del joyero, hasta que nació el otro.

Y de pronto un recuerdo exacto y terrible cruzó la memoria de Pedro. Maréchal había sido rubio, rubio como Juan. Ahora recordaba un retrato en miniatura que había visto un tiempo atrás en París, sobre la chimenea de su salón, y que ahora había desaparecido.

Estoy loco –pensó-; sospecho de mi madre y una racha de amor y ternura, de arrepentimiento, de plegaria y desolación, anegó su corazón. ¡Su madre! Conociéndola como la conocía ¿Cómo pudo sospechar?

Ella se enamoró. ¿Por qué no? ¡Era su madre! ¿Y en qué?

¿Accedió ella?... Pues sí, naturalmente, ya que aquel hombre no tuvo ninguna otra amante; claro que sí, puesto que permaneció fiel a la mujer ausente y envejecida; naturalmente, puesto que dejó toda su fortuna al hijo, ¡a su hijo¡

Se incorporó Pedro tan frenético y furioso, que hubiera deseado matar a alguien.

Se dispuso a regresar ¿Que haría?

Al pasar entre una torre de señales, el estridente sonido de la sirena le dio en el rostro. Fue tan violenta su sorpresa que estuvo a punto de caerse, y retrocedió hasta el muro de piedra.

De pronto le crispó la idea como si acabara de surgir en su pensamiento, de que aquellos dos hombres que roncaban en aquella misma casa, padre e hijo, no tenían lazo familiar alguno que los uniese y lo ignoraban.

Le asaltó un deseo imperioso de ver a juan en seguida, de mirarlo durante un buen rato, de sorprenderlo durante el sueño, cuando las fracciones en reposo, los rasgos distendidos y tranquilos dejan el rostro al desnudo, libre de los artificios de la vida. De este modo sorprendería el secreto de su semblante dormido y, si existía alguna semejanza, no se les escaparía.

Se decidió a entrar, pero furtivamente, como un ladrón. Pedro, inclinado

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