MILLONARIO
yesenia02812 de Enero de 2014
26.545 Palabras (107 Páginas)265 Visitas
EL MILLONARIO
INSTANTÁNEO
UN RELATO CLARO Y ESTIMULANTE PARA TRIUNFAR
MARK FISHER
Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más.
Para descargar de Internet: Biblioteca Nueva Era
Rosario – Argentina
Adherida a PROMINEO
(Directorio de Bibliotecas Virtuales y Recursos)
FWD: www.promineo.gq.nu
1 En el que el joven consulta a un pariente rico
Había una vez un joven brillante que quería hacerse rico. Había sufrido ya una buena cantidad de desilusiones y fracasos, esto no se podía negar, pero, a pesar de todo, todavía confiaba en su buena suerte.
Mientras aguardaba que la fortuna le sonriera, tra¬bajaba como ayudante de un director de cuentas en una agencia de publicidad de segunda fila. Estaba mal paga¬do y, desde hacía tiempo, encontraba que su trabajo le ofrecía muy pocas satisfacciones. Y ya había perdido todo entusiasmo.
Soñaba con hacer otra cosa. Tal vez escribir una no¬vela que le hiciera rico y famoso, acabando así, de una vez por todas, con sus problemas financieros. Pero, ¿no era su ambición, digamos, poco realista? ¿Tenía de ver-dad la técnica suficiente y el talento necesario para escri¬bir un libro que fuera un éxito de ventas, o llenaría las páginas en blanco con las pesimistas reflexiones que le dictaba su amargura?
Su trabajo se había transformado en una pesadilla diaria desde hacia ya más de un año. Apenas si podía soportar al jefe, que se pasaba gran parte de las mañanas le¬yendo el periódico y escribiendo memorandos antes de desaparecer para ir a disfrutar de un almuerzo de tres ho¬ras. Además, su jefe había perfeccionado el arte de cam¬biar de opinión y no cesaba de dar órdenes contradicto¬rias, algo que no contribuía a mejorar la situación.
Tal vez, si sólo se hubiera tratado de su jefe... pero, desgraciadamente, estaba rodeado de colegas que tam-bién estaban hartos de lo que estaban haciendo. Parecían haber abandonado cualquier ambición, haber renuncia¬do por completo a cualquier mejora. No se atrevía a men¬cionar a ninguno de ellos sus fantasías de abandonarlo todo y convertirse en escritor. Sabía que pensarían que se trataba de una broma. Se encontraba apartado del mun¬do como si estuviera en un país extranjero y fuera inca¬paz de hablar el idioma local.
Cada lunes por la mañana, se preguntaba cómo de¬monios haría para sobrevivir una semana más en la ofici¬na. Se sentía completamente ajeno a las carpetas que se apilaban sobre su escritorio, a las necesidades de sus clientes que clamaban por vender sus cigarrillos, sus co¬ches, sus cervezas...
Seis meses antes, había escrito una carta de dimi¬sión, y había entrado una docena de veces en la oficina del jefe con la carta quemándole en el bolsillo, pero ja¬más había conseguido reunir el valor necesario para se¬guir adelante. Resultaba curioso porque, hace tres o cua¬tro años, no hubiera vacilado ni por un instante. Pero en ese momento no parecía tener claro lo que debía hacer. Algo le estaba reteniendo, una especie de fuerza, ¿o era simplemente cobardía? Parecía haber perdido el valor que, en el pasado, siempre le había permitido conseguir lo que deseaba.
Tal vez el hecho de haber ido dejando transcurrir el tiempo a la espera de que apareciera el momento opor¬tuno, intentando buscar excusas para no pasar a la ac¬ción, preguntándose si alguna vez conseguiría triunfar, le había convertido en un perpetuo soñador...
¿Se debía su parálisis al hecho de que estaba cargado de deudas? ¿O era simplemente porque había comenzado a envejecer (un proceso que, inevitablemente, se pone en marcha en el instante en que renuncias a tu visión de fu¬turo)?
A decir verdad, no tenía la menor idea de cuál era el problema. Y entonces un día, en el que se sentía par-ticularmente frustrado, pensó de pronto en un tío suyo que daba la casualidad de que era millonario. Su tío po-día, tal vez, estar en condiciones de ofrecerle algún buen consejo o, mejor aún, prestarle un poco de dinero.
Su tío, que era conocido como una persona amisto¬sa y de buen corazón, accedió de inmediato a recibirle, pero se negó, de manera rotunda, a prestarle suma de di¬nero alguna, alegando que con ello no le haría ningún favor.
—¿Qué edad tienes? —le preguntó, después de ha¬ber escuchado el relato de sus cuitas.
—Treinta y dos —susurró con timidez el joven. Sa¬bía muy bien que la pregunta de su tío estaba cargada de reproches.
—¿Sabías que, cuando tenía veintitrés años, John Paul Getty ya había conseguido su primer millón? ¿Y que yo, a tu misma edad, tenía medio millón? Así que ¿cómo es posible que, con lo mayor que eres, te veas for-zado a pedir dinero prestado?
—No lo sé. Trabajo como un esclavo, a veces más de cincuenta horas a la semana.
—¿De verdad crees que trabajar esforzadamente es lo que hace rica a la gente?
—Yo... yo creo que sí... bueno, al menos, es lo que me enseñaron a creer.
—¿Cuánto dinero ganas al año... 15.000 libras es¬terlinas?
—Sí, más o menos, esa es la cantidad —contestó el joven.
—¿Crees que alguien que gana 150.000 libras traba¬ja diez veces más horas a la semana que tú? ¡Desde luego que no! Sería físicamente imposible: una semana no tiene más de 168 horas. Así que, si esta persona gana diez ve¬ces más que tú, sin trabajar más de lo que tú trabajas, en¬tonces tiene que estar haciendo algo muy diferente de lo que haces tú. Debe de poseer un secreto del cual ni si¬quiera has oído hablar.
—Supongo que así es.
—Tienes suerte de haber comprendido por lo menos esto. La mayoría de la gente ni siquiera llega tan lejos. Están demasiado ocupados tratando de ganarse la vida como para detenerse y pensar en cómo se podrían libe¬rar de sus problemas de dinero. La mayoría de la gente ni siquiera gasta una hora de su tiempo tratando de ima¬ginar cómo podrían hacerse ricos y de preguntarse por qué nunca han conseguido hacerlo.
El joven tuvo que admitir que, a pesar de sus gran¬des ambiciones y sus sueños de ganar una fortuna, tampoco se había detenido a pensar realmente en su si¬tuación. Todo parecía distraerle, impidiendo que se en-frentara con esta tarea que, a todas luces, era de fun¬damental importancia.
El tío del joven permaneció en silencio unos instan¬tes, y después miró a su sobrino fijamente a los ojos mientras en sus labios se formaba una sonrisa amable aunque un tanto irónica. Entonces le dijo:
—Escucha, he decidido ayudarte. Te enviaré al hombre que me ayudó a convertirme en millonario de un día para el otro, o como mínimo a conseguir la men¬talidad de un millonario. Pero dime, ¿de verdad quieres hacerte rico?
—Más que nada en el mundo.
—Este es el primer requisito. El principal. Pero no es suficiente. También necesitas saber cómo.
El joven se encogió ligeramente de hombros, indi¬cando que estaba de acuerdo.
Entonces, su tío le dijo:
—El Millonario Instantáneo vive en F__. ¿Sabes dónde está?
—Sí, pero nunca he estado allí.
—¿Por qué no lo intentas? Ve a verle. Tal vez esté dispuesto a revelarte su secreto. Vive en una casa fan-tástica, la más bonita de toda la ciudad. No tendrás nin¬guna dificultad para encontrarla.
—¿Por qué no me revelas tú el secreto aquí y aho¬ra? Así no tendría que tomarme la molestia de ir hasta allí.
—Simplemente porque no tengo el derecho a hacer¬lo. Cuando el Millonario Instantáneo me lo confió, lo primero que hizo fue hacerme prometer que jamás se lo revelaría a nadie. Sin embargo, sí me dijo que podía de¬cirle a cualquiera dónde lo había aprendido.
Al joven, todo esto le pareció tan sorprendente como complicado. Pero también despertó su curiosidad.
—¿Estás seguro de que no me puedes decir nada más?
—Completamente seguro. Lo que sí puedo hacer es recomendarte muy calurosamente al Millonario Instan-táneo.
Y sin decir nada más, su tío sacó de uno de los cajo¬nes de su escritorio de roble macizo, una elegante hoja de papel de carta, cogió su pluma y, rápidamente, escri¬bió unas cuantas líneas Luego, dobló la carta, la guardó en un sobre que selló y, con una sonrisa en los labios, se la entregó a su sobrino.
—Aquí tienes tu presentación —dijo—. Y aquí tie¬nes la dirección del millonario. Una última cosa. Promé¬teme que no leerás esta carta. Si lo haces, probablemente ya no te será de utilidad... Pero, si llegas a abrirla, a pe-sar de mi advertencia, y todavía deseas que te pueda ser¬vir, entonces tendrás que simular que no la has abierto. Pero ¿cómo puedes deshacer lo que está hecho?
El joven no tenía ni la más remota idea acerca de lo que decía su tío, pero no quiso preguntar. Su pariente siempre había tenido la reputación de ser un excéntrico. Y, después de todo, le estaba haciendo un favor. Así que decidió no insistir sobre el tema. Le dio las gracias y se marchó.
2 En el que el joven conoce a un anciano jardinero
Aquella misma tarde, marchó a toda prisa a F__. ¿Le resultaría muy difícil conseguir llegar a cono¬cer al Millonario Instantáneo? ¿Estaría dispuesto a reci¬bir a
...