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Manual Del Guerrero De La Luz


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2013  •  13.739 Palabras (55 Páginas)  •  401 Visitas

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Manual del

Guerrero de la Luz

Paulo Coelho

Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros,

que a Vos recurrimos. Amén

PRÓLOGO

—En la playa al este de la aldea, existe una isla, con un gigantesco templo lleno de

campanas —dijo la mujer.

El niño reparó que ella vestía ropas extrañas y llevaba un velo cubriendo sus

cabellos. Nunca la había visto antes.

—¿Tú ya lo conoces? —preguntó ella—. Ve allí y cuéntame qué te parece.

Seducido por la belleza de la mujer, el niño fue hasta el lugar indicado. Se sentó en

la arena y contempló el horizonte, pero no vio nada diferente de lo que estaba

acostumbrado a ver: el cielo azul y el océano.

Decepcionado, caminó hasta un pueblecito de pescadores vecino y preguntó sobre

una isla con un templo.

—Ah, esto fue hace mucho tiempo, en la época en que mis bisabuelos vivían aquí —

dijo un viejo pescador—. Hubo un terremoto y la isla se hundió en el mar. Sin embargo,

aun cuando no podamos ya ver la isla, aún escuchamos las campanas de su templo,

cuando el mar las agita en su fondo.

El niño regresó a la playa e intentó oír las campanas. Pasó la tarde entera allí, pero

sólo consiguió oír el ruido de las olas y los gritos de las gaviotas.

Cuando la noche llegó, sus padres vinieron a buscarlo. A la mañana siguiente, él

volvió a la playa; no podía creer que una bella mujer pudiese contar mentiras. Si algún día

ella regresaba, él podría decirle que no había visto la isla, pero que había escuchado las

campanas del templo que el movimiento del agua hacía que sonasen.

Así pasaron muchos meses; la mujer no regresó, y el chico la olvidó; ahora estaba

convencido de que tenía que descubrir las riquezas y tesoros del templo sumergido. Si

escuchase las campanas, sabría su localización y podría rescatar el tesoro allí escondido.

Ya no se interesaba más por la escuela, ni por su grupo de amigos. Se transformó

en el objeto de burla preferido de los otros niños, que acostumbraban a decir: "Ya no es

como nosotros, prefiere quedarse mirando el mar porque tiene miedo de perder en

nuestros juegos".

Y todos se reían, viendo al niño sentado en la orilla de la playa.

Aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, el niño iba

aprendiendo cosas diferentes. Comenzó a percibir que, de tanto oír el ruido de las olas, ya

no se dejaba distraer por ellas. Poco tiempo después, se acostumbró también a los gritos

de las gaviotas, al zumbido de las abejas y al del viento golpeando en las hojas de las

palmeras.

Seis meses después de su primera conversación con la mujer, el niño ya era capaz

de no distraerse por ningún ruido, aunque seguía sin escuchar las campanas del templo

sumergido.

Otros pescadores venían a hablar con él y le insistían:

—¡Nosotros las oímos! —decían.

Pero el chico no lo conseguía.

Algún tiempo después, los pescadores cambiaron su actitud.

—Estás demasiado preocupado por el ruido de las campanas sumergidas; olvídate

de ellas y vuelve a jugar con tus amigos. Puede ser que sólo los pescadores consigamos

escucharlas.

Después de casi un año, el niño pensó: "Tal vez estos hombres tengan razón. Es

mejor crecer, hacerme pescador y volver todas las mañanas a esta playa, porque he

llegado a aficionarme a ella". Y pensó también: "Quizá todo esto sea una leyenda y, con el

terremoto, las campanas se hayan roto y jamás vuelvan a tocar".

Aquella tarde, resolvió volver a su casa.

Se aproximó al océano para despedirse. Contempló una vez más la Naturaleza y,

como ya no estaba preocupado con las campanas, pudo sonreír con la belleza del canto

de las gaviotas, el ruido del mar, el viento golpeando las hojas de las palmeras. Escuchó a

lo lejos la voz de sus amigos jugando y se sintió alegre por saber que pronto regresaría a

sus juegos infantiles.

El niño estaba contento y —en la forma en que sólo un niño sabe hacerlo—

agradeció el estar vivo. Estaba seguro de que no había perdido su tiempo, pues había

aprendido a contemplar y a reverenciar a la Naturaleza.

Entonces, porque escuchaba el mar, las gaviotas, el viento en las hojas de las

palmeras y las voces de sus amigos jugando, oyó también la primera campana.

Y después otra.

Y otra más, hasta que todas las campanas de templo sumergido tocaron, para su

alegría.

Años después, siendo ya un hombre, regresó a la aldea y a la playa de su infancia.

No

...

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