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Otra Vuelta Tuerca De Henry James

leandroText17 de Noviembre de 2013

37.418 Palabras (150 Páginas)951 Visitas

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HENRY JAMES

OTRA VUELTA DE TUERCA

(The Turn of the Screw, 1898)

La historia nos había mantenido alrededor del fuego casi sin respirar, y salvo el gratuito comentario de que era

espantosa, como debe serlo toda narración contada en vísperas de Navidad en un viejo caserón, no recuerdo que

se pronunciara una palabra hasta que alguien tuvo la ocurrencia de decir que era el único caso que él conocía en

que la visión la hubiera tenido un niño. El caso, debo mencionarlo, consistía en una aparición en una casa tan

antigua como la que nos acogía en aquellos momentos, una aparición terrorífica a un niño que dormía en el

mismo cuarto que su madre, a quien despertó aterrorizado; pero despertarla no disipó su terror ni lo alivió para

recuperar el sueño, sino que, antes de haber conseguido tranquilizarlo, también ella se halló ante la misma

visión que había atemorizado al niño. La observación dio lugar a que Douglas replicara -no de inmediato, sino

más avanzada la velada- algo sobre cuyas interesantes consecuencias quiero llamar la atención. Otra persona

contó otra historia, no demasiado impresionante, y vi que Douglas no la seguía. Entendí que eso indicaba que

Douglas tenía algo que contar, con tal de que esperásemos. En realidad, esperamos hasta dos noches después,

pero en aquella misma velada, antes de separarnos, Douglas dejó entrever lo que estaba pensando.

-Estoy completamente de acuerdo, respecto al fantasma de Griffin, o lo que quiera que fuese, en que el hecho

de aparecerse primero a un niño de tierna edad le confiere un algo especial. Pero no es el único caso de esta

clase, que yo conozco, donde se involucre a un niño. Si un niño da la sensación de otra vuelta de tuerca, ¿qué

pensarían ustedes de dos niños?

-¡Pensaríamos que son dos vueltas, por supuesto! -exclamó alguien-. Y también que queremos conocer la

historia.

Aún veo a Douglas delante del fuego, de pie y dándole la espalda, con las manos metidas en los bolsillos,

dejando caer la mirada sobre su interlocutor.

-Por ahora, nadie más que yo la ha oído. Es demasiado horrible.

Esto, claro, lo repitió varias veces para darle toda su importancia; y tranquilamente nuestro amigo preparó el

terreno para su triunfo al mirarnos a los demás y agregar:

-Va más allá de todo lo conocido. No sé de nada que se le pueda comparar.

Recuerdo que pregunté:

-¿De tan terrorífico?

Pareció decir que no era tan sencillo como eso, que tratar de definirlo sería caer en una confusión. Se pasó la

mano por los ojos e hizo una mueca de pesar.

-¡De pavor! ¡Es pavoroso!

-¡Qué maravilla! -exclamó una de las mujeres.

Douglas ni se dio cuenta; me miraba, pero como si en lugar de verme estuviese viendo aquello de lo que

hablaba.

-Es misterioso y repugnante, terrorífico, doloroso.

-Entonces -dije-, siéntate y empieza a contárnoslo.

Se volvió hacia el fuego, dio una patada al tronco y estuvo observándolo unos instantes. Luego se encaró de

nuevo con nosotros.

-No puedo contarlo. Tendré que enviar un recado a la ciudad. -Hubo un unánime suspiro y muchas quejas, tras

lo cual Douglas se explicó a su manera reconcentrada-. La historia está escrita. Está encerrada con llave en un

cajón, de donde no ha salido hace años. Puedo escribir a mi criado y adjuntarle la llave; él podrá enviar el

paquete tal como lo encuentre.

Parecía dirigirse especialmente a mí, casi parecía pedirme ayuda para no dudar. Había roto una gruesa capa de

hielo, fruto de muchos inviernos; sus razones habría tenido para tan largo silencio. El resto de la concurrencia

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se lamentó del aplazamiento, pero a mí me atrajeron sus escrúpulos. Le hice prometer que escribiría con el

primer correo y que acordaría con nosotros una pronta lectura; luego le pregunté si la experiencia en cuestión

era propia. Respondió rápidamente:

-¡No, gracias a Dios!

-Y el escrito, ¿es tuyo? ¿Anotaste tus impresiones?

-Sólo me quedó una impresión. La llevo aquí... -Se dio unos golpecitos a la altura del corazón-. No la he

perdido nunca.

-Entonces, el manuscrito...

-Está escrito con tinta vieja y descolorida y con una caligrafía bellísima. -De nuevo se volvió hacia el fuego-.

Es de una mujer. Hace veinte años que murió. Me envió las páginas en cuestión antes de morir.

Ahora todos escuchaban. Por supuesto, hubo quien se las dio de listo o al menos sacó sus conclusiones. Pero él

pasó por encima la interferencia, sin siquiera una sonrisa ni tampoco la menor irritación.

-Era una persona encantadora, pero diez años mayor que yo. Fue institutriz de mi hermana -dijo suavemente-.

Era la mujer más agradable que he conocido en su profesión; hubiera merecido otra cosa. De eso hace mucho

tiempo, y el episodio ocurrió mucho antes. Yo estaba en el Trinity y la encontré en casa al regresar para mi

segundo veraneo. Aquel año fue algo más que eso, fue un hermoso verano; y en sus horas libres dimos paseos y

tuvimos conversaciones en el jardín, conversaciones en las que me sorprendió su gran inteligencia y simpatía.

Sí, sí, no se rían: me gustaba enormemente y hasta el día de hoy me alegra pensar que también yo le gustaba a

ella. De no ser así, no me lo habría contado. Nunca lo hubiera contado a nadie. No es que ella me lo dijera, sino

que yo lo sabía. Estaba seguro, lo comprendía. Juzgarán mejor las razones cuando hayan oído la historia.

-¿Porque había pasado tanto miedo? -Continuaba mirándome fijamente.

-Juzgarán mejor -repitió-, luego.

Yo también lo miré fijamente.

-Comprendo. Estaba enamorada. Rió por primera vez. -Es perspicaz. Sí, estaba enamorada. Es decir, había

estado enamorada. Se descubrió... No podía contar su historia sin descubrirlo. Me di cuenta y ella se dio cuenta

de que yo me daba cuenta; pero ninguno lo dijimos. Recuerdo el momento y el lugar: un prado recoleto, la

sombra de las grandes hayas y la larga y cálida tarde de verano. No era un escenario para pasar miedo y, sin

embargo... ¡ay!

Se alejó del fuego y volvió a dejarse caer en el sillón.

-¿Recibirás el paquete el jueves por la mañana? -inquirí.

-Lo probable es que no llegue hasta el segundo correo.

-Entonces, en la sobremesa...

-¿Se reunirán todos conmigo aquí? -De nuevo miró a su alrededor-. ¿No se va nadie? Su tono era casi de

esperanza.

-¡Todo el mundo se queda!

-¡Yo me quedaré! ¡Y yo! -gritaron las señoras que tenían decidida la marcha. No obstante, la señora Griffin

manifestó su necesidad de que se arrojara un poco más de luz-: ¿De quién estaba enamorada?

-La historia nos lo dirá -me tomé la libertad de responder.

-La historia no lo dirá -dijo Douglas-, por lo menos no de la manera explícita.

-Peor todavía. Es la única manera de que yo lo entienda.

-¿No quiere decirlo usted, Douglas? -inquirió otro de los presentes.

Douglas volvió a ponerse en pie.

-Sí..., mañana. Ahora tengo que acostarme. Buenas noches.

Y cogiendo un candelabro, salió a toda prisa, dejándonos algo desconcertados. Le oímos subir las escaleras

desde el extremo donde estábamos del gran salón; después habló la señora Griffin:

-En fin, no sé de quién estaría enamorada ella, pero sí sé de quién estaba enamorado él.

-Era diez años mayor que él -dijo su marido.

-Raison de plus ¡a esa edad! Resulta simpático su largo silencio.

-¡Cuarenta años! -precisó Griffin.

-Y con esta explosión final.

-La explosión -retomé la palabra- convertirá en algo extraordinario la noche del jueves. Y todo el mundo

estuvo tan de acuerdo conmigo, que en comparación, perdimos interés por todo lo demás. Se había contado la

última historia, aunque de forma incompleta y sólo el comienzo del serial; nos dimos la mano y

«encandelabrados», como alguien dijo, nos fuimos a dormir.

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Al día siguiente me enteré de que la carta, con la llave, había salido en el primer correo hacia la casa de

Londres; pero, a pesar de que se difundió la noticia, o quizá debido a eso mismo, dejamos a Douglas

completamente solo hasta después de comer, hasta esa hora de la tarde propicia a la clase de emociones que

entraban en nuestras expectativas. Entonces estuvo tan comunicativo como pudiéramos desear e incluso nos dio

una razón para estarlo. De nuevo se lo sacamos delante del fuego, en el salón, lo mismo que las medidas

sorpresas de la noche anterior. Al parecer, la narración que había prometido leernos requería, para su correcta

comprensión, unas cuantas palabras que la prologaran. Debo decir aquí, con toda claridad, que el relato que

presentaré más adelante es una copia exacta, hecha por mi propia mano, mucho tiempo después. El pobre

Douglas, antes de su muerte, cuando la veía venir, me entregó el manuscrito que le llegara el tercero de aquellos

días y que, en aquel mismo lugar y entre inmensa expectación, comenzó a leer a nuestro pequeño círculo la

noche del cuarto día. Desde luego, las señoras a punto de partir y que habían dicho que se quedarían, gracias a

...

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