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Pasajero de Octubre


Enviado por   •  11 de Mayo de 2023  •  Apuntes  •  5.162 Palabras (21 Páginas)  •  135 Visitas

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Octubre

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Campeaba la época en que el hondureño Lisandro intentó una proeza singular para su tiempo: el vuelo sin escalas de Nueva York a Tegucigalpa. El público, con el alma en vilo, tenía los ojos puestos en el cielo, en espera del avión Lempira, piloteado por el audaz aeronauta nativo. Pero el aparato no apareció, porque 240 minutos después del despegue en la pista newyorkina cayó en el océano, frente al Cabo Hatteras, donde, luego de treinta y seis horas de angustiosa lucha con las olas, altas como torres, logró salvar la vida. Un buque a vapor -el Biboco- lo rescató del agua y lo condujo al puerto de Savannah. Los hondureños, al conocer la noticia, tuvieron dos reacciones distintas; la primera, de desilusión por el fracaso de la empresa y la segunda, de alivio por haberse conjurada la tragedia.

Poco años después de acaecidos estos memorables hechos, un solitario pasajero, procedente de Europa, desembarcó en Puerto Cortés, a principios del verde mes de octubre, y mientras sus compañeros de travesía eran recibidos por amigos y parientes con vivas muestras de júbilo, él se encaminó, cargando sus maletas, en dirección de la estación del ferrocarril. Compró un boleto para viajar a Potrerillos donde, casi de inmediato -pues parec1a tener mucha prisa- abordó una baronesa        que lo, transportó. a Tegucigalpa, la capital de piedra, donde un rio melancólico refleja en su corriente el vuelo de las nubes y las ánimas en pena. El recién llegado era el más completo pintor que ha dado hasta la fecha Honduras: Pablo Zelaya Sierra. que. volvía a su patria, de incógnito, sin ruido, porque nadie avisó de su regreso, consciente de que él no era ese tipo de héroe por cuya imagen deliran las muchedumbres.

2

No hacía mucho se había apagado la hoguera de la última revuelta intestina, acaudillada por el General Gregario Ferrera, y ya la tensión pol1t 1ca llegaba al límite con motivo de las elecciones presidenciales que tocaban a las puertas. Por eso nadie supo ni quiso o ir su llamado hecho en nombre de la cultura Y del a te. El grito aguardentoso de las indiadas irredentas -seducidas por el demagogo de oficio- ahogó la voz de aquel espíritu delicado que había conseguido el aplauso del público y la crítica europeas. Los cerros ensangrentados de Tegucigalpa se le echaron encima con todo el peso de sus muertos y lo aplastaron a los escasos cuatro meses de su retorno: Su corazón se detuvo el 6 de marzo de 1938. En el último octubre había cumplido los 36 años.

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Lo círculos de artistas e intelectuales españoles y americanos residentes en España, donde la vocación de nuestro compatriota        había encontrado cauce, se sintieron "dolorosamente impresionados" _al conocer el inesperado final del "ilustre pintor hondureño". _En carta dirigida al Presidente de la República, General Tiburcio Carías, que iniciaba su mandato, decían: Pablo Zelaya (cuya vida de artista fue siempre dura) tuvo en todo momento el pensamiento puesto en su patria. Su pintura hallase llena de reminiscencias y de finos trasuntos de su Honduras nativa, a la cual abandonó hace dieciocho años en busca de perfección. La carta, que tenía como propósito solicitar protección para la obra del esteta desaparecido y para la viuda y el hijo que quedaban en Madrid abandonados a su suerte, agregaba en otros momentos: Cuando hubo conquistado en España a fuerza de ímproba labor el puesto que por su talento merecía, llevó a cabo el más caro de sus deseos: el regreso a su tierra natal. Llevó consigo todas sus obras: los cuadros que merecieron en su exposición del Ateneo unánimes elogios de la crítica más severa y los de exposiciones anteriores. Más la dura condición en que se encontraba impidiole hacerse acompañar de su esposa y de su hijo, quienes con su muerte quedan en el más triste de los desamparos. Los firmanes, que se presentan como los "amigos de España y admiradores de siempre” del artista, expresaban que la mujer        el hijo de uno de los hondureños que con más brillantez han a o a conocer su patria en lejanas tierras, merecían del gobierno de su país el más decidido apoyo. No dudamos -escribían- que el Gobierno de Honduras habrá tenido igual pensamiento, más queremos nosotros sus amigos de España y sus admiradores de siempre, ser quienes lo pidan a V.E. insinuando los medios que consideramos más adecuados a este fin. En primer término, la compra por el Gobierno hondureño de las más importantes obras del artista, las que serán gala y ornamento de los salones oficiales en esa República en los cuales se expongan a la admiración de las gentes, antes de que vayan a pasar a manos extrañas que los alejen del país de origen de Zelaya, violentando así uno de sus más fervientes deseos. Calzaban la epístola con sus nombres Daniel Vásquez Díaz (maestro de Zelaya en la Academia de San Fernando), Rafael Altamira (miembro del Tribunal Internacional de La Haya), Manuel Méndez (Director de la Academia de San Fernando), Alejandro Lerroux (Presidente de la Asociación de la Prensa y del Círculo de Bellas Artes de Madrid), Juan de Encina (crítico de arte de El Sol y Director del Museo de Arte Moderno), Juan Ramón Jimenez (el célebre poeta de "Platero y yo"), Mariano Benlliure (escultor), Manuel Benedito (pintor y maestro de Zelaya en la Academia de San Fernando). Pedro González Blanco (escritor), Alberto Ghiraldo (escritor argentino residente en Madrid), Manuel Abril (crítico de arte de las revistas "Blanco y Negro", "Luz" y "El Imparcial"), Carlos Pergira (escritor, e historiador mexicano residente. Madrid), Antonio Maria Sbert (ex Presidente de la Unión Federal de Estudiantes hispanos y Diputado a Cortes), Cristóbal Ruiz (pintor español), Raúl Contreras (poeta y representante diplomático salvadoreño ante el gobierno español), José López Rey (ex Presidente de la Federación Universitaria Escolar) José Díaz Fernández (escritor y Diputado a Cortes), Manuel Labiada, (escultor) Manuel A. Pulido Méndez (escritor venezolano). Antonio Espina (escritor ), Rufino Blanco Fombona (escritor venezolano), Rodolfo Barón (salvadoreño, ex presidente de la Federación Universitaria Hispano americana), José Gutiérrez Ravé (periodista, Director de la sección hispanoamericana de A.B.C.), Eduardo García del Real ( Directo r de la Sección Ibero­americana del Ateneo y de la Casa Hispano Argentina de Madrid), Gregario Marañón (el famoso médico y escritor español), y Abel Romero Castillo (escritor e historiador ecuatoriano residente en la capital hispana).

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