Pasos en el réquiem
chinolunesApuntes30 de Noviembre de 2015
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Tocaba la armónica con un pie apoyado sobre una banca y él sentado en otra. Esa canción repetitiva que después de la cena solía tocar. Ventanas sucias. Las calles completamente vacías. Grisáceas casas se podían observar gracias a la luz del pálido crepúsculo. El cielo lívido como las cenizas hasta degradarse por el otro lado a un morado absorbente. Gotas de lluvia parecían perforar las calaminas que cubrían las casas a un ritmo que no parecía parar nunca. Los aleros de las casas se convertían en bordes de cascadas pequeñas. El agua que caía a las calles y luego al alcantarillado. Bisagras oxidadas chirreando por el viento. Vidrios de ventanas retorciéndose por el viento. Enmohecidas casas con su pintura rajada. Espectros cuadrados y nocturnos que imitaban a casas. Él tomaba la armónica como si fuera un instrumento fino, como si fuera nuevo. Una gota de lluvia entró a su nariz. Mostró los dientes y se sobó la nariz. De repente la lluvia empezó a amainar. Parecía ser la última gota de lluvia. De su casa provenían los gritos de sus padres. El sonido de cristales rompiéndose dentro de su casa. Las calaminas dejaron de sonar. Se paró y observó las calles, en ese momento tan calladas.
─Basta ─dijo.
Entró a su casa.
El sonido del golpe de la puerta detrás de su padre. Las paredes pálidas y sin ningún cuadro. Solo una fina capa de polvo que se formó años atrás. Velas encendidas y sacudiéndose por el aire dentro de la casa. Halos naranjas de luz palpitando en las paredes al ritmo del fuego de las velas. La madre arrodillada en el piso y sobándose la cara con las manos. Litros de algún líquido verde esparcidos por el piso. Le veía la espalda. La madre levantó su cabeza y vio a su hijo que estaba detrás de ella. Vio el rostro de su madre. Un rostro demacrado. Como si imitará las paredes de la casa. La madre recogía pedazos de algún vaso o plato de cerámica quebrados en el piso.
─Párate ─le dijo─. Tenemos que hablar.
No se paró y siguió limpiando el piso con un trapo. Como si estuviera condenada.
─Párate ─le volvió a decir. Ella no hacía caso, seguía con la cara llena de lágrimas y limpiando el piso─. Madre, párate ─le repitió.
Se paró, pero no vio al hijo. El hijo siguió a la madre con los ojos. La madre lavó el trapo, al exprimirlo el agua se volvía marrón y la cocina se envolvía por un olor fuerte a alcohol. Como poniendo sus esperanzas en ella, le tocó el hombro. Luego la madre lo vio y empezó a llorar. Puso su cabeza en el pecho flaco de su hijo.
─Otra vez lo dejaste pasar ─el hijo no dejaba de ver a su madre.
─Hijo, no me hables ─contestó al fin la madre.
─No puedo evitarlo. Debes dejarlo ya.
Ayudó a su madre a seguir limpiando el piso. No se vieron. Ojos lagrimeando de la madre, gotas saladas seguían mojando el piso. Esperó a que se levantara, pero no volvió hacerlo. La madre se quedó agachada y contemplando las mayólicas del piso. Se alejó de su madre. La volvió a ver.
─ ¿Qué puedo hacer? ─dijo la madre desde donde estaba. Sollozando.
─Vámonos. Puedo conseguirte otro sitio donde vivir. Tal vez Vicente pueda buscar algún lugar. Tú sabes cómo es él. Puede buscar un lugar.
─Sé que te esfuerzas, pero no creo que pueda. Tú también sabes cómo es este lugar. Tu hermano te lo dijo, ¿recuerdas?
Salvador asintió. Claro que lo recordaba. Vio a su madre otra vez, no había algo que él pudiera hacer.
─Iré a dormir ─murmuró el joven─. Buenas noches
─Ve, no te preocupes. Buenas noches.
─Buenas noches.
El sol despuntando por el este a la mañana siguiente. Amanecer morado y desgarbado. Nubes plateadas y opacas empezaban a moverse por el viento, como pintadas por un lienzo. Esperaba que la lluvia empezara. Limpiaba su armónica con una franela agujereada. Silbaba la canción que deseaba tocar. En una empinada a la distancia divisó un perro que se movía lentamente y tambaleando. Se paró y tomó sus binoculares y empezó a ver al raquítico animal que empezaba a ladrar. Estaba ladrando sin cesar y trataba de mantener el equilibrio. Tenía una pata rota que colgaba y que se mecía por el viento. Parecía pedir ayuda con ladridos casi sordos. Como si fueran la última agonía de su débil garganta. La sarna lo estaba consumiendo: heridas rojas en todo su cuerpo. Cicatrices de peleas invadían su cuerpo como hormigas trepando comida. Sintió pena por el animal, pero no podía hacer algo para ayudarlo. Vio al animal cayéndose, un disparo en su vientre lo había tumbado. Dejó los binoculares y se volvió a sentar. La lluvia no llegaba. Cerró los ojos y se quedó dormido.
Soñó con su hermano. Los dos jugaban con agua. Gritaban y jugaban. Parecía un sueño lejano perteneciente a otros tiempos. Tiempo que parecía no existir. En realidad era un recuerdo. El recuerdo aparecía de vez en cuando. Como el inicio de una tristeza menuda. Cuando se levantó vio sus manos.
─Mi hermano no está. Está muerto ─se dijo y volvió a cerrar los ojos. Cuando volvió a levantarse lágrimas caían por sus ojos. Se paró y se incorporó. Salió de su casa y volvió a pensar en su hermano.
Encendían un cigarro. Caminaban por la estrecha calle que emanaba un olor a sangre y a humedad. Paredes de color verde por el moho. Anuncios de cosas que no existían. Basura arrimada a los bordes de la pista. Una pequeña cabina de teléfono abandonada y con los vidrios rotos y con el teléfono colgando. Espigados postes de luz. Calles muertas. Un gato muerto les llamó la atención, pero luego recordaron el sitio donde estaban y el asombro pasó. Cucarachas y hormigas y gusanos de mosca comiéndose el gato. Los dos intercambiaban el cigarro luego de cada chupada.
─ ¿Otra vez se pelearon? ─ dijo Vicente.
─Sí, mis padres se están matando. Es una mierda. Completamente una mierda.
─No hablaste con ella.
─Sí. Intenté, pero no me escucha. Es como si estuviera muerta. Le dije que podía conseguir otro lugar para vivir. Que tal vez tú podías ayudarme. Pero no quiere irse. No sé por qué.
─Salvador, debes de hacer que escuche.
─ ¿Cómo?
─No lo sé, tú eres su hijo.
─Te salvas porque no tienes padres.
─Me gustaría tener un padre. Una madre.
─Pero no como los míos.
─No como los tuyos.
Acabaron el cigarro y tiraron la colilla al alcantarillado. Entraron a una tienda que tenía los vidrios rotos. Los pasillos vacíos. Olor a desinfectante. Los estantes llenos de cosas inservibles. Cables de cobre. Platos de cerámica. Botellas de vidrio y de plástico. Cajas de cartón con trapos sucios. Latas de aceite podridos. Basura acumulada en las patas de los estantes. Al final del pasillo estaba sentado un señor con papada rellena y con un bigote grasoso. Tenía ojeras como pintadas con carboncillo bordeando la parte inferior de sus ojos. Dormía con los ojos entre cerrados. Roncaba agonizante. Vicente golpeteó la mesa que estaba el frente del gordo con sus dedos. Se podía oler su sudor que quedaba absorbido por sus viejas ropas. Tenía los ojos bizcos, uno miraba a Vicente y otro a Salvador.
─Levántate gordo ─dijo Vicente.
El gordo se sobó los ojos rojos recién abiertos. Secó la saliva que caía por su barba y resolló. Su aspecto era totalmente grotesco. Gesticulaba con desgano. Con solo abrir la boca para respirar parecía emanar gases de desagüe que prevenían de su estómago o hígado podridos. Orejas llenas de vellos opacos y largos.
─ ¿Qué pasa? ─dijo el gordo. Sus dientes estaban amarillos y algunos negros y algunos habían caído años atrás.
─Necesitamos algo.
─ ¿Qué? ─no dejaba de hacer mohines con su boca y cejas.
─Algo para cortar un alambre. Un alicate.
─Bueno… Justo acaba de llegar uno. Es viejo, pero servirá.
─ ¿Cuánto nos va a costar?
─Escucha ─ empezó a hablar en voz baja. Salvador veía como en su boca se formaba una densa saliva de color blanco que se estiraba entre sus dos labios. Se dio cuenta que tenía una enorme cicatriz detrás de la oreja─. Si me hacen un favor, no les costará.
─ ¿Qué clase de favor?
─Lleva un poco de cocaína a esta dirección. Es solo un poco ─sacó una pequeña hoja de papel de su bolsillo. Marcas de su dedo se quedaron en el papel, manchas oscuras de grasa y sudor. Era el corte de un mapa del lugar. Señaló una equis con su dedo gordo.
─Sabes que es ilegal, Vicente. No podemos hacer esto ─dijo Salvador mientras jalaba del hombro a su amigo.
─Salvador. Tendrás lo que quieres ─le murmuró y apartó la mano de Salvador de su hombro.
─Mierda, no voy a hacer esto. No lo voy a hacer.
...