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Una excursión a los indios ranqueles: la problematización del otro


Enviado por   •  4 de Noviembre de 2019  •  Ensayos  •  2.102 Palabras (9 Páginas)  •  166 Visitas

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Una excursión a los indios ranqueles: la problematización del otro

Una excursión a los indios ranqueles es la obra escrita por Lucio Victorio Mansilla (1831-1913) que, de la mano de Martín Fierro de Hernández –con quien comparte el lugar de obra cúlmine en la exposición de esta tensión–, refleja la compleja interacción que se produce en la ambigua línea de contacto entre la “civilización” y la “barbarie” dada a llamarse frontera. La obra en cuestión se inscribe dentro de un fenómeno producido en la segunda mitad del siglo XIX en el que se realizan un conjunto de excursiones “Tierra Adentro” con el fin de anexar las tierras del territorio pampeano expandiendo la frontera, respondiendo al proyecto de Nación propuesto por Sarmiento y al naciente desarrollo del modelo agroexportador. Comienzan a surgir entonces una serie de discursos que escapan del modelo hegemónico (al cual sí responden los relatos de viajes) y se inscriben en una línea discursiva heterodoxa que tensiona las representaciones propuestas anteriormente del desierto y del indio, pues el mismo hecho de que el enunciante sea un viajero, y por ello testigo y protagonista, implica que la experiencia y por ende la representación del otro esté condicionada y transformada por la experiencia[1].

Si bien es cierto que la literatura de frontera como género titubea muchas veces entre lo ficcional y lo factual –más allá del complejo problema que implica el análisis del reflejo de la verdad histórica en la literatura–, nos resulta interesante reflexionar acerca de estas nuevas representaciones propuestas puesto que, a nuestro entender, significan una problematización importante de la configuración del otro y el territorio que está directamente relacionada al contexto histórico-político de la época y, fundamentalmente, a la intención de generar un proyecto de nación concreto y efectivo.

Como hemos dicho, existe un discurso oficial que define al desierto como un espacio vacío y al indio como el irremediablemente salvaje que nunca podría ser incluído en el proyecto de Nación. Si bien es cierto que al comienzo de la obra se realiza desde la pluma de Mansilla una división tajante entre civilización y barbarie cuando dice, por ejemplo, al relatar el episodio en que junto a un soldado carga al enfermo Linconao y su cuerpo rozó su rostro, que “aquel fue un verdadero triunfo de la civilización sobre la barbarie; el cristianismo sobre la idolatría. Los indios quedaron profundamente impresionados; se hicieron lenguas alabando mi audacia y llamáronme su padre”[2]; también es cierto que Mansilla problematiza a lo largo de toda la obra la representación tanto del indio como del territorio e incluso del gaucho. Sus redacciones permiten entender que la experiencia del viaje ha motivado en él un cambio de paradigma respecto al discurso hegemónico: “Yo creía entonces que los pueblos grecolatinos no habían venido al mundo para practicar la libertad y enseñarla (...) sino para batallar perpetuamente con ella. (...) Hoy pienso de distinta manera. Creo en la unidad de la especie humana y en la influencia de los malos gobiernos”[3]. He aquí dos puntos centrales en la propuesta de Mansilla: por un lado, su crítica al proyecto  de construcción de la nación presentado por Sarmiento, y por otro, la superación del determinismo racista presente en la descripción hegemónica del desierto y sus habitantes. Ambas partes se relacionan y condicionan directamente: Mansilla deja de proponer la imposibilidad de integrar al indio en el proyecto de nación porque, a partir de sus viajes y experiencias, se distancia del eurocentrismo presente en las propuestas anteriores entendiendo que el indio no es, como se ha dicho, un salvaje sin rastro de humanidad, sino que, al contrario, entiende que existe una humanidad común a todos los sujetos, y que si el indio se comporta como lo hace, es precisamente porque los gobiernos lo han abandonado a su suerte, condenándolo a la barbarie eterna, cuando, sin embargo, tienen incluso saberes de los cuales el blanco podría nutrirse: “¿qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que hacían? ¿Les hemos enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, humanitaria, cristiana de los gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, nos cautivan, nos incendian las poblaciones, es cierto. ¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábito de trabajo? (...) Y entonces, ¿qué tiene que decir nuestra decantada civilización? Quejarnos de que los indios nos asuelen, es lo mismo que quejarnos de que los gauchos sean ignorantes, viciosos, atrasados. ¿A quién la culpa, sino a nosotros mismos?”[4].

De éste modo, el autor atraviesa la frontera pero no como un enviado de la civilización ante un mundo bárbaro e inhóspito, sino sumergiéndose en una realidad de intercambio intercultural que él mismo reconoce, por ejemplo, cuando afirma que “los bárbaros pueden darles lecciones de humanidad a los que les desprecian”[5].

En cuanto a la tierra respecta, a la descripción del espacio y sus cualidades, sucede algo similar. Para Mansilla, el desierto no será ese inacabado espacio vacío castigado por Dios por su inaccesibilidad y abandono, sino que lo entiende como la antítesis de la ciudad, pero en un sentido positivo: “prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a éste hormigueo de gente atareada, a estos horizontes circunscriptos que no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno”[6]. Y es que él no ve en el desierto el infierno poblado por los bárbaros, sino un extenso territorio, hermoso y libre que si ha sido abandonado y castigado por alguien ha sido sólo por el gobierno que no ha sabido ser eficaz en su tarea como educador e integrador[7]: “la civilización es, de todas las invenciones modernas, una de las más útiles al bienestar y a los progresos del hombre. Empero, mientras los gobiernos no pongan remedio a ciertos males , y continuaré creyendo en nombre de mi escasa experiencia, que mejor se duerme en la calle o en la Pampa que en algunos hoteles”[8].

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