La ficción sale al rescate de la verdad
frannInforme31 de Julio de 2011
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Culturas / Edición Impresacine / CRÍTICA / entre los muros
La ficción sale al rescate de la verdad
Cineasta de lo real, Laurent Cantet hunde su mirada en un aula francesa y emerge con un
poético tratado sobre lo que importa.
Leonardo M. D’Espósito
16.04.2009
Después de cuatro largometrajes, no quedan dudas respecto de que Laurent Cantet es un
cineasta de lo real. Incluso cuando quiso ser explícito, un poco más ficcional, y optar por
alguna estrella en el cartel –su film anterior, “Bienvenidas al paraíso”, que narraba la
historia de mujeres maduras en viaje de turismo sexual– lo que le interesa es el contexto,
las consecuencias a largo plazo de tal o cual situación. No sólo el contexto exterior a los
personajes, sino también el emocional y, especialmente, el lazo entre ambos. En “Recursos
Humanos”, no importaba tanto cómo ese joven economista comenzaba su carrera con el
encargo de despedir gente –incluso a su propio padre– de una fábrica ni cómo “se pasaba de
bando”: lo que importaba era el proceso y la transformación. Lo mismo en el mentiroso de
“El empleo del tiempo”. En “Entre los muros”, Cantet vuelve al mundo de las instituciones
para realizar un diagnóstico sobre la educación. Un profesor –profesor además en la vida
real y autor de los relatos sobre los que se basa el film– trata de que sus alumnos de
secundario se interesen (no digamos ya “aprendan”) por estar en el secundario. Como es
obvio, el sistema educativo no genera demasiado interés y el mundo que rodea a estos
adolescentes, tampoco. No se trata aquí de protodelincuentes juveniles, ni ésta es “Aulas
peligrosas”, donde la belleza discordante de Michelle Pfeiffer amansaba fieras raperas y las
transformaba en intelectuales de fuste. Como dijimos, Cantet es un cineasta –y por la
manera elegante, abstracta de disponer sus materiales, un poeta– de lo real. Estos chicos
son franceses de varias capas sociales y orígenes étnicos. Entre ellos se repiten las mismas
tensiones de todo tipo que aquella sociedad ha sabido crear: de allí que la clase del profesor
François Martin parezca una especie de catálogo de la violencia cotidiana (y no de la
violencia “a los golpes”, sino la de trato, la de forzar las cosas o la de sentirse forzado a
algo que no tiene nada que ver con nosotros). Sin embargo, Cantet elude la tentación de la
metáfora: no coloca personajes arquetípicos para que el aula sea alegoría de la sociedad
(algo bastante frecuente en el cine estadounidense), sino alumnos reales. Así, el aula es otra
figura retórica más interesante, la metonimia: lo que pasa en este secundario es, ni más ni
menos, una parte más de lo que pasa en toda la sociedad. Sus tensiones son similares, sus
problemas son los mismos y las consecuencias, necesariamente, más graves.
El film nunca deja de lado el hecho de que la educación es seminal y de que tal idea no está
desarrollada en sus alumnos. De que la gran lucha consiste, justamente, en vencer el
desinterés, en que el contraste entre el modelo de mundo que presenta la escuela y el que
los alumnos sienten como real cuando están despertando a las tensiones de lo cotidiano es
enorme y es imposible explicarlo. Lo que hace Cantet para que esta realidad sea más
inmediata es colocar la cámara a la altura de los personajes, seguirlos, registrarlos de modo
documental, reconstruir –rescatar– mediante la ficción una verdad. Aquí la manipulación
necesaria para la construcción de un film está disuelta en esos rostros y esas palabras que
cada alumno profiere.
El realizador
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