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Poesia


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2013  •  Informes  •  1.243 Palabras (5 Páginas)  •  228 Visitas

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Era inevitable el que yo fuese poeta: lo fue mi abuelo, Manuel Alejandro Carrión Riofrío; lo fue mi padre, José Miguel Carrión Mora y lo fueron sus hermanos Héctor Manuel y Manuel Benjamín; lo fue mi tío- abuelo Emiliano Mora Bermeo y mis tíos-segundos Eduardo Mora Moreno y Manuel José Aguirre: la poesía estaba en mi sangre. No se ya cuando escribí mi primer poema, pero a los 14 ya los publicaba y a los 17 tenía listo para la imprenta (a donde no fue sino después de muchos años) mi libro primigenio, “Poemas de un portero”.

Creo que soy poeta: el expresarme en poesía es consustancial con mi ser. Escritores de clara sensibilidad crítica como Gonzalo Zaldumbide, Isaac J. Barrera, Benjamín Carrión, Angel F. Rojas o Alfredo Pareja han encontrado en mi prosa, en cuentos o ensayos, viva mi poesía. El don poético solamente me ha sido negado por el crítico Hernán Rodríguez Castelo, quien lo hizo por seguir a Enrique Anderson Imbert (1), exagerando al seguirlo, pues el crítico argentino no negaba que yo fuese poeta, sino que decía -refiriéndose a mi poema “El árbol”- que “pesos innecesarios” cargaban mi expresión. En todo caso, para mí una golondrina no hace verano.

Dije ya que mi primer libro de poesía fue “Poemas de un portero”, escrito cuando yo era colegial de secundaria. No lo publiqué oportunamente y se perdieron varios poemas. Su ingenuidad es, acaso, su único mérito: para Alberto Baeza Flores, que escribió un ensayo sobre él, hay en su inocencia cualidades que yo nunca sospeché. En sus páginas se halla el “Poema del canto viajero”, con el que gané en 1933 el primer premio del Instituto Nacional Mejía: allí se anuncia ya parte de mi poesía de “Luz del nuevo paisaje”. Incluí mí libro adolescente al publicar la actual colección por primera vez en 1961, diciendo: “¿Quién tiene valor suficiente para arrojar de su vida el recuerdo de su adolescencia?” “Luz del nuevo paisaje” se publicó en Quito en 1935, gracias a la generosidad sin límite de Jorge Fernández, que usó la hermosa imprenta de su padre don Leopoldo. Salió a un tiempo que “Escafandra”, de Ignacio Lasso, “Canto a lo oscuro”, de Humberto Vacas Gómez; “Nuevo itinerario”, de Pedro Jorge Vera: todos libros iniciales de poesía, junto al libro de cuentos del propio Fernández titulado “Antonio ha sido una hipérbole”. Los escritores de “Elan” llegábamos al libro. El mío fue maravillosamente ilustrado con grabados en madera de Eduardo Kingman y tuvo increíble éxito, iniciado por un artículo de Jaime Chávez en “El Día”. El poema “Buen año” fue traducido al inglés y al alemán; y el poema “Luz del nuevo paisaje”, al inglés y al francés.

Los poetas norteamericanos Dudley Fitts y Franóis St. John tradujeron, además, al inglés “Bloqueo a la esperanza roja”, “Canción de la cosecha”, “Cimiento y desarrollo de la vida tranquila”, “Sequía” e “Inundación”, y la editorial “New Directions”, de Nueva York, los publicó en texto bilingüe a tiempo que me proclamaba uno de los cinco “Jóvenes Poetas de América” con Tennesee Williams, John Frederick Nims, Jean Garrigue, Eve Merriam y Dudley Fitts me incluía en su monumental Antología de la Poesía Americana, producida en edición bilingüe por la propia New Directions.

La Revista Hispanoamericana de Buenos Aires, dirigida por Victoriano Lillo Catalán, me confirió su Premio Hispanoamericano de Poesía; Marcos Fingerit me invitó a colaborar en su famosa revista “Fábula”, donde hacía sus primeros ensayos, desde España, Camilo José Cela. En Guayaquil, la famosa página literaria de “El Telégrafo” proclamaba a “Salteador y guardián” el mejor poema del año 1934: ilustrado maravillosamente por Eduardo Kingman, este mismo poeta ganaba el concurso de la Primera Exposición del

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