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Tres Tristes Tigres Raúl Ruiz.

Catapolar27 de Diciembre de 2011

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En esta oportunidad, Ruiz irrumpe en las pantallas del cine chileno con una apuesta interesante, novedosa y rupturista. No es sólo una forma diferente de "hacer" cine, sino también de mostrar que en cada tramo de la cinta, los detalles de nuestro sello local, se esparcen en las historias sufridas de cada personaje. La adaptación cinematográfica de la obra de teatro de Alejandro Sieveking “Tres tristes tigres”, es sin duda alguna, un paso al emprendimiento que trata de perseguir Ruiz en todas sus creaciones.

Lo primero que podemos mencionar, es que la cinta de Ruiz, a diferencia de la obra convencional de Sieveking es muy rupturista y por ende muy particular. "Tres tristes tigres" es una especie de radiografía chilena, posible de apreciar claramente gracias a sus diálogos ondulantes que llevan al espectador de un lado a otro transformando el escenario en un campo entregado con fuerza al vaivén de la trama narrativa. Lo primero que pone al "Chile" sesentero sobre la mesa es el increíble choque realista que presentan las escenas de la obra; el uso del lenguaje de calle, los reconocibles estereotipos de los personajes, la exploración psicológica vaga y poco sofisticada de los mismos, y sin duda alguna, la exposición inmediata del conflicto y sus posibles proyecciones. Este realismo es aprovechado a la perfección por Ruiz para darle esa complicidad pronta al espectador. El conflicto refleja, con una mordaz mirada crítica, la naturaleza clasista e injusta de la sociedad chilena de los años sesenta, como en una cadena biológica alimentaria, el más "grande" puede sin remordimientos devorarse al más "chico". Esta visión política-social, Ruiz la traspasa de una forma directa y crítica, sin entramarse en muchas vueltas para tratar el asunto. Pero, no es lo único que el director intenta transmitir a través de la película. Ruiz quiebra estos esquemas realistas ya mencionados al momento de explorar la estructura psicológica y la circunstancia existencial de los personajes populares de Amanda y Tito. La manera en que la exposición de sus vidas ataña la confusión, el miedo, y la desesperanza, otorgan al rodaje un nuevo aire denso, paradojal, circulante entre lo piadoso y lo

reprochable.

Ruiz, instala entre los oprimidos la idea de la rebelión, haciendo creer a quien siga cada escena de la obra, que la revolución es el camino para llegar de alguna u otra forma, al progreso y la libertad. Recordemos que al final de la película, en vez de aceptar su triste destino pasivamente, Tito se revela y agrede crudamente a Rudi. A Ruiz le place mostrar esa sangre caliente y palpitante de los jóvenes que no creían que la línea de su destino debía recorrerse de forma inalterada, todo lo contrario. Pero ¿Qué diferencia a estos jóvenes sesenteros chilenos de los restos de miles de muchachos revolucionarios existentes en el mundo entero? He aquí donde aparece lo local que sólo un espectador nacido en tierras chilenas podría evidenciar. No se trata sólo de las expresiones regionales de los personajes, no se trata sólo de la vestimenta nítida incluso en blanco y negro, no se trata sólo de una simple apariencia aparente; es todo lo que surge de aquella marca innegable que se evidencia en el hablar de los tigres sufridos de la obra cinematográfica, esa tradición del inalterable presente amargo, congénito, repleto de piedras para patear en un país retrogrado y dormido. Los Tres tristes tigres de Ruiz son los que hacen posible esa emergencia local diáfana y sincera, son los que aportan el reflejo de la sociedad de la época, la búsqueda incipiente del desahogo y la entereza. Luis Alarcón, un sureño que encuentra a Tito en un bar con ánimos de pasarla bien, que financia la juerga hasta que se le termina el dinero, y así Ruiz contrapone a este personaje a Tito, el explotado y oprimido, y crea este enfrentamiento que

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