Los Doce
burgos123Síntesis21 de Octubre de 2013
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El año 1959 nació con la huelga general revolucionaria, convocada por el Comandante Fidel Castro para enfrentar la maniobra del “gobierno provisional” surgido luego de la huida de Batista. Logrado ese objetivo, la huelga fue levantada al cuarto día. Con la dictadura se derrumbó también toda la dirección sindical en todos sus niveles. Las nuevas direcciones obreras elegidas provisionalmente en los primeros días de la revolución respondían en su casi totalidad al Movimiento 26 de Julio.
Se formó un Comité Coordinador que dirigiría al movimiento obrero hasta el próximo congreso de la Central de Trabajadores Cubana. Estaban representados todos los sectores que habían combatido a la dictadura y a la burocracia mujalista: el MR 26 de Julio, la rama “histórica” del Partido Ortodoxo, sectores del Partido Auténtico (Prío Socarrás), el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y los comunistas. David Salvador Manso, quien había renunciado al Partido Socialista Popular (Comunista) en 1946, por su política de apoyo a Batista, fue elegido responsable general. Había ingresado al MR 26 de Julio en 1955, y era el dirigente de la “Sección Obrera” del mismo desde 1957, miembro de la Dirección Nacional del Movimiento y uno de los principales organizadores de la fracasada huelga del 9 de abril de 1958. Había sido capturado por la policía de Batista en octubre y liberado cuando cayó la dictadura.
El 18 de noviembre de 1959 se inauguró el X Congreso de la CTC, o “I Congreso de la CTC Revolucionaria”. Fidel Castro se dirigió a los más de 3200 delegados, quienes no habían sido “elegidos a dedo, sino designados por los trabajadores, que expresaban la opinión libre de éstos y tomarán libremente sus acuerdos”. También recordó que fue la clase obrera la que dio, en la huelga general que promovió el Ejército Rebelde, el golpe final a aquellos planes de escamotear al pueblo la victoria a última hora. “Fue la huelga general la que le dio todo el poder a la Revolución”.
El sábado 21 se procedió a elegir a la nueva dirección obrera. En medio de grandes discusiones, se comprobó que los delegados del 26 de Julio y los Auténticos sumaban unos 3000 mientras que los comunistas y sus aliados solamente 265. La relación de fuerzas entre las “fuerzas democráticas” y el PSP era de 11 a 1, a pesar de lo cual, entre los 13 candidatos al nuevo Comité Ejecutivo fueron incluidos 3 comunistas.
Ese mismo día intervino nuevamente Fidel, quien atacó abiertamente a las polémicas desatadas, planteando que cualquier división o pugna en el Congreso alegraría enormemente a los enemigos de la Revolución: “¿Qué cosa extraña ha sido eso al entrar aquí hoy, si ustedes eran aquellos de la misma noche solemne? ¿Qué cosa extraña ha habido que esto parecía un manicomio?”. Remarcó, además, que la clase trabajadora quería constituirse en ejército para defender la Revolución, pero que era absurdo pensar que un ejército estuviera constituido por facciones.[7] Finalmente manifestó que “no había propuesto pactos con nadie”, y propuso un voto de confianza para David Salvador, quien confeccionaría una nómina de candidatos al futuro Consejo Ejecutivo. La moción fue aprobada por unanimidad, reflejando la absoluta adhesión y confianza hacia Fidel por parte de los trabajadores.
Paralelamente a esta intervención, Raúl Castro trabajaba en los corredores del Congreso convenciendo a los delegados. Finalmente se impuso el criterio de la candidatura unitaria. Se redujo el número de miembros a seis, tres por cada tendencia. Salvador, ratificado como Secretario General, sería el que decidiría con su voto. Los comunistas conquistaron las estratégicas secretarías de organización (que les permitiría ir ganando los sindicatos locales) y de relaciones internacionales.
La purga de los dirigentes no afectos al PSP comenzó enseguida. En los primeros cuatro meses de 1960 más de veinte dirigentes del MR 26 de Julio o que habían sido elegidos libremente fueron depurados acusados de “mujalismo”. David Salvador, cansado de quejarse ante el gobierno, convencido de que lo engañaban, renunció a mediados de marzo. En noviembre del mismo año fue apresado cuando aparentemente quería salir de Cuba.[8]
De acuerdo a la historia oficial, a principios de 1960, había comenzado un proceso de erradicación del “mujalismo”. Se instauraba así el criterio “unitario” en la dirigencia, y así “entraron a reforzar la unidad obrera numerosos ex-dirigentes de la época unitaria de la CTC, veteranos combatientes de honestidad a toda prueba”. La época unitaria había sido la de 1938 a 1944, cuando el PSP controlaba la central obrera con la anuencia del primer gobierno de Batista, quien además había incorporado ministros comunistas a su gabinete. Para noviembre de 1961, en el XI Congreso “ya en Cuba se había acabado el fulanismo sindical, el problema de las ‘tendencias’ obreras!...”.[9] Para que no hubiera dudas, en la sesión inaugural habló Lázaro Peña, “quien desde hacía unos meses prestaba su vasta experiencia (...) junto a otras prestigiosas figuras comunistas, bien probadas en su honradez y capacidad en la época de la CTC unitaria, del 1939 al 1947”. Desde entonces, la CTC fue dirigida por Peña hasta su muerte, en marzo de 1974.
Esta intervención estatal en los organismos obreros, y el consiguiente copamiento del aparato sindical por los estalinistas vernáculos fueron aceptados por las bases y los cuadros debido al extraordinario prestigio de la dirección revolucionaria, pero iba a tener sus consecuencias. Ya en 1962, estudiando el problema del elevado ausentismo en las fábricas, Ernesto Guevara afirmaba: “Nos hemos quedado muy atrás en lo que toca a la implicación efectiva de la clase trabajadora en sus nuevas tareas de dirección. ¿De quién es la culpa? Evidentemente la culpa no es suya, es nuestra, del ministerio y de los dirigentes obreros. De ambos. Pero, ¿de quién en mayor medida? Esto podría desde luego discutirse o aclararse; pero el hecho es que la culpa es nuestra. Nos hemos transformado en perfectos burócratas en ambas funciones...”
“A veces nosotros analizábamos en nuestros consejos directivos, cuál era el origen real de esta apatía. Por qué grandes, enormes tareas que competen directamente a la clase obrera, tenían que surgir siempre como iniciativas burocráticas. (...) ¿Qué debíamos hacer para que la participación de la clase obrera en la dirección de la fábrica y de las empresas fuera siempre más consciente y siempre más determinante?”[10]
Esta apatía advertida por el Che en realidad era el resultado de una estructura a la que él mismo había contribuido a crear:
(...) los gobernantes de un país identificado con su pueblo, piensan qué es lo mejor para ese pueblo, lo ponen en números más o menos arbitrarios, pero con una base lógica, sensata, y lo van mandando de arriba hacia abajo, por ejemplo, desde la Junta Central de Planificación al Ministerio de Industrias, donde éste le hace ya las rectificaciones que estima convenientes, porque está mas cerca de la realidad que aquellas otras oficinas. De allí sigue pasando hacia abajo, hacia las empresas que le hacen otras rectificaciones. De las empresas pasa a las fábricas, donde se hacen otras rectificaciones y de las fábricas pasa a los obreros, donde ellos tienen que decir la palabra final en cuanto al plan.[11]
Con toda esa jerarquía desde arriba hacia abajo, los trabajadores lo único que podían hacer era decir justamente “la última palabra”, pues lo que llegaba al lugar de trabajo ya era un plan decidido y sólo podían expresar mayor o menor aceptación o rechazo, a lo que el gerente de la fábrica podía prestar atención o ignorar. En el mejor de los casos, los obreros podían implementar el plan, o ser alentados a buscar formas más innovadoras y eficientes para ello, a ser más productivos - un esquema parecido al concepto de “equipo” que se usa en la moderna industria capitalista- pero de ningún modo podían cuestionar en una amplia escala las premisas del plan. Este particular "camino al socialismo", en ausencia de órganos básicos de democracia obrera, donde una dirección se autoperpetúa en el gobierno, con poder ilimitado para elaborar planes y leyes e imponerlas, basado en lo que esa dirección considera que es lo mejor para el pueblo, no podía sino generar “apatía” en la clase supuestamente “sujeto de la revolución”.
Hubo que esperar al fracaso de la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar, para que Fidel Castro admitiera, el 3 de setiembre de 1970: “Vamos a comenzar la democratización del movimiento laboral. Si el movimiento de los trabajadores no es democrático, no sirve. El trabajador que sea verdaderamente elegido por una mayoría, aparecerá como un individuo con autoridad, no como un don nadie”.[12] Dramática admisión, a 10 años de “construcción del socialismo” y “dictadura del proletariado”. Todavía hoy, a 40 años, Fidel podría volver a decir lo mismo.
La Revolución Cubana y el estalinismo
Desde el comienzo de la revolución, las sospechas por parte del establishment norteamericano y la burguesía cubana sobre el comunismo encubierto de sus dirigentes no escasearon. A ello contribuyó la temprana admisión de los militantes del antiguo PSP a las filas del movimiento revolucionario que, aunque resistida por muchos miembros del 26 de Julio, fue finalmente impuesta por la voluntad de Fidel, Raúl, el Che y algunos otros dirigentes. En general, la desconfianza de quienes se oponían no obedecía a una cerrada posición anticomunista y pro-burguesa, sino a la conducta oportunista del PSP durante el primer gobierno
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