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Por Adolfo Preciado


Enviado por   •  3 de Marzo de 2016  •  Documentos de Investigación  •  4.461 Palabras (18 Páginas)  •  281 Visitas

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Por Adolfo Preciado

¿Cómo? ¿sólo platicar? Pero si eso es perder el tiempo, en vez de hacer algo útil. Pues sucede que mucha gente no lo considera así, además, a la mayoría le encanta sólo conversar. El intercambio oral entre dos o más personas puede, o no, ser una conversación. Una reunión de negocios no es una conversación, aunque por momentos lo sea; tampoco lo son los informes, o los intercambios de información. Mucho menos los encuentros en los que una o más personas reciben algún tipo de enseñanza, guía u orientación.

Lo cierto es que la verdadera conversación, no tiene ningún fin definido, ni lo necesita: es un fin en sí misma. Seguramente los humanos hemos estado conversando durante miles de años, la mayoría de las veces simplemente por el placer de hacerlo. Somos una especie con una gran "oralidad", necesitamos hablar y que nos hablen; el silencio impuesto es uno de los peores castigos, y de los más crueles; su efecto es devastador.

Montaigne lo dice probablemente mejor que nadie: "El ejercicio más útil y natural para la mente es, en mi opinión, la conversación. La considero más agradable que cualquier otra actividad; y por esta razón, antes consentiría en perder mi vistaque mi oído y mi habla". Y luego agrega: "Mientras que el estudio de los libros es lánguido y débil, la conversación estimula y enseña de inmediato". Esto, por supuesto, no quiere decir que desprecie la lectura pues en otro de sus ensayos considera a sus libros como sus mejores amigos. Simplemente implica que la tarea no termina con leer, además hay que conversar.

No es infrecuente que la lectura propicie o estimule la conversación. Una persona recomienda y luego presta un libro a otra, después de un tiempo prudente la busca (es preciso conocer su opinión sobre el texto) “¿Qué te pareció?, ¿verdad que es excelente?” Le haya o no agradado el libro al otro, la situación da pie para un animado intercambio, se ponen a conversar. Obviamente la gente platica de un sinnúmero de temas y no sólo de los libros; pero no es un mal pretexto para hacerlo. Además, de acuerdo a Descartes, “la lectura de buenos libros es como una conversación con las mejores mentes de siglos pasados”.

Mucho se escribe sobre los efectos de la tecnología, de las computadoras y del Internet, sobre la comunicación humana. Yo considero que estas son herramientas maravillosas de las cuales no podría prescindir; sin embargo, estoy convencido de que la conversación directa de dos o más personas, frente a frente, es muy superior a cualquier chateo virtual. La conversación es rica en elementos que estimulan el intercambio de ideas de una manera mucho más ágil y económica. Además, están presentes una serie de factores adicionales que matizan el discurso e incrementan enormemente el significado. Las miradas, los gestos, el lenguaje corporal, las inflexiones de la voz, las pausas, el énfasis y hasta las vacilaciones y repeticiones, simplemente son imposibles de obtener al utilizar medios electrónicos.

 

 

Pero la presencia, a todas luces necesaria, de esta tecnología y el aumento exponencial en su utilización, es vista de manera diferente por personas de diversas edades y de su capacidad de adaptación. Por lo mismo, parece ser que la conversación empieza a adquirir el estatus, cada vez más evidente, de un arte, si no olvidado, cada vez menos frecuente. Y esto es una verdadera pena, pues es indudable que el hábito de conversar, sólo por el placer de hacerlo, ha sido una de las herramientas más poderosas en la evolución; de lo más valioso que, como especie, poseemos y que es nuestro cerebro, de asombrosa perfección, pero que está hambriento de conversación frente a frente.

"Vivimos en un universo tecnológico en el que nos comunicamos constantemente. Pero hemos sacrificado la conversación por la mera conexión. En ese silencio de la conexión, la gente se reconforta en el contacto con muchas personas, a las que se mantiene estrictamente a raya. Es imposible que nos cansemos de los demás si podemos usar la tecnología para mantenerlos a una distancia que podemos controlar: ni demasiado cerca ni demasiado lejos; lo justo. Debemos levantar la vista, mirarnos unos a otros e iniciar la conversación", esto lo escribió Sherry Turkle psicóloga y profesora del MIT, Estados Unidos (Copyright The New York Times, 2012. Traducción de Joaquín Ibarburu)

La noción de la profesora Turkle es interesante. La asombrosa tecnología de que ahora disponemos nos permite conectarnos fácilmente, pero también, simplemente al no hacer un click, podemos excluir a quién queramos. Y la exclusión de nuestros semejantes, va en contra de nuestra tendencia como una especie eminentemente comunicadora, como lo afirma Lewis Thomas en su libro The Lives of a Cell (National Book Award 1974. Cat. Sciences). Thomas dice que si una especie más inteligente nos observara desde otro planeta, concluiría que la actividad que más desarrollamos, como especie, la que nos distingue, es nuestra capacidad para comunicarnos. Tenemos que estar a la altura de esa imagen en la galaxia y conversar es una manera para hacerlo.

La decepción acerca de la conversación de estos tiempos, no es nueva. Ya Maupassant, exclamaba..."¡Conversar! ¿Qué es eso? Conversar, señora, antaño era el arte de ser hombre o mujer del mundo, el arte de no parecer nunca aburrido, de saber decir todo con interés, de agradar con no importa con qué, de seducir con todo de la nada. Hoy se habla, se cuenta, se le da vueltas, se alborota, se cotillea, no se conversa ya, no se conversa nunca".

Y añade: "Hoy se acostumbra contar. Cada uno cuenta a su turno cosas personales, aburridas y largas que no interesan a ninguno de los presentes, de tal modo que siempre se tienen ganas de decir: "Pero cállese usted, déjeme al menos soñar tranquilamente".

Durante siglos, los buenos conversadores han sido apreciados tan sólo por serlo. Muchos poseían otras habilidades, pero su conversación, por sí misma, era una cualidad admirable. Algunos nombres se repiten en las diversas listas de personajes cuya compañía era deseable tan sólo por escucharlos; aunque invariablemente ellos también lo hacían.

 

 

Truman Capote enumera grandes conversadores de la historia. He aquí su lista: eldoctor Johnson, Whistler, Óscar Wilde, Jean Cocteau. Sin embargo, él mismo debería haberse incluido, pues todos los que lo escucharon sostienen que sus libros eran una sombra muy pálida de su charla. Si uno examina bien las biografías, descubre que a Wilde lo tomaron preso por hablar, y que murió en el exilio y la miseria por ese hábito.

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