USA Y Las Drogas
dhincapie19 de Septiembre de 2013
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Opio, cocaína, marihuana y anfetaminas movilizan mundialmente cada año un presupuesto que puede doblar el de un país petrolero como Venezuela. Debidamente ¿lavadas? y llevadas a honorables bolsas de comercio, las ganancias anuales del narcotráfico llegan a representar ¿en acciones perfectamente legales? más de 300 billones de dólares: una cifra que torna ridícula la pretendida especie de que es este un negocio manejado por capos tercermundistas que se esconden en algún búnker de Colombia o Afganistán.
Un campesino boliviano –Julio Quispe, pongamos, por inventar un nombre– que evada el monopolio estatal de la coca, recibirá 1.375 dólares por los 275 kilos de hojas que hacen falta para producir un kilo de pasta o base de cocaína. Un narco colombiano –Alvaro Jaramillo, digamos– podrá procesar ese kilo de pasta y vendérsela a cualquier congénere por unos $ 5.000, o transformarla en clorhidrato y revenderla en Cartagena o Bogotá por $ 15.000. En Harlem, o en Broadway, o en Harvard, un Tom Smith o Jimmy Johnson cualquiera podrá optar entre ofrecer el polvo puro, a unos $ 30.000 el kilo, o adulterarlo hasta obtener por cada gramo de piedra o crack entre 40 y 80 dólares. Los 1.375 dólares de Julio Quispe son ahora, en promedio, 60.000.
Un negocio sencillo, se dirá: no requiere más que unas hojas que crecen casi silvestres, algo de kerosén, un poco de ácido sulfúrico y acetona, una narco-mula o una pista o un peñero siquiera. Y, claro, un tanto de mala conciencia y otro de osadía para mover de un sitio a otro esos mil gramos.
Pero no es un kilo: son 992.000, que eso fue, según la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen (Unodc, por sus siglas en inglés), la producción mundial de cocaína en un año tan cualquiera como 2007. Y no es sólo coca: también hay, igual de lucrativos o más, 8.870.000 kilos de opio. Y 41.400.000 kilos de marihuana. Y 494.000 de anfetaminas varias. Y pare usted de contar alucinógenos y otras especies.
Hablamos, entonces, de movilizar por todo el mundo, desde las selvas más apartadas hasta los colegios y universidades y bares y oficinas de cualquier pueblito primermundista, algo más de 50 millones de kilos de sustancias ilícitas, que son objeto de persecución feroz y de guerra a muerte. Hablamos, además, de mover también por el mundo entero otra cosa aún mucho más difícil de hacer pasar inadvertida: los 500.000 millones de dólares que como mínimo, al decir de los expertos (de la ONU, del Fondo Monetario Internacional, de la Drug Enforcement Administration o DEA), reportan en ganancia anual esas sustancias. A precios de 2006.
Eso es el narcotráfico. Y es apenas el comienzo.
COSAS QUE PUEDES SABER CON SÓLO MIRARLAS
Al comienzo de la larga cadena del narcotráfico no todo son eslabones perdidos: se conocen perfectamente los grandes centros de producción. Y las grandes rutas de distribución también.
Con 193.000 hectáreas sembradas de adormidera, Afganistán concentra 92% de la producción mundial de opio. Pura, o transformada en morfina o heroína, la droga afgana fluye hacia Europa a través de Pakistán, de las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán y Uzbekistán, del largo corredor kurdo, de Georgia, de Chechenia, los Balcanes. De lejos, Myanmar compite con sus 27.000 hectáreas de amapola. Colombia es dueña de 55% del cultivo mundial de hojas de coca: 99.000 hectáreas. Le siguen Perú, con cerca de la mitad de eso, y Bolivia, con 28.900 hectáreas casi enteramente dedicadas al procesamiento y comercio legal. El clorhidrato de cocaína tiene por destino principal los Estados Unidos. Sube por el Pacífico, vía Panamá, o por el Caribe colombiano, o atraviesa Venezuela para hacer escala en las antillas. Otra parte, más pequeña, cruza el Atlántico y toca Africa antes de entrar a Europa.
El Asia oriental y tecnologizado representa el 55% del mercado mundial de anfetaminas (éxtasis y otros estimulantes), y se encarga por sí misma de producir y consumir sus tabletas. Lo mismo hacen sus otros dos grandes competidores: la culta Europa y el Estados Unidos de la implacable DEA.
De esos mismos supervigilados predios de la DEA –el territorio estadounidense– se sabe con certeza que acaparan la mayor porción de la torta en el mercado mundial de producción y consumo de marihuana, gracias a las técnicas del cultivo hidropónico en interiores e incluso en subsuelos. Aunque más democrático en su irrigación por el globo –el cannabis se siembra en 172 países–, América concentra 55% de la producción y tiene en su lado Norte una de las más altas tasas de prevalencia mundial: 10,5% de los norteamericanos entre 15 y 64 años son consumidores. En Europa, con tres millones de adictos (consumo diario), encabeza esta hierba las estadísticas del Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías.
Con apenas estos pocos datos, algunas cosas comienzan ya a llamar la atención en el oscuro mundo del narcotráfico. Cosas, digamos, que no terminan de parecer casuales.
Por ejemplo, que Afganistán, el cuasi monopólico centro mundial de producción de opiáceos, esté literalmente cruzado de tropas invasoras y misiles y tanques y muertos, y sin embargo.
Que de Pakistán y las ex repúblicas soviéticas del sur, amistosamente occidentales, no se hable. Que Georgia y Chechenia, y el corredor kurdo (Irán, Irak, Turquía), y la puerta trasera de Europa (Albania, los Balcanes), sean tan crudamente escenario de guerras, de intervenciones, de vigilancia extrema por la mal llamada “comunidad internacional”, y sin embargo.
Que Myanmar esté en la lista de “Estados fallidos”, y sin embargo. Que Colombia acumule nueve años de Plan Colombia, y de balas, y desplazados y muertes otra vez, y sin embargo.
Que el Caribe sea tan decididamente mare nostrum de los gringos, tan erizado de patrullas, y de satélites, y sin embargo.
O, por ejemplo, que la marihuana, por largo rato el rubro de mayor peso en el narcotráfico mundial –80%, en términos de tonelaje–, y el que más alarmas de consumo enciende en los países altamente desarrollados, y el que allí mismo se produce –igual que las anfetaminas–, sea justamente la droga menos perseguida. Pero claro: no se imagina uno un “Plan Holanda”, un bombardeo incendiario de laboratorios sembrados en Borgoña, una invasión aliada contra Londres, unas autodefensas que desplacen y aniquilen a los pobladores de Harlem o de Queens. Aunque sean negros, aunque sean boricuas. Allí el narcotráfico sirve para otra cosa.
PEONES, CAPATACES, BUHONEROS
Un simple cálculo matemático establece que si las 50.000 toneladas de producción mundial de drogas se transportaran en contenedores de uso corriente, se necesitarían 1.250 gandolas para cargarlos. Otros, más ociosamente, han calculado que las ganancias respectivas, apiladas en billetes de cien dólares uno sobre otro, formarían una torre de mil metros de altura: cuatro torres del Parque Central de Caracas, una encima de la otra.
No es fácil esconder un alijo así. Según diversos informes internacionales que ratifica el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, los presupuestos del combate mundial contra el narcotráfico equivalen “casi al mismo valor generado por el comercio de drogas” (http://colombiadrogas.wordpress.com/). Tan solo el Plan Colombia, para el momento de su aprobación por Bill Clinton, contempló para ese fin un monto de 1,3 billones de dólares. Un total de 87 oficinas de la DEA se reparten en 63 países –aparte de las 227 existentes en territorio estadounidense– para recordarle al mundo que esa lucha es exigencia de la mayor de las potencias económicas, militares y policiales. Y sin embargo: en todo 2007, esa misma DEA tuvo que jactarse como logro mayor de una incautación de 19.434 kilos de cocaína en un barco de bandera panameña: 1,9% de la producción mundial.
Los supuestos “grandes capos” de la droga que terminan apresados o muertos guardan proporción con estas últimas cifras. Carlos Lehder, cofundador del Cartel de Medellín, era al ser capturado “dueño de dos hoteles, dos aviones, siete fincas en Quindío y otros departamentos, lanchas y al menos 1,8 millones dólares en efectivo” (www.pabloescobargaviria.info/index). Al ultra-famoso y finado Pablo Escobar Gaviria se le atribuyó una fortuna (nunca auditada, jamás comprobada) de entre 5.000 y 10.000 millones de dólares: 1% o 2% de lo que produce “el negocio” en 12 meses apenas.
Esos “grandes zares” nunca fueron más que pequeños intermediarios. Hoy, cuando ya no están, cuando ya no es posible ser a un mismo tiempo capataz de finca productora y presidente de un banco o una universidad, sus sucesores son miles y miles de peones que sólo se alzan un escalón o dos por sobre esa buhonería del narcotráfico del tal Jaramillo o el Tom Smith o Jimmy Johnson.
Dijo una vez el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, conocedor de oficio: “Hay dos cosas imposibles de ocultar: la tos y la riqueza”.
LA GRAN LAVADORA
¿Cómo se hace para esconder cuatro torres de Parque Central hechas de billetes de cien dólares? ¿Cómo se borra un presupuesto que duplica casi el de un país petroleramente boyante como Venezuela? ¿Cómo pueden pasar desapercibidos 500.000 millones de dólares por año? Porque, obviamente, la finalidad del narcotráfico no estriba en enterrar morocotas bajo el piso.
Antes de llegar al extremo superior de la cadena, el negocio de las drogas tiene –como es sabido– un eslabón
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