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¡Dichosos los constructores de la paz!

LuisMono123Tarea21 de Julio de 2022

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¡Dichosos los constructores de la paz!

Juan Manuel Martín-Moreno, SJ.

Hace sólo dos meses nuestras calles y plazas flameaban de pancartas, pegatinas, eslóganes con el “¡No a la guerra!”. La fiebre pacifista alcanzaba cotas insospechadas, y, a pesar de todas las manipulaciones políticas interesadas, nos traía un aire fresco de inconformismo, de proclamación decidida, de opción fundamental por la paz.

Hay pacifismos, que como todo “ismo”, son caricatura de la verdadera promoción de la paz. Pero existe el pacifismo auténtico de quienes están dispuestos a perder su propia vida antes que matar o herir a un semejante, o están dispuestos a afrontar penalidades antes que someterse a un régimen militar que viola sus derechos humanos, o prefieren la vida en la cárcel antes que ser cómplices de violencias institucionalizadas.

¿Tiene algo que decir el evangelio a todos cuantos salieron a la calle manifestándose a favor de la paz?

No olvidaré a una joven que durante unos ejercicios espirituales me comentó cuál había sido la motivación decisiva en su vocación. Dejó su carrera a la mitad para entrar en una comunidad dedicada a la acogida de niños pertenecientes a familias desestructuradas. Tras muchas indecisiones, la palabra decisiva la había encontrado esta joven en una frase del salmo 34: “Busca la paz y corre tras ella” (Sal 34,15).  Siempre me ha impresionado cómo muchas veces una simple cita de la Escritura puede aportarnos un flash de luz concluyente tras largos y complicados procesos de discernimiento.

Hay dos verbos en hebreo relacionados con la paz. La paz es algo que hay que ‘perseguir’ (RaDaP), y algo que hay que ‘hacer’ (‘aSaH). El salmo 34 contiene el primer verbo: “Corre tras ella”. Habría que traducirlo más exactamente por “persíguela” tenazmente, olfatea su rastro, sigue sus pisadas, acósala sin tregua. Conviértela en la gran pasión de tu vida.

El segundo verbo expresa otra actitud complementaria. La paz no es simplemente algo que hay que desear y perseguir, sino algo que hay que ‘hacer’, algo a realizar en torno a nosotros. Este sentido de “hacer la paz”, aparece muy a menudo en los escritos rabínicos, y también en el Nuevo Testamento, no sólo en la bienaventuranza que declara felices a los que “hacen la paz” (Mt 5,9), sino también en la referencia a Jesús que “hizo la paz”, reconciliándolo todo por la sangre de su cruz (Col 1,20, Ef 2,14).

Nuestro catecismo antiguo decía “Bienaventurados los pacíficos”. Hoy día ya hemos sabido corregirlo, porque la bienaventuranza no habla de los pacíficos, sino de los pacificadores; no designa una cualidad de la persona, sino una actividad en la que ésta se compromete. No son bienaventurados los pánfilos, ni los bonachones, ni los cachazudos, sino los que se comprometen activamente en la causa de la paz. No los que rehuyen los conflictos, sino quienes se adentran en ellos para resolverlos.

El concepto bíblico de paz

Pero ¿de qué paz nos habla la Biblia? En un artículo publicado hace pocos años en esta misma revista, A. Benito hacía un repaso de algunos de los significados bíblicos de shalom. Abarca conceptos tales como  el estado de salud (Gn 29,6; Jr 8,15; Sal 38,4, 2 Cr 19,1), el bienestar material o la prosperidad (Jr 29,7; Is 66,12; Ag 2,7.9), la bendición (Gn 15,15; Jc 6,24), la paz  como victoria militar o estabilidad política (Qo 3,8; Sal 147,14; Is 9,5; Jr 4,10).

Cuando el rayo de luz blanca se refracta en el prisma produce todo un abanico de colores y de matices, pero me gustaría sobre todo captar la esencia del concepto. ¿Cómo podríamos definir shalom en la globalidad de su riqueza? Creo que en este concepto prima ante todo la idea de realidad plena, entera, completa, a la que no le falta nada. Lo contrario de shalom sería mutilación, deterioro, degeneración. Quizá el referente más poético de shalom sería la “luna llena”, que es la situación de la luna cuando no está mutilada y puede lucir en todo su esplendor.

En hebreo moderno se usa la raíz S-L-M (Shin/Lamed/Mem), en una pluralidad complementaria de sentidos. Muchos de los lectores ya conocen la potencialidad que tienen las lenguas semíticas para jugar con las consonantes insertando vocales, infijos o sufijos. De ese modo se crean palabras nuevas con sentidos derivados curiosísimos. Así, la raíz que estudiamos en el hifil hislym, significa ‘completar’; los ‘complementos’ son maslymym.  En el piel, silem significa ‘pagar algo que se debe’; los ‘pagos’ se llaman taslumym. Cuando se quiere decir admirativamente que algo es ‘perfecto’, se usa el hofal: muslam!

Por tanto el concepto de plenitud de esta raíz tiene una connotación importante: la plenitud de lo que es debido, de lo que corresponde a la naturaleza. Alcanzar “shalom”, es llegar a ser todo lo que uno debería ser, es responder a la llamada más profunda del propio ser. El fracaso en alcanzar shalom puede deberse a dos causas, a la inmadurez de un aborto que no llega a realizar plenamente todas sus virtualidades, o a un deterioro que se produce cuando algo se llega a corromper y a marchitar.

La enfermedad física lleva consigo este tipo de deterioro, pero hay otras corrupciones que afectan a otras áreas más profundas de nuestro ser. Cuando uno sale ‘ileso’ de un accidente, decimos en hebreo que salió bari’ weshalem, ‘sano y entero’. En hebreo, cuando queremos preguntar cómo anda alguien de salud, en lugar de preguntar por su ‘salud’, preguntamos por su ‘shalom’. Shalom es todo lo mejor que se puede desear a una persona.

Por tanto, no es extraño que shalom se haya convertido en el saludo multiuso, que se puede emplear por la mañana, por la tarde y por la noche. Se usa tanto para saludarse como para despedirse, porque shalom es la forma de decirse ‘hola’, pero también la forma de decirse ‘adiós’. Cuando el asesinato del primer ministro Rabin, Clinton se despidió de él diciendo, ‘Shalom, haver’, ‘Adiós, amigo’. Esta expresión hizo fortuna y apareció en las pegatinas de muchísimos vehículos por todo Israel.

Nos deseamos la paz al encontrarnos, y nos deseamos la paz al despedirnos. Jesús se despedía diciendo: “Vete en paz”. Se despidió así, por ejemplo, de la hemorroísa después de curarla, después de hacerla completa, taponando aquella pérdida que le hacía vaciarse de sí misma (Mc 5,34). Curiosamente en inglés la palabra “whole” significa también a la vez completo y sano.

Shalom alude a prosperidad y abundancia, pero no incluye expectativas utópicas y competitivas como las de la publicidad engañosa. Desear shalom a una persona no es desearle todo lo mejor que puede haber en el mundo, sino desearle simplemente “que llegue a ser todo aquello que está llamado a ser”, que realice plenamente su naturaleza y la vocación que le es “debida”. Creo que una palabra moderna que cubre muy bien todo el campo semántico hebreo es la palabra “realización”. Alcanzar shalom es realizarse uno a sí mismo; en cambio la quiebra de nuestro shalom es la frustración de nuestro ser.

La realización de nuestra llamada profunda es la única fuente de felicidad, de bienaventuranza. Decía Fromm que la alegría es el resplandor del ser. Somos inmensamente felices en la medida en que somos aquello que estamos llamados a ser. Somos profundamente desgraciados en la medida en la que hemos frustrado la vocación que daba sentido a nuestra vida. Nos convertimos así en abortos y despojos, seres disminuidos y empobrecidos.

No se puede ser constructor de paz si uno mismo no lleva la paz en su corazón. La paz es también, en un sentido secundario, un equilibrio interior, una armonía en el hombre reconciliado consigo mismo, con toda su realidad; la paz “que custodia nuestros corazones” (Flp 4,7), la paz “que pone en orden nuestros corazones” (Col 3,15). El que lleva la paz en su corazón es capaz de transmitirla en su mirada, en su porte, en su manera de trabajar, en su modo de acoger a cada persona como ni en ese momento no existiese ninguna otra en el mundo. Para ser reconciliador activo, hay que estar previamente reconciliado, ante todo reconciliado con el pasado, reconciliado con uno mismo, con toda su realidad y sus limitaciones, reconciliado con los demás, y reconciliado con la fuente de la vida y el amor.

Sólo el que tiene paz en su interior puede meterse en múltiples conflictos y atravesar la amargura sin que se le quede amargo el corazón. Externamente los constructores de paz se ven metidos en múltiples conflictos, líos, y embrollos, pero en su interior gozan de gran paz. Pensemos en los trajines y luchas de una Santa Teresa o San Juan de la Cruz, peleando con frailes, obispos y cardenales para llevar adelante la reforma del Carmelo. Impresiona que las obras místicas de santa Teresa no estén escritas en la “paz” de un claustro, sino en las carretas de bueyes de su vida andariega, y el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz no esté escrito en un jardín renacentista, sino en la lóbrega cárcel de Toledo.

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