Ensayo sobre la ilusión
SantiagoarnaldoEnsayo30 de Mayo de 2017
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Ensayo
Recuperar, despertar o redescubrir la ilusión
La verdad es lo que todo ser humano necesita para vivir
y, sin embargo, no puede recibir o conseguir de nadie.
Todo ser humano tiene que producirla una y otra vez
desde su interior, sino perece. La vida sin verdad es
imposible. La verdad es tal vez la vida misma.
Kafka
La confusión, el desánimo, la ausencia de voluntad, la decepción, la molicie son actitudes hasta cierto punto justificadamente muy humanas, que se repite en nosotros y los demás con frecuencia, en una sociedad donde no hay tiempo para esperar, para reflexionar, para sentir
se acompañado; para disfrutar de vivir y ser feliz.
Alguien se presenta con una conversación personal, con la necesidad de confiarnos su estado de ánimo respondiendo a la pregunta: “¿qué te falta para ser feliz?, ¿qué necesitas para sentirte satisfecho?, ¿qué le hace falta agregar a tu vida para sentirte realizado, completo?”… En muchas ocasiones, la respuesta coincide: “necesito recuperar la ilusión”. Recuperar algo que se ha perdido. No sabemos muy bien de qué se trata la ilusión, si es: de vivir, por el trabajo, de saber y descubrir el mundo y su verdad o del amor… Pero poder recuperarla es una especie de conjuro o pócima mágica que utilizamos para intentar salir de una situación conflictiva o “bache personal”.
Sea cual fuere el contexto personal de alguien la cuestión es ¿Cómo recuperar la ilusión? y si al hacerlo responderá a nuestras expectativas, es decir si seremos felices con la intensidad que esperamos, si volveremos a desear vivir y que nos guste nuestra vida, el trabajo, nuestra pareja, la familia, o la profesionalización y perfectibilidad de aquella, a pesar de las circunstancias adversas.
Quizá nos llegue un sabor a placebo, pero no lo es, pues es tan real como el respirar: la ilusión es la repuesta a nuestra existencia, es lo que necesitamos más que a la razón y su lógica para continuar en la lucha del día a día con esperanza y alegría; recuperarla debería ser una constante y una aptitud frente a la vida más que un fin u objetivo, porque para que existan metas primero debe haber ilusión por conquistarlas.
Partiendo de una actitud descartiana intentamos comprender la ilusión como término a la luz del entendimiento, de la racionalidad; para ello citamos el Diccionario de la Real Academia Española que define ilusión como sigue:
“(Del lat. illusĭo, -ōnis). f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. || 2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. || 3. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc. || 4. Ret. Ironía viva y picante.”
La acepción primera del DRAE nos separa de nuestra realidad interior y solo nos deja la experiencia sensible que nos arrebata las ilusiones que aparentemente son menos tangibles, pero más intensas; y por tanto, de mayor dimensión humana. Aquí es necesario hacer una observación basada en la experiencia, muy a pesar del DRAE, la maravillosa correlación que existe entre el mundo, los sentidos y la ilusión. Veamos algunas experiencias diarias: la fruta, como lo es una manzana, que es en sí una sensación, que no existe para sí misma, o la descarga de luz en la tormenta cuando se confirma en nuestras pupilas, o las gotas de lluvia evaporándose sobre el mar o en nosotros mismos.
Como afirma Adrián Soto en el ensayo “Sobre el origen de la ilusión: “El mundo se encuentra vinculado con nuestros sentidos por una serie de correspondencias sensibles y en nosotros adquiere dimensión y peso, color y forma. El que sintamos con todo el cuerpo es una sencilla revelación de nuestro ser. Es por esto que descubrir los matices de un buen vino, el sabor, la textura, el reflejo de la luz en su superficie líquida significa reproducirlo: agregar algo más a su manifestación material; las vibraciones de una pieza musical las percibimos también con la piel y con la vista, intuitivamente, con el centro de nuestro ser; por tanto, no basta poseer sentidos, es necesario aprender a oler, escuchar y degustar”, y esto implica ilusionarse por todo, buscar motivos para recuperar la ilusión teniéndolo todo para hacerlo, solo basta cogerlos de la realidad y en automático nuestra ilusión se transforma en una dulce espera como sucede cuando esperamos un hijo, la germinación de una semilla y se convierta en árbol, en que nuestra vida mejore conforme mejoramos en ella; es decir de la realidad, de los sentidos y su experiencia positiva y estrecha con ellos, surge la ilusión abrazada a la esperanza.
Las ilusiones no son simples esperanzas, no adquieren un peso en aquello que prometen, sino que se confirman y existen cuando destellan en nuestro interior como un sentimiento con su prolongación como lo afirma Martí García en su ensayo La ilusión. La alegría de vivir “ … su prolongación más extensa de ella hace que se viva como un sentimiento…” La ilusión no depende de su realización, pues en su imaginación el enamorado posee ya el presentimiento de los labios anhelados de la mujer que ama, la madre ya siente el perfume de su bebé que no ha nacido, el niño ya siente la felicidad de jugar con el juguete que aún no le han obsequiado y ese sentimiento se expresa y libera a través de nosotros; somos el cristal por el cual el mundo se proyecta y cobra sentido toda ilusión.
La ilusión comprendida de esta forma, nos confirma que si el mundo de ilusión existe es porque algo lo ha originado, y ese algo debe simbolizar una esperanza frente a aquello que el ser humano llama realidad objetiva sin ilusión y sin nada que esperar porque sencillamente que ya es.
El considerar que la ilusión está vinculada a algo más que una alegría anticipada, es un fundamento ético y espiritual que nos da valor para enfrentar la vida, para hacernos responsables de ella. Entendida así, la ilusión sirve para infundirnos esperanza. Y vista de esta manera es la frontera en que ilusión y esperanza convergen.
Como sucede también con el trabajo que al caer en lo repetitivo, mecánico y tedioso se vuelve insufrible; sin embargo cuando nuestra actividad está supeditada a retos, metas y creatividad para hacer mejor nuestro trabajo y resolver problemas; o quizá y porque no, el de crear problemas, entendidos como retos para superarse como trabajador o institución, por ejemplo; no hay tiempo para el aburrimiento: y es entonces que nuestra labor se llena de ilusión en la búsqueda de nuevas situaciones que la hagan apetecible a nuestras exigencias o demandas motivacionales. Es importante dejarnos contagiar con el entusiasmo de los demás y contagiar con el nuestro. Porque es más que una verdad existencial, que un hombre necesita un motivo para levantarse y ser feliz todos los días; y uno de esos motivos es su trabajo, que lo enaltece, enorgullece y dignifica; qué maravilloso, disfrutar de lo que haces en tu trabajo manifestándose naturalmente en tu productividad y además por mantener la ilusión en lo que haces y ser feliz haciendo tu labor, te paguen por ello.
Este aspecto de nuestra vida va muy unida a una necesidad natural de aprender que surge con la inclinación igualmente natural hacia la curiosidad y el asombro, se trata pues de “saber”, ese deseo irreprimible por conocer, descubrir y asombrarnos de la existencia y su regalo que es el conocimiento de las cosas y de aquellas que por ser hermosas no son precisamente cosas.
Las realidades tangibles, inteligibles e ininteligibles son un reto para la mente humana y con ello surge la ilusión por saberlo todo; aunque sepamos y seamos conscientes de nuestras limitaciones, sobre qué no es posible conocer y aprender cuando se trata de lo absoluto; sin embargo, siempre hay esa esperanza de profundizar en su conocimiento algún día, lo que mantiene la ilusión como un sentimiento que pretendemos se transforme de deseo a realidad y que se logra con perseverancia, constancia, disciplina, trabajo e ingenio.
La mayor ilusión del hombre es amar y ser amado, pero nadie ama lo que no conoce; ni siquiera podrá amarse así mismo, si adolece de ese conocimiento interior humilde y sincero, donde las virtudes y los defectos se hermanan, y a veces se suplantan, y otras se remplazan según las circunstancias. Pero todo ser humano tiene la esperanza de querer y ser querido alguna vez, y espera con paciencia que suceda o simplemente deja que suceda mientras da lo mejor de sí; siendo de esta forma, que su esperanza se transforma en amor por el único hecho de que está destinado a esta maravillosa realidad, que según quien lo dé o lo reciba, tiene intensidades que va de lo menos a lo más; pues siempre habrá quien ame más y quien ame más tendrá más ilusión, más esperanza, mas alegría que supera al dolor y a la tristeza-, y por tanto, será quien trascienda a los demás inclusive a la humanidad entera.
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