Mtro. Armand Aguilar Olvera Edipo en Cuestión: Capítulo 16 ¿No hay relación sexual? Resumen
Armando AguilarResumen20 de Agosto de 2025
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Edipo en Cuestión: Capítulo 16
¿No hay relación sexual?
Resumen
Lacan sostiene que "no hay relación sexual" porque no existe una unión natural, completa o perfecta entre dos seres humanos. Lo que falla en toda relación no es solo la distancia entre los cuerpos, sino entre los deseos, proyecciones e imaginarios. Las personas no se relacionan directamente con el cuerpo del otro, sino con lo que creen que el otro desea, con lo que esperan recibir o con lo que suponen que sienten. Esto impide una unión total como la que las narrativas románticas sugieren.
La explicación se apoya en el concepto de falo, que en Lacan no es un órgano sino un significante: representa el deseo, el poder, el reconocimiento y, sobre todo, la falta. Lacan se pregunta por qué el hombre teme asumir su deseo o su rol, y responde que lo que realmente se busca en el otro es eso que creemos que nos falta y que el otro parecería poseer.
Mediante el análisis freudiano del fetichismo retomado por Lacan, se explica cómo ciertos objetos o partes del cuerpo se convierten en fetiches indispensables para el deseo. El fetiche actúa como un parche psíquico que permite desmentir una verdad dolorosa: la falta. En el caso del niño, al no encontrar el pene en la madre, inventa el falo como un sustituto tranquilizador. Así, prefiere creer en un objeto falso que enfrentar la angustia de la pérdida o la carencia.
Este mecanismo se generaliza: nos relacionamos con los demás no desde lo que son, sino desde nuestras fantasías, miedos y deseos. De allí que Lacan afirme que no hay relación sexual plena: entre dos sujetos no hay encaje natural, sino un cruce de velos simbólicos y parches subjetivos.
A través del caso del pequeño Hans analizado por Freud y reinterpretado por Lacan, se muestra cómo los símbolos (como animales u objetos) sirven para darle forma a emociones y conflictos internos que no pueden expresarse directamente. Estos símbolos no son fijos: su sentido cambia con el tiempo, y lo que fue causa de miedo puede transformarse en símbolo protector, como sucede en la lógica de los tótems tribales.
Lacan argumenta que el deseo humano no es directo ni transparente. Se configura a través de objetos simbólicos e imaginarios, especialmente en las fobias, donde el objeto temido representa algo mucho más profundo, cuya significación puede variar según la historia del sujeto.
Desde la infancia, el sujeto se constituye en relación a elementos simbólicos: el cuerpo de la madre, el lenguaje, el deseo y, fundamentalmente, la falta. El falo, como símbolo de esa falta estructurante, organiza el deseo sin que este llegue a encajar del todo con los otros.
Durante los años cincuenta, Lacan reconfigura su enfoque: deja de pensar en objetos de deseo completos y se enfoca en objetos parciales como el seno, la voz o la mirada. Son estos fragmentos los que desencadenan el deseo, y no una totalidad imaginaria.
Por ello, insiste en que no puede entenderse una relación de objeto sin introducir el falo como significante. El deseo no circula libremente entre personas como piezas que encajan, sino que está mediado por la ausencia, por lo que falta y por lo que se simboliza como deseable. Así, nuevamente, se reafirma la tesis: no hay relación sexual directa o natural, solo vínculos atravesados por símbolos, fantasmas y carencias.
Lacan describe que el objeto que verdaderamente toca lo más íntimo del deseo no es uno especular ni completo. Es la cosa inaccesible, un objeto no representable que reconocemos no por su perfección, sino por un rasgo único, singular, que lo hace deseable desde lo más profundo del ser.
En su Seminario sobre la transferencia, Lacan introduce la noción griega de agalma, que significa "adorno" o "algo precioso". Esta figura simbólica le sirve para describir aquello que hace deseable a un objeto: no su totalidad, sino una parte brillante, parcial, indefinible. Aquí aparece formalmente el concepto lacaniano del “objeto a”: una parte faltante, no especular, que no puede verse como imagen ni representarse del todo, pero que toca lo más íntimo del deseo.
Este “objeto a” no es la persona entera, sino “eso otro” que la vuelve deseable, sin poder señalarse ni poseerse por completo. Es el elemento que pone en marcha el deseo precisamente por ser inaccesible. Lacan enlaza esta idea con el concepto freudiano de das Ding —“la Cosa”—: un núcleo silencioso del deseo, imposible de nombrar o localizar, que constituye tanto lo más íntimo como lo más ajeno para el sujeto.
Lacan se pregunta si esa experiencia analítica, donde algo del cuerpo goza sin que podamos saber bien qué, cómo o dónde, no apunta a una sustancia gozante. Esta sustancia no es racional ni completamente simbólica; es un eco corporal que se experimenta como goce, una marca del deseo que atraviesa el cuerpo y lo constituye. No se trata de un goce placentero necesariamente, sino de un resto no simbolizable que marca el cuerpo de forma indeleble y que causa el deseo.
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