Alimentacion
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NUTRICIÓN
Influencia de la alimentación
en el comportamiento humano
a través de la historia
CARMEN MARTÍNEZ RINCÓNa y ÁNGEL RODRÍGUEZ CISNEROSb
aDoctora en Farmacia. Profesora titular de Farmacología, Nutrición y Dietética. Departamento de Enfermería de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM).
bDiplomado en Enfermería. Licenciado en Lingüística. Colaborador honorífico del Departamento de Enfermería de la UCM.
Con el estudio de la evolución de la alimentación se puede tener una visión
de por qué y cómo ingerimos determinados alimentos y a la vez facilita
la comprensión de cómo intentamos satisfacer ciertas necesidades, no sólo
fisiológicas, a través de la ingesta de alimentos. En este recorrido por todas
las épocas se observan los momentos o hitos históricos que han dejado
una impronta en nuestras costumbres gastronómicas, pues en cada etapa de la
historia se producen acontecimientos que quedan reflejados también en la mesa.
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disponibles y una mejor adaptación
al medio, que a su vez redundó en
un proceso acumulativo de experiencias
y dio origen a nuevos artilugios
alimentarios.
Los partidarios de la primera
hipótesis tratan de confirmar el
carácter instintivo inicial de la
selección de alimentos. Para apoyar
esta teoría exponen cómo un grupo
de niños que padecían ciertas carencias
nutricionales, al presentárseles
diferentes tipos de platos, eligieron
preferentemente aquellos alimentos
que contenían en mayor porcentaje
los nutrientes de los cuales eran
deficitarios, aunque tuviesen un
sabor un tanto menos agradable.
Los beneficios alimenticios que
provocaban el progreso en la visión
y el conocimiento (entendiéndose
por conocimiento la localización de
los frutos y la capacidad de aprender
y recordar las partes comestibles
de las plantas) promovieron el
desarrollo de un cerebro, proporcionalmente,
de gran tamaño,
rasgo éste que distingue a los primates
desde su aparición.
Sin entrar en la polémica de si el
hombre de natural es carnívoro o
herbívoro, se observa cómo en las
especies que han precedido al Homo
habilis (fig. 1) se produjo una evolución
que afectó no solamente al aparato
masticador, sino también la
forma de la mano y al tubo digestivo.
El más antiguo de los homínidos
fósiles, Ardipithecus ramidus (5 millones
de años), tenía una dentición
caracterizada por unos caninos bastante
proyectados hacia delante, con
forma espatulada, que les hacía parecidos
a los incisivos y unas piezas
molares similares a las del chimpancé
actual, por lo que podemos atribuirles
una alimentación parecida.
En el siguiente escalón evolutivo
(Australopithecus afarensis) el aparato
masticador está conformado por
caninos menos proyectados, primeros
premolares con dos prominencias
(cuando antes sólo existía una) y
molares de mayor tamaño. Esta configuración
anatómica permitió ingerir
una dieta con un mayor número
de alimentos duros y abrasivos. No
se observan rasgos que indiquen un
aporte significativo de carne.
La pérdida de los grandes bosques
(hace 4 millones de años)
pudo ser uno de los desencadenantes
de otra habilidad que acrecentó
las diferencias con el resto de los
primates: el bipedismo. La posición
erecta era una ventaja evidente
para acceder a los pocos árboles
existentes en las grandes sabanas,
que a la vez dejaba las manos libres
para la búsqueda y manipulación
de la comida.
Todos estos datos permiten afirmar
que dichos homínidos eran
vegetarianos y no cazadores, con
una dieta compuesta por alimentos
que requieren de una molienda
más eficaz para poder ser digeridos,
tales como: semillas duras de gramíneas,
legumbres tiernas o secas,
frutos carnosos o con cáscara, bulbos,
tubérculos y raíces tuberosas;
alimentos éstos últimos que extraían
con palos que una vez utilizados
eran desechados; no se descarta la
circunstancial omnivoracidad.
Estos alimentos son la base de la
dieta de los actuales papiones.
A partir del Australopithecus afarensis,
la anatomía de la mano indica
una disponibilidad de manipular
pequeños instrumentos y la
incorporación de nuevos hábitos
alimentarios.
Las sucesivas especies muestran
un aumento paulatino del tamaño
de los molares y una disminución de
incisivos y caninos hasta llegar al
Homo habilis, en el que se aprecia
una superficie mayor, tanto en términos
absolutos como relativos, de
los mencionados molares.
Algunos investigadores asocian
el mayor volumen encefálico de los
homínidos a la ingesta proteica de
origen animal; otros lo atribuyen no
solamente a éste tipo de nutriente
sino a que vino complementada con
una disminución del tamaño del
tubo digestivo y su especialización,
que permite una mejor absorción
de nutrientes en un menor recorrido.
Estas ventajas comportan un
ahorro energético basal importante
que el organismo puede redistribuir
en favor del gasto encefálico. Todo
este proceso fue posible gracias a la
inclusión de alimentos de origen
animal, de más fácil absorción con
un menor trabajo digestivo.
Este equilibrio entre la dieta y
el aparato digestivo se alcanza en
las primeras especies Homo. El
primer homínido que presenta
caracteres físicos que denotan un
consumo regular de carne es el
Homo habilis, quien la obtuvo en
un primer momento como carroñero
y después cazando. Además
de la transformación anatómica,
en este caso insuficiente, el cambio
fue posible gracias a la utilización
de instrumentos extracorpóreos,
tales como cantos y piedras
talladas que le permitían
competir ventajosamente con los
otros animales carroñeros por el
tuétano de los huesos de los grandes
herbívoros. La capacidad de
fabricar herramientas nos haría más
inteligentes, pero a su vez requirió
de mayor inteligencia para crearlas,
generando un círculo vicioso en el
que es difícil encontrar el punto de
partida.
El desarrollo instrumental permitió
subsistir a los primeros grupos
de especies Homo, hace más de
un millón de años, en un nicho
ecológico cada vez más reducido y
competitivo que provocó la desaparición
de los parántropos.
La introducción de la carne y la
grasa animal en la dieta de forma
regular no sólo se relaciona de
manera decisiva (desde el punto de
vista antropológico nutricional) con
un mayor desarrollo evolutivo de
la inteligencia, sino también con la
organización social y cultural que
las prácticas de caza o de carroñeo
exigían.
Hace 800.000 años, aproximadamente,
se produce el acontecimiento
más importante para la historia
de la humanidad: el descubrimiento
del fuego y su dominio. El fuego
permitió al hombre primitivo la
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El aporte ibérico
más significativo a las
costumbres alimentarias
mediterráneas de
la antigüedad fue
el garum: una pasta
de pescados elaborada
por los pueblos
de la costa sureste
mediterránea
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adaptación de ciertos alimentos
que no eran aptos para el consumo
de forma natural, incrementando
así su fuente de nutrientes.
Parece contrastado que con el
Homo sapiens (entre 500.000 y
200.000 años a.C.) y su dominio
de las técnicas de caza, la alimentación
pasó a ser casi exclusivamente
a base de carne.
Hasta tal punto el comportamiento
y las necesidades nutricionales
están interrelacionados, que
de hecho se podría afirmar que «el
hombre es lo que come». Incluso
algunos llegan un poco más lejos y
atribuyen a la ingesta de carne los
comportamientos violentos. Para
hacer esta afirmación se apoyan en
la violencia que engendra su obtención:
a través de la caza o del sacrificio
de la res, prácticas ambas
cruentas. Para otros, el hecho de
que las comunidades que ingieren
proteínas de origen animal sean
más violentas que las vegetarianas,
se debe al efecto de las sustancias
de desecho que surgen del metabolismo
de las proteínas animales.
Con la revolución neolítica y la
extensión del sedentarismo, hacia el
10.000 a.C. en Oriente Próximo,
Mesoamérica y el Sudoeste Asiático
y en Europa, alrededor del 5.000
a.C. se produjo la expansión de la
agricultura. Comienza un período
agrícola que en sus fundamentos se
mantendría hasta finales del siglo
XVIII, cuando la Revolución Industrial
marcaría los nuevos parámetros
en la obtención de alimentos. Desde
que el hombre aprendió a cultivar
las plantas y domesticar animales,
éstos han pasado a formar parte de
la dieta en una proporción dependiente
de muchos factores, pero
principalmente sociales y culturales.
Entre otras consecuencias, el dominio
del medio para la obtención de
alimentos confirió seguridad a los
pobladores neolíticos. Sin embargo,
esta regularidad en la producción de
los alimentos les llevó a un empobrecimiento
de la dieta, pues los distintos
alimentos derivados de los cereales
se constituyeron en la base de su
ingesta, sustituyendo, casi en su totalidad,
a la carne. Así, aunque la
variedad de especies cultivables es
muy amplia, el soporte alimentario
básico de la humanidad lo constituyen
y siguen constituyéndolo unos
cuantos cereales: trigo, arroz, maíz,
cebada, avena y centeno. El otro
grupo vegetal fundamental desde los
inicios, por su importante aporte
proteico, son las leguminosas.
Antigüedad
El arte culinario o gastronómico
fue ampliamente cultivado en las
grandes civilizaciones de Asia
Menor y Egipto, donde se conservan
recetas escritas a modo de jeroglíficos.
Entre los aportes más significativos
está el código de Hamurabi,
que reglaba aspectos de la
vida diaria de los asirios, y en el
que se recoge la primera disposición
contra el fraude alimentario,
que condenaba a muerte al tabernero
que adulterara la cerveza, primera
bebida alcohólica conocida.
Quizá sea la elaboración del pan
leudado la contribución más significativa
de los egipcios a la cultura
alimentaria occidental.
Desde los primeros vestigios históricos
las poblaciones de la cuenca
mediterránea se han alimentado
ajustándose al denominado modelo
grecorromano, con una gran variedad
de alimentos pero con dos grupos
vegetales bien definidos que
componían el aporte nutricional: la
cerealicultura (cultivo de cereales,
principalmente trigo y cebada) y la
arboricultura (la vid y el olivo). La
dieta básica giraba en torno a tres
alimentos fundamentales: los derivados
del trigo, el vino y el aceite de
oliva. La ingesta de carne era muy
escasa, todo lo contrario de lo que
sucedía con el consumo de derivados
lácteos, predominantemente el
queso de oveja y de cabra. La elección
del ganado ovino y caprino
como fuente proteica de origen animal
se debe, casi sin lugar a dudas,
al hecho de que estas especies se
adaptan mejor a la austeridad climática
estacional de la geografía
mediterránea. Otras bebidas, además
del vino antes mencionado,
eran la hidromiel y la cerveza.
Con anterioridad a la presencia
fenicia y romana, en la Península
Ibérica se observaban una gran
diversidad de hábitos alimentarios
que se ajustaban, en cierto modo, al
nivel cultural de cada uno de los
grupos étnicos que la habitaban. El
aporte ibérico más significativo a las
costumbres alimentarias mediterráneas
de la antigüedad fue el garum:
una pasta de pescados elaborada por
los pueblos de la costa sureste mediterránea.
Se obtenía a través de un
complejo proceso de secado, aderezo
y fermentación. Dicha pasta era utilizada
como condimento para otros
platos y alcanzó una gran difusión
en la época de máximo esplendor
del Imperio Romano, siendo muy
cotizada en toda la cuenca del
Mediterráneo.
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