El Gobierno Del Alma
julier116 de Marzo de 2013
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El Gobierno del Alma. La formación del yo privado.
CAPÍTULO 12. La mirada del psicólogo[1]
Nikolas Rose
Durante mucho tiempo la individualidad común —la de abajo y de todo el mundo— se ha mantenido por bajo del umbral de descripción. Ser mirado, observado, referido detalladamente, seguido a diario por una escritura ininterrumpida, era un privilegio. […] los procedimientos disciplinarios invierten esa relación, rebajan el umbral de la individualidad descriptible y hacen de esta descripción un medio de control y un método de dominación. […] Esta consignación por escrito de las existencias reales no es ya un procedimiento de heroicización; funciona como procedimiento de objetivación y de sometimiento.[2]
Michel Foucault, 1979
En otros tiempos, sólo los adinerados, la nobleza y los santos gozaban del privilegio de que se hablara de su individualidad, se la describiera y documentara para la posteridad, en imágenes y por escrito. Sin embargo, durante el siglo XIX, la mirada individualizadora se posó en quienes estaban en el extremo opuesto de las relaciones de poder: los delincuentes, los locos, los indigentes y los deficientes mentales habrían de ser objeto de gran cantidad de proyectos complicados y llenos de ingenio cuyo fin era documentar la singularidad de esas personas, registrarla y clasificarla, disciplinar la diferencia.[3] Los niños habrían de convertirse en el objeto de estudio predilecto de tales programas de individualización. Los psicólogos habrían de asegurar que ellos sabían cómo disciplinar las singularidades e idiosincrasias de la niñez, individualizando a los niños por medio de la categorización, la medición de sus aptitudes, la inscripción de las peculiaridades de manera sistemática y la administración de la variabilidad en términos conceptuales y su manipulación desde un punto de vista práctico.
Michel Foucault decía que las disciplinas “hacían” a los individuos por medio de procedimientos técnicos bastante simples.[4] En las plazas de armas, las fábricas, las escuelas y los hospitales, se reunía a las personas en masse. Sin embargo, precisamente por eso, se las podía observar como entidades parecidas y diferentes entre sí. En algunos aspectos, esas instituciones funcionaban como un telescopio, microscopio u otro tipo de instrumento científico: establecían un régimen de visualización en el que se distribuía lo observado dentro de un único plano visual. En segundo lugar, tales instituciones funcionaban de acuerdo con una regulación del detalle. Las reglas, sumadas a la evaluación de la conducta, la actitud, etcétera, que implicaban, constituían una grilla para codificar los atributos personales. Funcionaban como normas y, gracias a ellas, las complejidades de la conducta humana, que antes se consideraban aleatorias e impredecibles, se podían graficar, codificar, comparar, clasificar, medir y evaluar en términos de conformidad con las normas o desviación de ellas.
Con la creación de un plano visual y una manera de codificar, se determinó una grilla de percepción para registrar los elementos de la conducta individual.[5] Esos elementos pasaron a ser visibles y cognoscibles: ya no estaban perdidos en el transcurso efímero del espacio, el tiempo, el movimiento y la voz: eran identificables y notables en la medida que cumplieran o no cumplieran con la red de normas que comenzó a invadir todo el espacio de la existencia personal. Así, se organizó el espacio conductual en términos geométricos, lo cual permitió fijar dentro de un espacio sistemático de conocimientos lo que antes se consideraba único por excelencia. En ese proceso de percepción, se normalizó el mundo fenoménico –es decir, se lo pensó en términos de las diferencias y coincidencias que tenía con valores considerados normales– dentro del proceso mismo que tenía como fin hacer que ese mundo fuera visible para la ciencia. Las propiedades de los regímenes disciplinarios cumplieron un papel fundamental en la producción de la persona como individuo cognoscible
De ese modo, el desarrollo de instituciones y técnicas, que exigía coordinar grandes cantidades de personas de manera rentable y procuraba eliminar determinados hábitos, tendencias y principios morales e inculcar otros hizo visible la diferencia entre los que aprendían o no las lecciones de la institución, podían o no podían aprenderlas y querían aprenderlas o no. Tales instituciones funcionaban como máquinas para observar y registrar las diferencias humanas. Ese interés en las diferencias individuales y sus consecuencias se extendió a otras instituciones, especialmente, a las relacionadas con la utilización o el desenvolvimiento de personas de manera eficaz o racional.[6] En los primeros años de este siglo, en los tribunales, en el sistema educativo en vías de desarrollo, en las organizaciones que se ocupaban de los indigentes y el mercado laboral, en el ejército y las fábricas, se plantearon dos clases de problemas que las ciencias psicológicas habrían de retomar. En primer lugar, la necesidad de algún tipo de centro para clasificar personas, donde se evaluara a los individuos y se determinara cuál era el régimen más conveniente para cada uno. Esa necesidad surgió en relación con la delincuencia, los deficientes mentales y los indigentes, y luego se vinculó a proyectos de orientación vocacional y métodos de selección utilizados en las fuerzas armadas. En segundo lugar, la necesidad de asesoramiento sobre los métodos que se podrían usar para organizar bien a los individuos y distribuir tareas eficazmente, con el fin de minimizar los problemas humanos en la industria o la guerra: accidentes industriales, fatiga, insubordinación, etcétera. La consolidación de la psicología como disciplina y su destino social estaban ligados a su capacidad de producir los medios técnicos para individualizar a la gente, un nuevo modo de construir, observar y registrar la subjetividad humana y sus vicisitudes.
En el siglo XIX, junto con los cambios en la organización de los hospicios, las cárceles, los hospitales y las escuelas, se idearon sistemas nuevos para documentar y registrar la información relativa a los presos, los pacientes y los alumnos, entre ellos, expedientes, archivos e historias clínicas.[7] Con esa acumulación y registro rutinarios de información e historiales personales de gran cantidad de individuos, se identifica a cada uno de ellos mediante un legajo compuesto de datos sobre su vida y personalidad, considerados pertinentes según la institución y sus objetivos. El individuo no ingresó al campo del conocimiento por medio de ningún salto abstracto de la imaginación filosófica, sino a través de la rutinaria actividad de la documentación burocrática. Las ciencias de la individualización partieron de esas técnicas rutinarias para registrar datos, las utilizaron y transformaron en dispositivos sistemáticos para inscribir la identidad, técnicas que podían traducir las propiedades, capacidades y energías del alma humana a una forma material: imágenes, tablas, diagramas y mediciones.[8]
El hecho de que las ciencias psicológicas dependan de medios de visualización y técnicas de inscripción no constituye una diferencia fundamental con respecto a las demás ciencias. La ciencia no sólo implica el uso de técnicas para hacer visibles los fenómenos, de modo que puedan conceptualizarse; también necesita dispositivos para representar los fenómenos que debe explicar y que, a su vez, les dan una forma apta para el análisis. Quizás, la única diferencia entre las ciencias psicológicas y las demás ciencias sea el bajo umbral epistemológico. Es decir, la mayoría de las veces, las normas que permiten visualizar e inscribir el objeto de estudio pasan a formar parte del programa científico de percepción, porque ya fueron parte de un programa de regulación social e institucional… y están destinadas a serlo.
La oración, la proposición o descripción en forma de lenguaje, no es el medio principal para inscribir los fenómenos en el discurso científico.[9] Rápidamente, el enunciado de observación expresado en forma lingüística es reemplazado, o al menos acompañado, por huellas de otro tipo: imágenes, gráficos, números. Sin embargo, todas las huellas producidas y elaboradas por la ciencia tienen algunas cualidades características. Bruno Latour las define como móviles inmutables.[10] Independientemente de las dimensiones originales de los sujetos, ya sean salas llenas de niños o cromosomas que no pueden verse a simple vista, las huellas no deben ser ni muy grandes ni muy pequeñas: deben tener el tamaño necesario para que se las pueda inspeccionar, leer y recuperar rápidamente. A diferencia de los sujetos correspondientes, que tienen tres dimensiones y cuya imagen está sujeta a las variaciones de la perspectiva, las inscripciones están convenientemente representadas en dos dimensiones y se pueden acomodar en un mismo campo visual sin que el punto de vista las altere ni las distorsione. Así, pueden colocarse una al lado de la otra, combinarse de distintas maneras e integrarse con materiales, apuntes y registros provenientes de otras fuentes. Las inscripciones deben convertir los fenómenos efímeros en formas estables que puedan examinarse reiteradamente y acumularse a lo largo del tiempo. Muchas veces, los fenómenos no se pueden separar del tiempo y el espacio, por lo que no son convenientes para el trabajo del científico; las inscripciones, en cambio, deben ser fáciles de transportar, de modo que puedan reunirse y utilizarse en laboratorios, clínicas y otros centros para contabilizarlas, someterlas a cálculos y administrarlas.
En las ciencias psicológicas,
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