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Emoción y decisión


Enviado por   •  10 de Agosto de 2018  •  Ensayos  •  11.304 Palabras (46 Páginas)  •  554 Visitas

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Contenido

OBJETIVOS        3

Distinguir la importancia de las emociones a través de la influencia en la toma de decisiones.        3

Identificación de las emociones a través de sus características para integrarlas en la vida diaria        5

INTRODUCCIÓN        8

JUSTIFICACIÓN        9

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA        10

¿QUÉ  SON LAS EMOCIONES Y LA TOMA DE DECISIONES?        11

RECONOCIENDO LAS CARACTERÍSTICAS DE LAS EMOCIONES        13

Lógica de las emociones        13

Las emociones no se pueden ocultar        13

Las emociones siguen patrones        14

Las emociones se contagian        14

Cada emoción tiene un propósito, es la manera en que el inconsciente guía nuestro comportamiento:        14

¿PARA QUÉ NOS SIRVE RECONOCER LAS EMOCIONES?        15

La educación y los sentimientos:        16

Pasión y razón        17

LAS EMOCIONES EN EL CEREBRO        18

El estudio de las emociones        20

INTELIGENCIA EMOCIONAL        24

COMO SE INTEGRAN LAS EMOCIONES EN LA TOMA DE DECISIONES        25

Las funciones ejecutivas        26

Cómo toma decisiones el cerebro adolescente        27

El papel de la dopamina en la toma de decisiones        27

Investigación de Bechara: Resultados a partir del experimento de la tarea de los juegos de azar de Iowa (TJA)        28

Las contribuciones emocionales al aprendizaje pueden ser conscientes o inconscientes, y moldean la conducta futura        29

Una emoción es más eficaz para facilitar el desarrollo del conocimiento cuando es relevante para la tarea que se está llevando a cabo        30

Sin emoción, el aprendizaje se deteriora        30


OBJETIVOS

Distinguir la importancia de las emociones a través de la influencia en la toma de decisiones.

Las decisiones no están controladas, son voluntarias, están debidamente razonadas y seleccionadas.

La razón y la emoción, por separado, se convierten en procesos que pueden perjudicar nuestro futuro por medio de decisiones desacertadas. Somos capaces de valorar una decisión, a pesar de su racionalidad, como inadecuada (“matar a uno para salvar a muchos”). También somos capaces de advertir decisiones inadecuadas por lo exagerado de las razones que las motivan (“no viajar por el miedo a volar”). En definitiva, nos valemos de un equilibrio entre lo racional y lo emocional para decidir de manera correcta, proceso éste que se ha ido conformando gracias a nuestra experiencia vital.
¿Qué es una decisión acertada? Es aquélla que mayor beneficio nos aporta. Pero esta cuestión no siempre está clara.
Cuando nos enamoramos las emociones toman el mando y dirigen nuestras decisiones, y una vez hemos salido de este estado de ensimismamiento nos preguntamos cómo es posible que actuáramos así, sin tener en cuenta más opciones que las que dicta el corazón, incluso desatendiendo los consejos de personas que apreciamos y tenemos en alta estima. Frases populares como “el amor es ciego” nos advierten del poder que las emociones tienen sobre estas cuestiones, pero no ha sido hasta fechas recientes que la emoción se ha considerado un elemento determinante en los procesos racionales.

En el libro “El error de Descartes” (Damasio, 1994), se retoma el caso de Phineas P. Gage, un obrero de ferrocarriles, quien en 1848 estaba trabajando en la construcción de una línea en Vermont, Nueva Inglaterra. Tras una explosión, una barra de hierro le atravesó la mejilla izquierda lesionando la zona frontal de la cabeza. Esta terrible herida afectaba, entre otras, a la corteza orbito frontal. Phineas sobrevivió milagrosamente sin deterioros físicos evidentes, pero su personalidad cambió de manera drástica. Su comportamiento social se desinhibió, y pasó a ser un individuo de dudosa moral. Precisamente las decisiones basadas en juicios morales evidencian de manera muy clara el papel de la emoción dentro del contexto social. En algunos lesionados en la corteza orbito frontal las emociones parecen haber dejado de interactuar correctamente con la razón. Esta región modula el funcionamiento de la amígdala, que es el origen más primitivo de nuestros impulsos y emociones más ingobernables. Estos pacientes pueden explicar las normas sociales, pero no dudan en quebrantarlas si creen poder obtener beneficios.

Lesiones en la corteza orbito frontal causan cambios en la personalidad y normalmente conducen a un patrón de comportamiento desinhibido (por ejemplo lenguaje maleducado en exceso, hipersexulidad, mala interacción social, juego compulsivo, consumo de drogas (incluyendo alcohol y tabaco), y la poca capacidad de empatía, también provoca daño en el olfato general, procesamiento no-verbal, toma de decisiones que impliquen recompensa, asociación nombre-cara, entre otras.

Diversos autores (por ejemplo Adolphs, 2004) proponen que las emociones se pueden controlar, pero esta autorregulación depende de la maduración de la corteza prefrontal, lugar donde se ubica la mencionada corteza orbitofrontal. Esta región madura de manera tardía y en la adolescencia todavía no se habría conformado totalmente, lo que estaría explicando el comportamiento propio de esta etapa de la vida (Oliva, 2007), donde la toma de decisiones es un proceso muy complicado y de especial preocupación para los padres. El proceso de maduración de esta región se basa principalmente en la interacción que el sujeto tiene con su entorno, que se almacena como experiencias que nos permiten afrontar las dificultades futuras.

Pero ¿qué papel juega la emoción en este proceso de aprendizaje, y en concreto a la hora de tomar una decisión? No siempre las opciones están claras, y en este caso, el concepto de Marcador Somático (Damasio, 1994) nos permite, por fin, dar entidad a la emoción como guía de nuestra decisiones. Los marcadores somáticos son sentimientos que pueden presentarse a modo de intuiciones cuando nos sentimos indecisos (por ejemplo, no sabes por qué, pero tienes una “sensación” extraña justo antes de pasar por una calle y decides tomar la siguiente), y que nos ayudan a decidir qué opción será la más beneficiosa para nuestros intereses. Esta intuición se ha generado a partir de situaciones similares acontecidas en el pasado y de su conexión, no siempre de manera consciente, con las consecuencias que nos depararon, y que ahora afloran para “advertirnos” del camino a seguir (quizá hace unos años sufriste un atraco en una calle parecida a esa, pero apenas lo recordabas ya, salvo por la sensación o intuición que te sobrevino justo al verla).
Es tranquilizador pensar que disponemos de un mecanismo que en último término nos “advertirá” de lo que es más adecuado para nosotros. Pero no siempre es fiable esta advertencia, e incluso hay trastornos psiquiátricos en los que se ha desvirtuado tal función hasta el punto de advertirnos de peligros inexistentes, como en fobias y ansiedad. Por suerte, junto a esta intuición siempre hay un proceso racional que nos permite sopesar los pros y los contras, y en esta dualidad es en la que nos movemos a diario, entre lo que dice el corazón y lo que dice la mente. Quizá sea esto lo que hace la vida interesante y lo que convierte al ser humano en dueño de su propio destino, capaz de equivocarse y, aun con todo, seguir adelante y mantener la esperanza.

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