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Estructuras Psiquicas

ricardopiguave24 de Noviembre de 2013

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ESTRUCTURAS NEURÓTICAS HISTERIA, NEUROSIS OBSESIVA Y FOBIA

(“La Virgen, el Héroe y el Dragón”)

Néstor Ricardo Martiarena

La teoría psicoanalítica es fundamentalmente una teoría del conflicto neurótico y de sus modalidades.

Freud solo establecía una distinción cuantitativa entre normalidad y neurosis, y definía la neurosis en tanto conjunto de síntomas, entendiendo por tal a aquellas formaciones del inconsciente que apuntan a la realización de deseos reprimidos, y que proviniendo de lo real, procuran la satisfacción de la pulsión (y del goce, dirá luego Lacan). Es decir, que la pulsión, que es real, intentará satisfacerse a través del síntoma (los síntomas son trastornos conductuales que actúan como defensa contra la angustia, esto es, como mecanismos transaccionales destinados a lograr un beneficio secundario). Satisfacción a la que no se quiere renuncia, que es goce y provoca sufrimiento. Goce que envuelve el síntoma y a cuyo develamiento el análisis debe apuntar.

Para Lacan no existe ninguna posición de “salud mental” que pueda llamarse “normal”. La estructura estadísticamente mayoritaria es la neurosis y esta seria la “normalidad”, en alguna medida. El concepto “neurosis” se referiría a una estructura clínica, más que a un conjunto de síntomas. Este autor ve a la neurosis como una estructura inmodificable (al contrario de Freud, que pretende tomarla como una enfermedad curable). La neurosis es consustancial del mecanismo metonímico propio de la cadena significante. El lenguaje, que permite la comunicación, no reduplica uno a uno lo real y lo simbólico, sino que genera desplazamientos como mecanismo indispensable para decir. La neurosis es, pues, el precio que debe pagarse para ser humano.

En la neurosis el falo simbólico, significante del deseo que está faltando en el lenguaje, es equiparado a la demanda, al pedido vinculado al desamparo (tal cual el grito del bebé).

El neurótico trata de asumir como propio el deseo del otro (por ejemplo, sus doctrinas, su ética) y por eso luego se siente insatisfecho. De esta forma, el objetivo de todo análisis será lograr que el neurótico asuma su propio deseo y deje de apropiarse del deseo del otro. La principal meta del análisis es la modificación de la posición subjetiva del analizante (su “destitución subjetiva”) y un cambio en la posición del analista, su perdida de ser, su caída desde la posición de sujeto supuesto saber, para ser reducido a un simple resto (objeto a). Esto significará inventar qué hacer con el vacío de la propia falta.

“La estructura de una neurosis es esencialmente una pregunta” (Seminario 3, Las Psicosis, Lacan). Y esta pregunta es planteada en función de una modalidad de respuesta determinada.

La pregunta del histérico es “¿Soy un hombre o una mujer?” o más precisamente “¿Qué es una mujer?”. La histeria es el prototipo de sujeto dividido, el deseo desestructurado como insatisfecho. La histeria es el paradigma de la neurosis. La estructura neurótica es fundamentalmente histérica.

Por su lado, el obsesivo cuestiona la contingencia de su propio existir: “¿Ser o no ser?”, esa es su cuestión...

Lacan agrega la fobia como forma de la neurosis, a veces considerándola como síntoma histérico, a veces tomándola como una estructura particular.

En síntesis, toda neurosis implica un modo relativamente fijo, estable, inmóvil de defensa, esto es una escena fantasmatizada que se ocupa de velar la castración, de ocultar la falta del Otro. El fantasma es lo que le permite al sujeto sostener su deseo y sostenerse a sí mismo. El fantasma, la fantasía, juega un papel clave en la construcción discursiva de la realidad, ya que provee a la memoria una escena que se presenta a la imaginación y que dramatiza un deseo inconsciente. Y además de poner en juego lo imaginario, el fantasma manifiesta una lógica simbólica destacándose una vez más la importancia de la estructura significante. El fantasma es una estrategia para abordar el deseo, para sostener el deseo, bajo las condiciones del principio del placer y con el objetivo de gozar lo menos posible. Se dice que funciona como un marco o ventana, que permite ver la escena que se da a ver y que enmascara la visión de la escena primaria. Una ventana que, como tal, no esta hecha para pasar de un lugar a otro (esas son las puertas), sino solo para ver y no caerse, sosteniendo el deseo de ver.

El neurótico convierte, reduce, su fantasma en pulsión, en demanda. El matema S ◊ a se transforma en S ◊ D.

El fantasma fundamental representa la axiomática propia de cada uno. S ◊ a es el punto de partida de lo que cada uno dice y hace, el punto de referencia en función del cual es posible comprender las inversiones dialécticas, en función del cual cada persona tiene un punto de vista que lo identifica.

Cada estructura neurótica emplea el fantasma de un modo particular. Y cada sujeto construye su fantasma con matices personales que lo caracterizan, que lo identifican.

Tres mitos griegos servirán para describir un poco más cada estructura clínica.

Histeria:

Dafne, ninfa hija de Gea la diosa de la tierra, es la personificación de la eterna virgen que atrae y a la vez rechaza a los hombres. Eros, dios del amor, había atravesado con una flecha de oro a Apolo, dios del sol e hijo de Zeus, y Apolo se enamoró profundamente de Dafne. Pero ésta había sido herida, en cambio, por la frialdad de una flecha de plomo. Apolo la persiguió lleno de deseo, mientras ella huía evitándolo, esquivándolo, y rogando por ayuda a su madre Gea. Así, cuando Apolo quiso abrazarla, Dafne se transformó en una planta de laurel. Apolo/Helios/Febo, decepcionado hubo de contentarse con desgajar una rama y lucirla sobre la cabeza como una corona. Según la leyenda el laurel se convirtió en el único de todos los arboles que nunca fue herido por el rayo (este último, símbolo de la fertilización y la vitalidad masculina, del poder sobrenatural de los cielos). El laurel es el símbolo de la paz tras la victoria y de la gloria, planta que purificaba ritualmente la sangre derramada, es decir, la pasión de la materia, la menstruación femenina, el hecho de ser mujer. Apolo debió contener su deseo y contentarse con inhibir la meta de su pulsión sexual, desplazando el fin de la misma, desfasamiento en el cual su actividad fantaseadora habrá insertado elementos representativos alejados del prototipo corporal, en una pura sublimación ...

Dafne, hecha laurel, aún hoy sigue preguntándose qué es ser mujer y sigue sin responderse, sentada sobre una medialuna de plomo, helada, rogando y esquivando al mismo tiempo. Virgen.

En la antigua Grecia se consideraba a la histeria como una enfermedad femenina causada por los movimientos del útero en el cuerpo. La sintomatología clásica de la histeria supone una serie de síntomas físicos (parálisis locales, dolores, anestesias) que se articulan en torno a una “anatomía imaginaria”. Dicha sintomatología debe vincularse a la imago del cuerpo fragmentado, ya que en la histeria la anatomía imaginaria fragmentada se revela “en el nivel orgánico, en las líneas de fragilización que definen la anatomía fantasmática” (El estadio del espejo como formador de la función del yo, en Escritos, Lacan). Así, pues, la histeria se hace patente por la presencia de síntomas esquizoides y espasmódicos.

En tanto estructura, la histeria tiene que ver con la pregunta del sujeto por su posición sexual. Lacan apoya la idea clásica de que la histeria se vincula íntimamente a la feminidad.

La estructura del deseo, como deseo del Otro, del gran otro, aparece en la histeria con claridad. La histérica se apropia del deseo del otro identificándose con él, y solo sostiene el deseo del Otro con la condición de no ser ella el objeto de ese deseo (no soporta ser tomada como objeto del deseo porque eso haría revivir la herida de la castración femenina o privación).

La histeria maneja el fantasma fundamental (S ◊ a), posicionándose en el objeto a (“estoy insatisfecha”, dirá la histérica), apresurándose la sujeto histérica a encontrarse con lo que cree que es su deseo.

Neurosis Obsesiva:

Apolo, hijo de Zeus y de Leto y hermano gemelo de Artemisa, era el dios del sol, de la luz, el día, el bien, los marineros, la medicina, la poesía, las artes, lo bello, los oráculos, la agricultura y los rebaños.

Ya lo conocimos al hablar de Dafne: vimos allí como contuvo su deseo, contentándose con inhibir la meta de su pulsión sexual, desplazando el fin de la misma, desfasamiento en el cual su actividad fantaseadora habrá insertado elementos representativos alejados del prototipo corporal, en una pura sublimación. Lo que los griegos, más poéticos en su expresión, graficaron como un “coronarse con una rama de laurel” purificador. Amar platónico, digno de un dios y un héroe.

Su hazaña más destacada fue la de matar a la serpiente-dragón Pythón, que representaba el instinto primitivo y animal, cuyas fauces se habían tragado las estrellas y el sol, para crear la noche. Apolo tomó entonces la forma de un delfín para llegar al templo donde residía la serpiente y sus sacerdotisas de los oráculos, las pitonisas, lugar que luego se llamaría Delfos y estaría consagrado a Apolo.

Una vez que mató a Pythtón, se purificó con una rama de laurel, medicina que tenía la virtud de purificar tras una contaminación psíquica (nótese el parecido con las historias medievales de caballeros que rescatan doncellas de las cuevas infernales de algún dragón;

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