Max Te Habla
milagros7711 de Diciembre de 2012
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Formado en leyes, Schmitt alcanza notoriedad pública hacia mediados de 1920 durante la República de Weimar. Intelectual con compromiso político, escritor prolífico, investigador, gran lector de Shakespeare y Melville. Muchos lectores afamados trazan paralelos entre Schmitt y Heidegger. Ambos pertenecen a esa generación de alemanes que estuvieron en el momento justo y en el lugar justo para ver y comprender con llamativa precisión las claves de la caída del capitalismo del librecambio. Ambos comparten además su origen provinciano y la temprana adhesión al nazismo.
Sí, Carl Schmitt fue un afiliado del Partido Nacionalsocialista alemán y ocupó un lugar relevante como intelectual y jurista del partido durante los primeros años del gobierno de Hitler y luego, hacia 1937, se aleja de ese espacio de privilegio y se distancia con prudencia del poder. La respuesta afirmativa a la pregunta sobre el nazismo de Schmitt, en realidad no es una pregunta sobre la adhesión partidaria de un ciudadano, sino el carácter monstruoso que el nazismo reviste. Y en ese sentido, para no caer en las simplicidades más fascistas, conviene pensar este vínculo como lo hicieron pensadores insospechados de complicidad como Adorno, Horkheimer o Arendt: trascender el silogismo “nazismo-monstruosidad, ergo, Schmitt-monstruo”, y pensar más bien que el mal es banal, está ahí, vive entre nosotros. Está acá.
El jurista fue juzgado en Nuremberg, preso durante un año, absuelto, arrestado nuevamente, finalmente liberado. En sus testimonios Schmitt es categórico: “En aquel tiempo me sentía superior. Quería dar un sentido propio a la palabra nacionalsocialismo.” “¿Por tanto Hitler tenía un nacionalsocialismo y usted otro distinto?” “Yo me sentía superior”. “¿Superior a Hitler?” “Desde el punto de vista intelectual, infinitamente”. Retirado en su casa de Plettenberg, recibió allí a importantes pensadores contemporáneos, al gran lector de Hegel Alexandre Kojeve y al profesor judío Jacob Taubes.
Lo de Schmitt fue ciertamente una filosofía y teología de lo político, buscaba asegurar la autonomía y la preeminencia de la política, de la decisión política soberana, por sobre el descomunal avance de la lógica económico-técnica, bandera paradigmática del capitalismo liberal. Y la política, desde este punto de vista, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo. Esa capacidad se llama decisión. Y la decisión es política en estado puro, sin contaminaciones morales, económicas o estéticas. Definir quién es el enemigo no sólo es fortalecer la propia posición, sino también entender que no siempre se trata de la guerra. Sí, se trata de la política, esa actividad tan intrínsecamente humana que supone la entrega de la vida. Ni más ni menos.
Probablemente allí habría que buscar una razón para pensar a Schmitt como autor inquietante y provocador en estos tiempos argentinos: sus ideas se ocupan de las cuestiones constituyentes del poder que la política local ha dejado –demasiadas veces–, vacante o en manos de consultores y otros “expertos”. Eso que en lenguaje K. se llama “modelo”, se parece a la construcción de de un pensamiento de Estado, y se inscribe en una tradición fundada mucho antes que por Schmitt, por Maquiavelo o Hobbes. Todo orden jurídico, toda seguridad, descansa sobre la política. Aunque se pretenda negarla, la decisión política sobre la excepción, la distinción amigo-enemigo, es la garantía siempre vigente de la vida normal de los hombres en una sociedad concreta en un momento histórico concreto.
Entonces, ¿es posible pensar vínculos entre el teólogo político alemán Carl Schmitt y Néstor Kirchner? Claro que sí, a pesar de las abismales distancias contextuales. Entre otras múltiples opciones, las siempre complejas relaciones entre una
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