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Mito Del Eterno Retorno

fer_carter3 de Septiembre de 2012

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EL MITO DEL ETERNO RETORNO

CAPÍTULO PRIMERO : ARQUETIPOS Y REPETICIÓN

EL PROBLEMA

En la mentalidad “primitiva” o arcaica, los objetos del mundo exterior, tanto, por lo demás, como los actos humanos propiamente dichos, no tienen valor intrínseco autónomo.

Una piedra será sagrada por el hecho de que su forma acusa una participación en un símbolo determinado, o también porque constituye una hierofanía, manifestación sagrada, posee mana, conmemora un acto mí¬tico, etcétera.

El objeto aparece entonces como un receptáculo de una fuerza extraña que lo diferencia de su medio y le confiere sentido y valor. Esa fuerza puede estar en su substancia o en su forma; transmisi¬ble por medio de hierofanía o de ritual.

Esta roca se hará sagrada porque su propia existencia es una hierofanía: incomprensible, invulnerable, es lo que el hombre no es. Resiste al tiempo, su realidad se ve duplicada por la perennidad. He aquí una piedra de las más vulgares: será convertida en “preciosa”, es decir, se la impregnará de una fuerza mágica o reli¬giosa en virtud de su sola forma simbólica o de su origen: “piedra de rayo”, que se supone caída del cie¬lo; perla, porque viene del fondo del océano. Será sa¬grada porque es morada de los antepasados.

Pasemos ahora a los actos humanos, naturalmen¬te a los que no dependen del puro automatismo; su significación, su valor, no están vinculados a su mag¬nitud física bruta, sino a la calidad que les da el ser reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplo mítico. La nutrición no es una simple opera¬ción fisiológica; renueva una comunión. El casamiento y la orgía colectiva nos remiten a prototipos míticos; se reiteran porque fueron consagrados en el origen, “en aquellos tiempos”, por dioses, “ante-pasados” o héroes.

En el detalle de su comportamiento consciente, el “primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas inauguradas por otros.

Esa repetición consciente de hazañas paradigmáti¬cas determinadas denuncia una ontología original, estudio de lo que hay. El producto bruto de la Naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su realidad, su identi¬dad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente. El acto no obtiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una acción primordial.

LOS MITOS Y LA HISTORIA

Cada uno de los ejemplos citados en el presente capítulo nos revela la misma concepción ontológica “primitiva”; un objeto o un acto no es teoría real más que en la medida en que imita o repite un arquetipo, cosas que existen eternamente en el pensamiento divino.

Así, la realidad se adquiere exclusivamente por repeti¬ción o participación:, todo lo que no tiene un modelo ejemplar está “desprovisto de sentido”, es decir, carece de realidad. Los hombres tendrán, pues, la tendencia a hacerse arquetípicos y paradigmáticos. Esta tendencia puede parecer paradójica, en el sentido de que el hom¬bre de las culturas tradicionales no se reconoce como real sino en la medida en que deja de ser él mismo (para un observador moderno) y se contenta con imitar y repetir los actos de otro.

En otros términos, no se reco¬noce como real, es decir, como “verdaderamente él mismo” sino en la medida en que deja precisamente de serlo. Sería, pues, posible decir que esa ontología “primitiva” tiene una estructura platónica, y Platón podría ser considerado en este caso como el filósofo por exce¬lencia de la “mentalidad primitiva”, o sea como el pensador que consiguió valorar filosóficamente los modos de existencia y de comportamiento de la hu¬manidad arcaica. Evidentemente, la “originalidad” de su genio filosófico no desmerece por ello, pues el gran mérito de Platón sigue siendo su esfuerzo por justifi¬car teóricamente esa visión de la humanidad arcaica, empleando los medios dialécticos que la espiritualidad de su tiempo ponía a su disposición.

Pero nuestro interés no se dirige a ese aspecto de la filosofía platónica; apunta a la ontología arcaica. Reconocer la estructura platónica de esa ontología no nos llevará muy lejos. Mucho más importante es la segunda conclusión que se desprende del análisis de los hechos citados en las páginas precedentes, a saber, la abolición del tiempo por la imitación de los arque¬tipos y por la repetición de las hazañas paradigmáticas.

Un sacrificio, por ejemplo, no sólo reproduce exac¬tamente el sacrificio inicial revelado por un dios ab origine, al principio, sino que sucede en ese mismo momento mítico primordial; en otras palabras: todo sacrificio repite el sacrificio inicial y coincide con él. Todos los sacrificios se cumplen en el mismo instante mítico del Comienzo; por la paradoja del rito, el tiem¬po profano y la duración quedan suspendidos. Y lo mismo ocurre con todas las repeticiones, es decir, con todas las imitaciones de los arquetipos; por esa imita¬ción el hombre es proyectado a la época mítica en que los arquetipos fueron revelados por vez primera.

Percibimos, pues, un segundo aspecto de la ontología primitiva; en la medida en que un acto (o un objeto) adquiere cierta realidad por la repetición de los gestos paradigmáticos, y solamente por eso, hay aboli¬ción implícita del tiempo profano, de la duración, de la “historia”, y el que reproduce el hecho ejemplar se ve así transportado a la época mítica en que sobrevi¬no la revelación de esa acción ejemplar.

La abolición del tiempo profano y la proyección del hombre en el tiempo mítico no se producen natu¬ralmente, sino en los intervalos esenciales, es decir, aquellos en que el hombre es verdaderamente él mis¬mo: en el momento de los rituales o de los actos im-portantes (alimentación, generación, ceremonia, caza, pesca, guerra, etcétera). El resto de su vida se pasa en el tiempo profano y desprovisto de significación: en el “devenir”. Los textos brahmánicos ponen muy cla¬ramente de manifiesto la heterogeneidad de los dos tiempos, el sagrado y el profano, de la modalidad de los dioses ligada a la “inmortalidad” y de la del hom¬bre ligada a la “muerte”. En la medida en que repite el sacrificio arquetípico, el sacrificante en plena ope¬ración ceremonial abandona el mundo profano de los mortales y se incorpora al mundo divino de los in¬mortales. Por lo demás, lo declara en estos términos: “He alcanzado el Cielo, los dioses; ¡me he hecho in¬mortal!

Si entonces bajara sin cierta preparación al mun¬do profano, que abandonó durante el rito, moriría de golpe; por eso son indispensables ciertos ritos de desconsagración para reintegrar al sacrificante al tiem¬po profano. Lo mismo sucede durante la unión sexual ceremonial; el hombre deja de vivir en el tiempo pro¬fano y desprovisto de sentido, puesto que imita a un arquetipo divino.

El pescador melanesio, cuando sale al mar, se convierte en el héroe Aori y se encuentra proyectado en el tiempo mítico, en el momento en que acontece el viaje paradigmático. Así como el es¬pacio profano es abolido por el simbolismo del Cen¬tro que proyecta cualquier templo, palacio o edificio en el mismo punto central del espacio mítico, del mis¬mo modo cualquier acción dotada de sentido llevada a cabo por el hombre arcaico, una acción real cual¬quiera, es decir, una repetición cualquiera de un gesto arquetípico, suspende la duración, excluye el tiempo profano y participa del tiempo mítico.

En el capítulo venidero, cuando examinemos una serie de concepciones paralelas en relación con la re¬generación del tiempo y el simbolismo del Año Nue¬vo, tendremos ocasión de comprobar que esa suspen¬sión del tiempo profano corresponde a una necesidad profunda del hombre arcaico. Comprenderemos en¬tonces la significación de esa necesidad, y veremos en primer término que el hombre de las culturas arcai¬cas soporta difícilmente la “historia” y que se esfuer¬za por anularla en forma periódica. Los hechos que hemos examinado en el presente capítulo adquirirán entonces otras significaciones.

Pero, antes de abordar el problema de la regeneración del tiempo, conviene considerar desde un punto de vista diferente el meca¬nismo de la transformación del hombre en arquetipo mediante la repetición. Examinaremos un caso preci¬so: ¿en qué medida la memoria colectiva conserva el recuerdo de un acontecimiento “histórico”? Hemos visto que el guerrero, sea cual fuere, imita a un “hé¬roe” y trata de acercarse lo más posible a ese modelo arquetípico. Veamos ahora lo que el pueblo recuerda de un personaje histórico cuyos actos están bien ates¬tiguados por documentos. Atacando el problema des¬de este ángulo damos un paso adelante, puesto que ahora se trata de una sociedad a la que, pese a ser “popular”, no se la puede calificar de “primitiva”.

Dejando a un lado las concepciones de la trans¬formación de los muertos en “antepasados” y consi¬derando el hecho de la muerte como una conclusión de la “historia” del individuo, no deja de ser muy na¬tural que el recuerdo post-mortem de esa “historia” sea limitado o, en otros términos, que el recuerdo de las pasiones, de los acontecimientos, de todo lo que se vincula con la individualidad propiamente dicha, cese en un momento dado de la existencia después de la muerte. En cuanto a la objeción

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