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Psicologia Social Kassin cap. 7


Enviado por   •  3 de Agosto de 2023  •  Informes  •  23.771 Palabras (96 Páginas)  •  101 Visitas

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En una tarde de jueves del verano de 2009, unas 200 personas comunes y corrientes, desconocidas entre sí, aparecieron en la Plaza Unión de San Francisco. A las 6:00 p.m. en punto, el improvisado grupo cantó a pleno pulmón la canción de los Beatles “With a Little Help from My Friends”. Ya antes en esa semana, en York, Inglaterra, volaron plumas fuera del bien conocido Museo y Jardines de Yorkshire, cuando aparecieron 500 felices usuarios de Facebook, almohadas en mano, para una lucha de almohadazos en masa que duró cinco minutos. En ambos casos los participantes habían recibido instrucciones por Internet para reunirse de manera voluntaria a una hora y lugar acordados, realizar una acción tonta pero inofensiva y dispersarse rápidamente. Esto ilustra el poder contagioso de la Internet para servir como vehículo de influencia social, otras “multitudes relámpago” se han formado en Nueva York, Roma, París, Ámsterdam, Berlín, Oslo, Melbourne, Budapest, Boston, Chicago, Los Ángeles, Denver, Houston y otras ciudades. En ocasiones las influencias sociales que motivan a las personas no son amenas ni divertidas, sino potencialmente dañinas para su salud. Considere los extraños sucesos ocurridos en una escuela secundaria de Tennessee. Todo comenzó cuando una profesora percibió un olor a gas en su salón de clases y en seguida sintió dolor de cabeza, náuseas, respiración entrecortada y mareos. La noticia se esparció. Pronto, otros reportaron los mismos síntomas y la escuela fue evacuada, con 80 alumnos y 19 miembros del personal internados en una sala de urgencias local. Los exámenes de sangre, orina y otros procedimientos médicos no revelaron nada, ni gases, ni pesticidas, ni ningún tipo de toxina. Lo que arrojó la investigación fue que los alumnos que se sintieron enfermos ese día tuvieron más probabilidad que otros de haber visto u oído de alguien con esos síntomas. Al informar de estos hallazgos en el New England Journal of Medicine, los investigadores concluyeron que los problemas fueron producto de la “enfermedad psicogénica masiva”, una variante profunda, casi contagiosa, de influencia social (Jones et al., 2000). En Outbreak! The Encyclopedia of Extraordinary Social Behavior (¡Estallido! La enciclopedia del comportamiento social extraordinario), Hilary Evans y Robert Bartholomew (2009) observaron que este tipo de incidentes han ocurrido en la historia de la humanidad, haciendo que las personas presenten sarpullido, vómito, tos fuerte, torceduras, movimiento espasmódico de la cabeza, balanceo de brazos, muecas y tartamudeo (Dominus, 2012). Las multitudes y la enfermedad psicogénica masiva ponen de manifiesto el sorprendente poder de la influencia social. Los efectos que las personas tienen entre sí también se pueden apreciar en los eventos humanos cotidianos. Así, los aficionados a los deportes “hacen la ola” alrededor de grandes estadios, entonan cánticos al unísono o gritan “defensa” en una espectacular demostración de armonía. Los productores de televisión insertan risas grabadas en las series cómicas para incrementar la receptividad del espectador. Los políticos pregonan los resultados inflados de sus propias encuestas de opinión pública favorables para atraer a los votantes, en tanto que los cantineros, meseros y meseras colocan dinero en sus recipientes de propinas para que los clientes hagan lo mismo. Como dice el refrán: “Lo que hace el mono, lo hace la mona”. No es necesario ser psicólogo social para saber que la gente influye en la conducta de los demás. Lo difícil es saber cómo y con qué efecto. El término influencia social se refiere a las maneras en que la gente se ve afectada por las presiones reales e imaginarias de los demás (Cialdini y Goldstein, 2004; Kiesler y Kiesler, 1969). Los tipos de influencias que se aplican a un individuo son de diferentes clases y magnitudes. En este capítulo se analizan las influencias sociales que son mecánicas y automáticas; así, se consideran tres formas de influencia que varían en el grado de presión que ejercen sobre un individuo: conformidad, sumisión y obediencia. Como se aprecia en la l figura 7.1, la conformidad, la sumisión y la obediencia no son “tipos” de influencia con diferentes características. En los tres casos, la influencia puede provenir de una persona, un grupo o una institución. Y en todos ellos la conducta en cuestión podría ser constructiva (ayudar a uno mismo o a otros), destructiva (perjudicarse a sí mismo o a otros) o neutra. Una vez más es útil notar que la influencia social varía, como puntos a lo largo de un continuo, según el grado de presión que ejerza sobre el individuo. También es importante observar que no siempre se sucumbe a la presión. La gente podría conformarse o mantener su independencia de otros, cumplir peticiones directas o reaccionar con determinación, obedecer las órdenes de la autoridad u oponerse enérgicamente a los demás en un acto de rebeldía. En este capítulo se examinan los factores que llevan a los individuos a rendirse o resistirse a la influencia social.

Antes de examinar las formas explícitas de influencia social que se muestran en la figura 7.1, por las cuales los individuos eligen o no “dar su consentimiento”, es importante observar que, en su condición de animales sociales, los humanos son vulnerables a gran cantidad de influencias sutiles, casi semejantes a un reflejo. Sin darse cuenta, con frecuencia las personas comienzan a bostezar cuando ven a otra bostezando, o ríen cuando escuchan reír a otros, y gesticulan cuando ven sufrir a otra persona. En un experimento pionero, Stanley Milgram et al., (1969) realizaron una investigación en una concurrida calle de Nueva York, en la que un grupo de cómplices observaba distraídamente hacia una ventana del sexto piso de un edificio cercano. Las grabaciones realizadas desde la ventana mostraron que alrededor de 80% de los transeúntes se detenía y miraba hacia el mismo punto que los cómplices. En varias especies animales se han observado formas rudimentarias de imitación automática; por ejemplo, en pichones, monos, hámsters y peces (Heyes, 2011; Zentall, 2012). Incluso hay evidencia que sugiere que la “cultura” se transmite por medio de imitación en grupos de ballenas, como cuando las ballenas jorobadas que se mueven frente a las costas de Maine se alimentan de peces al azotar el agua con sus aletas, formando así nubes de burbujas que rodean a cardúmenes de peces que son su presa. Este complejo comportamiento fue observado por primera vez en 1981. Para 1989 se pudo medir que fue adoptado por 50% de la población de ballenas de esa región (Rendell y Whitehead, 2001). Similares observaciones en otras especies han llevado a los científicos estudiosos de animales a sugerir que muchos animales no humanos forman y transmiten cultura a generaciones sucesivas (Laland y Galef, 2009). Del mismo modo, ¿los seres humanos se imitan automáticamente entre ellos, sin pensarlo, sin esfuerzo ni conflicto? Al parecer así es. En años recientes, estudios controlados de niños han demostrado que a veces, poco después de su nacimiento, los bebés no sólo miran al rostro a otros (para delicia de los padres de todo el mundo), sino que imitan ademanes sencillos, como el movimiento de cabeza, fruncir los labios y sacar la lengua (Meltzoff y Moore, 1977; Ray y Heyes, 2010). Al estudiar a 162 infantes de entre 6 y 20 meses, Susan Jones (2007) encontró que la imitación se desarrolla en diferentes porcentajes para comportamientos diferentes. Por ejemplo, usó a padres como modelos y encontró que los infantes imitaban abrir mucho la boca, tocar repetidas veces una mesa con los dedos y despedirse a señas antes de dar palmadas con las manos, flexionar los dedos o ponerse las manos en la cabeza. Tal vez no se haya percatado de ello, pero los adultos humanos se imitan siempre unos a otros de manera inconsciente. Para demostrarlo, Tanya Chartrand y John Bargh (1999) pusieron a los participantes a trabajar en una tarea con un compañero: un cómplice que tenía el hábito de frotarse la cara o mover un pie. Las cámaras ocultas que grabaron la interacción revelaron que, sin darse cuenta, los participantes imitaron estas conductas motoras frotándose la cara o sacudiendo un pie para coincidir con la conducta de su compañero. Chartrand y Bargh denominaron a este fenómeno “efecto camaleón”, por la conducta de este reptil que cambia de color para adaptarse a su entorno físico (vea la l figura 7.2). Hay dos razones posibles para este tipo de imitación inconsciente. Chartrand y Bargh conjeturaron que tiene una función social importante, que estar “en sintonía” con su ritmo, postura, gestos, expresiones faciales, tono de voz, acentos, patrones de voz y otras conductas da a la gente la oportunidad de interactuar entre sí con más facilidad. En consecuencia, Chartrand y Bargh (1999) dieron un giro en un segundo estudio, en el cual la instrucción para el cómplice fue que imitara sutilmente los gestos de algunos participantes pero no los de otros. Como se esperaba, a los participantes que fueron imitados el cómplice les agradó más que a quienes no se les emuló. Como demostración adicional de la dimensión social de la imitación, la investigación muestra que las personas imitan más a otras cuando tienen interés en establecer una relación con ellas que cuando no lo tienen (Chartrand y Van Baaren, 2009; Guéguen y Martin, 2009; Huntsinger et al., 2009; Lakin et al., 2008). La imitación social es tan poderosa que puede influir en el individuo aun cuando el imitador no sea una persona real. En un estudio titulado “Camaleones digitales”, Jeremy Bailenson y Nick Yee (2005) introdujeron a estudiantes universitarios, de uno en uno, en un entorno de realidad virtual en el que se encontraron sentados ante una mesa frente a un humanoide que semejaba un personaje de dibujos animados en tercera dimensión. Éste procedió a argumentar que los estudiantes tendrían que estar obligados a llevar tarjetas de identificación en todo momento, con fines de seguridad. En la mitad de las sesiones, los movimientos de cabeza de derecha a izquierda de este interlocutor virtual imitaban perfectamente los movimientos de cabeza del estudiante, con una diferencia de cuatro segundos. En la otra mitad de las sesiones, el interlocutor repitió los movimientos de cabeza de un estudiante grabado con anterioridad. Muy pocos de los estudiantes que fueron imitados se dieron cuenta de ello. Sin embargo, cuando más tarde se les preguntó sobre la experiencia, calificaron como más agradable al personaje virtual y estuvieron más convencidos por su discurso si imitaba sus movimientos de cabeza que si imitaba los del otro participante.

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