Que Es El Hombre
nenedot19 de Febrero de 2012
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¿Qué es el hombre?
Por MARTIN BUBER
FONDO DE CULTURA ECONOMICA
MÉXICO
Primera edición en hebreo. 1942
Primera edición en Inglés, 1948
Primera edición en alemán. 1948
Primera edición en español, 1949
Segunda edición en español. 1950
Tercera edición en español, 1954
Cuarta edición en español, 1960
Quinta edición en español. 1964
Sexta edición en español 1967
Traducción al español;
EUGENIO IMAZ
D. R. © 1949, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Av. de la Universidad 975, México 12, D. F.
Impreso en México
NOTA SOBRE EL LIBRO Y EL AUTOR
Este libro sencillo y profundo —elaboración de un cursillo de verano en la Universidad
Hebrea de Jerusalén, 1938— no es ni mas ni menos que un esbozo de Antropología
filosófica. Su inclusión en nuestra colección de Breviarios estará, pues, justificada de
antemano. Sin embargo, a algunos les podrá extrañar que hayamos escogido un libro de
marcado tono personal. Lo hacemos a posta. No se trata de un autor con afán de
originalidad sino de un hombre largamente preocupado con el tema y para cuyo examen
serenose allega a entablar un diálogo acendrado, pero de incandescente claridad con las
respuestas contemporáneas que más importan. En este sentido, con Heidegger y con Max
Scheler cumplirá, creemos, el cometido importante de que el lector pueda conocer de viva
voz el acento humano de lo que hasta ahora no cató, por lo general, más que en versiones
académicas asépticas o en presentaciones literarias un poco truculentas. Se trata, en los
Breviarios, de “estar al día” lo cual, por lo menos en cuestiones que atañen al hombre,
significa algo más que una almidonada mise au point.
Martin Buber nació en Viena en 1878. Pasó los años de adolescencia en Lemberg, en casa
de su abuelo, Salomón Buber, uno de los dirigentes más destacados del movimiento
racionalista e ilustrador dentro de las comunidades judías de esa región. En este centro
intelectual de la judería europea oriental, Martin Buber pudo pronto entrar en contacto
con los grupos “jasidistas”, de
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inspiración mística, y parece que su pensamiento será respaldado, en definitiva, por estas
dos grandes influencias.
Estudió en las universidades de Viena, Berlín, Leipzig y Zurich, almacenando una
asombrosa información filosófica, artística y literaria. Discípulo de Dilthey, fue amigo de
Max Scheler y conoció de raíz y vivamente los últimos grandes movimientos filosóficos de
Alemania. De aquí que su voz discrepante resulte tan excepcionalmente instructiva.
Además de haber publicado, 1916-1924, la gran revista Der Jude, tradujo al alemán la
Biblia, en colaboración con Franz Rosenzweig, y esta versión se ha hecho famosa por su
belleza y, sobre todo, por una fidelidad al texto verdaderamente revolucionaria. Profesor,
antes de la guerra, de Religión Comparada en la Universidad de Francfort, se vio obligado
a abandonar Alemania en 1938, y ahora explica con brillo extraordinario la cátedra de
Filosofía Social en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Se están traduciendo al inglés todas sus obras y, apenas aparecido el primer volumen (Yo
y tú), sus ideas han comenzado a ejercer una honda influencia. Un novelista de fama, Leo
H. Myess, confesó que la lectura de este libro le hizo cambiar por completo su visión del
mundo y de la vida. Aposentado en una “delgada arista”, porque ni su pensamiento ni su
vida pueden pasearse por las claras alamedas de un sistema cualquiera, Martin Buber
establece el principio “dialógico” —la presencia sustancial del prójimo— como única posibilidad
humana del acceso al Ser. Así se coloca decididamente enfrente del
individualismo in extremis y del colectivismo in excelsis: de la ficción y de la ilusión.
PRIMERA PARTE
TRAYECTORIA DE LA INTERROGACIÓN
I
LAS PREGUNTAS DE KANT
1
SE CUENTA del rabino Bunam de Przysucha, uno de los últimos grandes maestros del
jasidismo, que habló así una vez a sus discípulos: “Pensaba escribir un libro cuyo título
sería Adán, que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no
escribirlo.”
En estas palabras, de timbre tan ingenuo, de un verdadero sabio, se expresa —aunque su
verdadera intención se endereza a algo distinto— toda la historia de la meditación del
hombre sobre el hombre. Sabe éste, desde los primeros tiempos, que él es el objeto más
digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar este objeto como un todo, a
investigar su ser y sentido auténticos. A veces inicia la tarea, pero pronto se ve sobrecogido
y exhausto por toda la problemática de esta ocupación con su propia índole y vuelve atrás
con una tácita resignación, ya sea para estudiar todas las cosas del cielo y de la tierra menos
a sí mismo, ya sea para considerar al hombre como dividido en secciones a cada una de las
cua1es podrá atender en forma menos problemática, menos exigente y menos
comprometedora.
El filósofo Malebranche, el más destacado entre los continuadores franceses de las
investigaciones cartesianas, escribe en el prólogo a su obra capital De la recherche de la
vérité (1674): “Entre
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todas las ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo, no es tal
ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más desarrollada. La
mayoría de los hombres la descuidan por completo y aun entre aquellos que se dan a las
ciencias muy pocos hay que se dediquen a ella, y menos todavía quienes la cultiven con
éxito.” Él mismo plantea en su libro cuestiones tan antropológicas como en qué medida la
vida de los nervios que llegan a los pulmones, al corazón, al estómago, al hígado, participa
en el nacimiento de los errores; pero tampoco ha sido capaz de fundar una teoría de la
esencia del hombre.
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Kant ha sido quien con mayor agudeza ha señalado la tarea propia de una antropología
filosófica. En el Manual que contiene sus cursos de lógica, que no fue editado por él mismo
ni reproduce literalmente los apuntes que le sirvieron de base, pero que sí aprobó
expresamente, distingue una filosofía en el sentido académico y un filosofía en el sentido
cósmico (in sensu cosmico). Caracteriza a ésta como la “ciencia de los fines últimos de la
razón humana”, o como la “ciencia de las máximas supremas del uso de nuestra razón”.
Según él, se puede delimitar el campo de esta filosofía en sentido universal mediante estas
cuatro preguntas: “1.—¿ Qué puedo saber.? 2.—¿Qué debo hacer? 3.—¿Oué me cabe
esperar? 4.—¿Qué es el hombre? A la primera pregunta responde la metafísica, a la
segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología.” Y añade Kant: “En
el fondo, todas estas disciplinas se po-
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drían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la
última.”
Esta formulación kantiana reproduce las mismas cuestiones de las que Kant —en la sección
de su Crítica de la razón pura que lleva por titulo “Del ideal del supremo bien”— dice que
todos los intereses de la razón, lo mismo de la especulativa que de la práctica, confluyen en
ellas. Pero a diferencia de lo que ocurre en la Crítica de la razón pura, reconduce esas tres
cuestiones hacia una cuarta, la de la naturaleza o esencia del hombre, y la adscribe a una
disciplina a la que llama antropología pero que, por ocuparse de las cuestiones
fundamentales del filosofar humano, habrá que entender como antropología filosófica. Ésta
sería, pues, la disciplina filosófica fundamental.
Pero, cosa sorprendente, ni la antropología que publicó el mismo Kant ni las nutridas
lecciones de antropología que fueron publicadas mucho después de su muerte nos ofrecen
nada que se parezca a lo que él exigía de una antropología filosófica. Tanto por su intención
declarada como por todo su contenido ofrecen algo muy diferente: toda una plétora de
preciosas observaciones sobre el conocimiento del hombre, por ejemplo, acerca del
egoísmo, de la sinceridad y la mendacidad, de la fantasía, el don profético, el sueño, las
enfermedades mentales, el ingenio. Pero para nada se ocupa de qué sea el hombre ni toca
seriamente ninguno de los problemas que esa cuestión trae consigo: el lugar especial que al
hombre corresponde en el cosmos, su relación con el destino y con el mundo de las cosas,
su comprensión de sus congéneres, su existencia como ser que sabe que ha de morir, su
actitud en todos los encuentros, ordinarios y extraordinarios, con el misterio, que componen
la trama de su vida. En esa antro-
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pología no entra la totalidad del hombre. Parece como si Kant hubiera tenido reparos en
plantear realmente, filosofando,
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