Relaciones
oscar_zf20 de Mayo de 2013
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La semana pasada escribí varios blogs cortos sobre el amor. Muchos preguntaron cuál era mi postura general sobre el tema. Después de mucho escribir pensé que sí, que quizá me faltó redondear el tema. Por eso estas conclusiones personales, listas para ser refutadas o para ser revisadas por mi misma después.
El otro día, bromeando, dije que muy pronto el mundo sería dominado por las personalidades fronterizas y por los narcisistas. Aunque los diagnósticos en psicoterapia sólo son un mapa y no el territorio, cada vez es más frecuente mi impresión clínica y social de la tendencia a la personalidad fronteriza: dificultad para controlar los impulsos, para tolerar la frustración, incapacidad para integrar lo bueno y lo malo de todas las cosas radicalizando la visión del mundo en blanco o negro, explosiones de ira, llanto o desesperación frente a cualquier pérdida, enamoramientos instantáneos que terminan con la misma rapidez con la que empiezan y una gran dificultad para abandonar relaciones poco amorosas y muy agresivas. Y los narcisistas, rondando por todos lados, incapaces de pensar en los demás, de ponerse en los zapatos de los otros, instalados en un individualismo extremo que los vuelve incapaces de cercanía, amor y empatía. Todos tenemos cierta dosis de fronterizos y de narcisistas. La patología se ubica en el predominio de estos rasgos.
Hay por lo menos dos causas para este fenómeno propio de nuestra época histórica: la posmodernidad como era sociocultural, que exalta fundamentalmente lo individual por encima de lo social. Los lazos afectivos de pareja y familiares se van aflojando ante esta exaltación de la autorrealización personal. Se transfieren las energías libidinales (vitales, sexuales, de creación) a aquellos espacios que nos garanticen la gratificación individual: la carrera profesional, el desarrollo laboral, los premios deportivos, etc.
La segunda causa tiene que ver con lo distintas que son hoy las madres a las de antaño. La inserción de la mujer al mundo del trabajo ha marcado cambios en la crianza que hoy significa mucho menos convivencia, menor contacto, menor tiempo compartido, madres que supervisan todo por el teléfono, muchos más niños en guarderías o en escuelitas a muy temprana edad. La madre de tiempo completo parece especie en peligro de extinción. No hay ninguna nostalgia personal frente a este cambio, aunque sí creo que ha marcado una diferencia en las formas de vivir en familia y que implica un reto mucho mayor consolidar vínculos sólidos con los hijos y con la pareja cuando se tiene o se quiere trabajar fuera de casa.
Los síntomas afectivos de las nuevas generaciones son miedo a la intimidad, a la cercanía y al compromiso. Terror al atrapamiento y al mismo tiempo, anhelo de afecto.
Sexo casi anónimo en muchas personas como una defensa contra la intimidad. Las relaciones casuales en las que se supone nadie sale lastimado pues tan solo se goza el placer sin tener que comprometerse, sin siquiera conocer quién es el otro. Los adolescentes son consumidores compulsivos de experiencias. Se aburren pronto y de todo. Parece que tienen demasiado a su alcance y ya nada los sorprende.
Con todo, hacer pareja sigue siendo el deseo humano de muchos. No se extingue a pesar de los cambios socioculturales, familiares e históricos. Emparejarse, si se hace bien y se construye con bases sólidas, permite contar con una estructura protectora del mundo, al ser querido y protegido por alguien a quien queremos y protegemos.
La gente viene a terapia frecuentemente para entender cómo se está relacionando amorosamente o después de una ruptura amorosa. Así de importante sigue siendo el amor en nuestra narrativa interna.
Muchos se dan cuenta de sus contradicciones. Conscientemente decimos querer ciertas cosas, pero en el plano inconsciente actuamos en contra de estos deseos. La única solución es hacer consciente
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