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Rochadale Y Cooperativismo


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2013  •  3.111 Palabras (13 Páginas)  •  204 Visitas

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Las postrimerías de Chamboard

La triste agonía del magnate que representaba en Francia con mayores títulos el principio monárquico, hase prolongado allende lo natural y ordinario, como si fuera este agonizar de un solo individuo la ingente agonía, que suele preceder al fin y trance último de las instituciones históricas. Por espacio de seis meses el telégrafo ha jugado para decirnos cómo se apagaba y revivía el resplandor de la vida en aquel cuerpo embestido por los asedios de la muerte. Los humores que conservan la existencia y los humores que la corroen y acaban se han dado una batalla sin tregua en aquella complexión sin fuerza y sin salud. Análisis científicos, informes varios, consultas médicas, rogativas solemnes, peregrinaciones religiosas, misereres piadosos, ex-votos y ofertas, cuanto pueden guardar el humano saber y la divina religión se ha interpuesto entre la vida del monarca y los decretos del destino, sin detener un punto los estragos de la enfermedad última, ni derogar por una excepción siquiera la terrible inevitable igualdad reinante, allá en los sombríos dominios de la muerte. Mucho hay de grandioso en esta luctuosa reina de los mortales, cuando sublima cuanto alcanza y toca en el mundo con sus manos descarnadas y siniestras. En los combates diarios de la vida y en los impuros empeños de la realidad, aquella quijotesca alucinación de un cerebro extraviado por las supersticiones de su crianza y por los fantasmas de su herencia, parecía un tanto risible, por contradictoria de suyo con todos nuestros hábitos y todos nuestros principios, dando a la persona viva un aire arqueológico y a la corte suya un aspecto carnavalesco, propio para provocar a risa, pues en la contraposición de la singularidad de una idea o de una costumbre, con las ideas y las costumbres universales, hállase uno de los orígenes del ridículo, cual notamos en el héroe de Cervantes, el más ocasionado a despertar tal afecto, por creerse, a fines del siglo decimosexto, en plena edad feudal y caballeresca. Mas ahora, la inmovilidad y el silencio de un cadáver, los lloros de amantes deudos y servidores fidelísimos, el resplandor de los circos y el rocío de los hisopos, las sombras de los paños fúnebres y el albor de la bandera blanca, las voces de la eternidad y los cánticos de la Iglesia, los misterios todos de la muerte, exhalan tales ideas, que nos parece asistir, no desde nuestro bajo mundo, no, desde la eternidad al ocaso postrimero de una fe secular y al juicio supremo de una edad histórica.

¡Trágicos destinos! La tragedia griega se fundaba en el contraste desgarrador entre la excelsitud del nacimiento y los dolores de la vida o de la muerte, y entre las fuerzas de la libertad individual y los decretos del hado religioso. Por esta razón creían los preceptistas helenos que los héroes de tales obras debían pertenecer a estirpes excelsas, pues sus desgracias se ven desde más lejos, por pasar en las alturas, y sus caídas parecen mayores por desde las alturas desprenderse. Así, en el seno de una república democrática representábanse las tristezas de reyes como Yago, Edipo y Orestes para mover al terror trágico el ánimo de pueblos como Atenas y Corinto. No cabe dudar que la desgracia del fin aparece más terrible cuanto más contrasta con la ventura del comienzo. Quien ha nacido en cuna de rey resulta más infeliz que los demás mortales en mortaja de ahorcado. Quien tiene un Escorial erigido de antiguo para su eterno reposo, seguramente no dormirá en paz dentro de una fosa común, y sus huesos ilustres habrán de removerse al contacto con los huesos plebeyos. Ningún poder humano evitará que se vea más lo más de suyo visible. No resultan Luis XVI y María Antonieta las víctimas de la revolución francesa más interesantes y más puras, a causa de sus errores y de sus faltas; pero, a no dudarlo, resultan las más trágicas, a causa de haberse resbalado desde las tablas de un trono a las tablas de un cadalso. El terror trágico despertado por estos contrastes durará tanto como duren los anales históricos en la memoria humana y las desigualdades varias en la universal naturaleza. El cristianismo mueve a piedad, como ninguna otra religión, porque quien padece allá en el Calvario sed ardorosa, derramó las aguas vivas en los manantiales, y después de haber sido el autor de la vida y de la luz, aceptó las lobregueces del sepulcro y los horrores de la muerte. ¡Cuántas extraordinarias grandezas sonrieron a una en el nacimiento de ese infeliz Príncipe venido a la vida en los templos de la monarquía francesa y muerto en las tristezas de un perdurable destierro!

Como la familia Borbón había tanto menguado tras sus desgracias inenarrables; como príncipes de la sangre, cual Condé, habían muerto en los fosos de una fortaleza, por las balas imperiales atravesados, y delfines de Francia, cual Luis XVII, habían desaparecido de la tierra sin dejar en el suelo rastro de sus huesos, y en la historia reflejos y arreboles de su vida; como Luis XVIII no tenía hijos; como el Duque de Angulema, primogénito de Carlos X, y su descendencia, cediera en salud sus derechos hereditarios al segundogénito, o sea el Duque de Berry, quien acabara en la puerta de un teatro, por un fanático a traición apuñalado; como el vástago surgido de la genealogía de horrores, el infeliz Chambord, parecía venir al mundo para descargar las cóleras celestiales prosperar la dinastía legítima; el natalicio de tan esperado niño, huérfano al nacer y padre ya de todo un pueblo, por heredero de una esplendida corona, produjo universal regocijo en los que, no viendo el curso misterioso de las ideas ni el cambio universal de las instituciones, creían eternos a los reyes restaurados en sus altísimos tronos, tan sólo porque reinaban a despecho de la conciencia humana y contra las corrientes del humano progreso. París entero se conmovió, cuando el cañón de los Inválidos, ahora mudo, y el intercolumnio de las Tullerías, ahora derribado, con sus estentóreas voces aquel y con sus blancas banderas éste, anunciaron al mundo el nacimiento de un Delfín de Francia. Enrique le llamaron como se llamara el glorioso fundador de su dinastía, y además de Enrique, Diosdado, como diciendo que Dios mismo lo diera por un acto de misericordia inefable a la corona de Francia para su prosperidad y su esplendor. Por la iniciativa de unos cuantos realistas abrióse a su favor una suscrición nacional, que produjo lo bastante para comprar y adquirir el histórico palacio de Chambord, con sus parques inmensos, donde Francisco I un día resucitara los esplendores de las artes de Italia y se diera en cuerpo y alma, después de su cautiverio, a los placeres del amor y a los ejercicios de la caza. La poesía misma, que es presentimiento, augurio, anuncio, previsión, adelantó a las realidades, profecía en una

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