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Tipos De Mexicanos

aqdswfeqw6 de Octubre de 2013

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Para declararse mexicano, uno debe serlo más que de nacimiento. No basta haber nacido aquí, ni haberse nacionalizado, o ser hijo de mexicanos. El hijo de extranjeros que nace aquí pero nunca se quedó a vivir su nacionalidad, puede adoptar otras idiosincrasias; el que se nacionaliza, tiene cierta posibilidad de culturalizarse, y con ello, adoptar las tradiciones, vicios y costumbres del país; el que es hijo de mexicanos y lo llevan lejos, hereda de sus padres esto que traemos en el habla, en la cara y en el sentido del humor, y que nos hace diferentes a todos los habitantes de este planeta.

Octavio Paz, en su ensayo “Mascaras mexicanas” presenta sus reflexiones sobre las caretas que él y la mexicana contemporáneos, usamos para ocultar o disimular la pureza de nuestro sentir, pensar, actuar y devenir.

México, país con alma. Pero con un alma atormentada por las tiranías prehispánicas, y el saqueo gachupín. País colorido, rebelde pero agachado; florido pero pisoteado; folklórico pero contaminado: cósmico pero enmascarado; ortodoxo pero permisivo.

Mexicano celoso de su intimidad, rejego a la socialización abierta y confesa. Practicante de un lenguaje tradicional colmado de metáforas, frases populares y albur. La cultura del piropo y el chiste sexista. Las trampas verbales e ingeniosas, combinaciones lingüísticas que confunden y atrapan en una red.

Un modo de habla que estigmatiza, colmado de denominaciones y títulos que reflejan un carácter, en su literatura y su folklor. Donde lo importante es siempre herir al contrario. Ente social que reacciona por su preservación y defensa.

Paz dice que los mexicanos nos apropiamos de formas ajenas, amantes de la desnudez pero con hostilidad y recelo. La frecuencia con la que usamos el sarcasmo, la ironía, la sátira es una insistencia de ocultar mensajes. Y que no obstante, nos jugamos sucio a nosotros mismos, nuestra espontaneidad se venga de la represión.

Mexicanos amantes de la forma cerrada, verdugos de lo que se raja o se abre. Lo vemos en la reproducción artesanal, amante del orden, obediente de ciertos principios. Perseguidor de la estabilidad y la seguridad, servidores de esas máscaras.

Ser mexicano no siempre es un orgullo, tenemos una larga cola varias veces pisoteada. Nos pisoteamos entre nosotros; el mexicano se pisotea a sí mismo. La concepción de la vida es un sufrir, tanto hombres como mujeres jugamos el apremiante juego de “la basurita”: donde nos tiramos para que nos levanten, y si no nos levantan, mejor.

De ese hacernos las víctimas es que toma sentido el “¡ya vine a molestarte, comadrita!”, o el “mesero, lo molesto con un vaso de agua…” el “ya vine a darte lata”, el emplear insultos como pseudónimos o muestras de afecto. Simpatizamos con el otro al jugar a hacer sentir al interlocutor una víctima. En qué problema metemos a los traductores, sobre todo europeos u occidentales, cuando deben subtitular cine mexicano o literatura contemporáneos.

En cuanto a la mujer. Es tema aparte. Ella es una sufrida, imagen indirecta de su señor marido o padre. Objeto sin voz, sin deseos propios, pecadora, sin voluntad. Mujer que espera y desdeña. Piadosa, dura y estricta. De sexo rajado, como dice Octavio Paz, maldito.

Mujeres mexicanas que niegan su sexualidad, su cuerpo. Propicias a cánceres. Vulnerables, generadoras y multiplicadoras de machismo, simpatizantes de la cosificación de nuestros cuerpos. Partidarias de ser lomos depositarios de valores, moldes de otras generaciones de mexicanos enmascarados. Papel protagónico en la epístola matrimonial.

Mujer reproductora de acusaciones y caretas. Reprobación y escándalo familiar ante la mujer cosmopolita que decide no casarse: amasiato; o no tener hijos: machorra. Escándalos que se traducen en verdaderos reclamos de tener incrustadas las máscaras de la tradición, el

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