Tramitación pulsional y cáncer
Milton CardonaMonografía4 de Febrero de 2016
3.589 Palabras (15 Páginas)306 Visitas
TRAMITACION PULSIONAL Y CANCER
El conjunto de enfermedades que comúnmente llamamos cáncer está asociado a una serie de alteraciones de la vida anímica cuyos efectos sobre quien las padece han sido reseñados en numerosos trabajos. Psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas han abordado el asunto, ofreciendo distintas maneras de pensar en lo que a nivel psíquico puede ocurrir con quien presenta esta afección. Algunos estudios ofrecen propuestas que sitúan al cáncer dentro de los fenómenos psicosomáticos. Otros en cambio, orientan la discusión hacia relaciones posibles que pueden sostenerse con categorías tales como duelo, trauma y pulsión. Lo que se observa cuando se revisan estos trabajos es que la discusión sigue abierta en la medida en que se aportan con frecuencia, argumentos que defienden lo disímil.
No es una dificultad que se origine en la diversidad de caminos que se han adoptado; frente al riesgo de convertirse en dogma, la labor investigativa debe tener por presupuesto la diversidad, tanto en lo que se refiere a planteamientos conceptuales como metodológicos. Tampoco en la inexistencia de un consenso general y de unanimidad en las conclusiones. Plantear esto como objetivo, supondría inscribir el problema en el campo de un ideal irrealizable. Lo que a nuestro modo de ver debe ser revisado, es que tanto se acercan las categorías conceptuales empleadas en esos estudios a la experiencia vivida por los pacientes según se observa en sus relatos.
Desde esta perspectiva se hace necesario orientar el trabajo a partir de la descripción de algunas investigaciones y de las nociones con la que han intentado abordar la dinámica que hoy nos cuestiona. Se busca trazar una ruta que permita ubicar un terreno sólido para cuestionar el fenómeno y señalar los obstáculos con los que podría tropezarse en el camino.
En Freud y Lacan no hay artículos puntuales en los que se aborde la manera como el paciente oncológico intenta dar cuenta de su enfermedad. A lo largo de toda su obra, Freud usa la palabra cáncer solo como un dato circunstancial en la anamnesis de dos de sus pacientes. El lugar que el término ocupa allí es el de un estado patológico, sin ninguna significación en el posterior análisis del caso.
Lacan, por su parte, lo emplea en unos pocos artículos pero solo como expresión lingüística. Es así como en De la psicosis paranoica[1] se sirve de él para designar una particularidad del delirio, su carácter de invasivo e incurable, en acerca de la causalidad psíquica[2] lo compara con el orden impositivo de la palabra y en el shintoma[3] señala con él una singularidad inherente al neologismo, a saber, la degradación del sentido. En todas las referencias se observa el empleo del término solo para ejemplificar de manera formal algún aspecto de los fenómenos del lenguaje presentes en la psicosis.
En trabajos recientes se han empleado las nociones de cuerpo, pulsión, duelo y trauma para abordar el asunto desde vertiente que vincula de distintas formas, alteración orgánica y psiquismo. Cabe anotar que el tratamiento recibido por estas categorías no es unánime. Aunque varias propuestas las emplean en su acepción propiamente psicoanalítica, en algunos casos, se les otorga un sentido que las ubica dentro de otros campos, tales como el de la psicología o la psiquiatría.
Una de las propuestas que opera bajo esta orientación es la de Alicia B. Pedro. En su trabajo “Cáncer y psicoanálisis: Marcas de una pérdida inscripta en Lo Real” la autora se pregunta por la causa de la neoplasia y las posibilidades de elaboración alojadas en el duelo. Siguiendo a Bonet y Luchina, quienes proponen que el sistema inmunológico puede verse inhibido por efecto de situaciones estresantes, ella deja indicada la presencia de “situaciones traumáticas” en el origen del cáncer. La tesis de Pedro es que la manera particular (significación individual) como se perciba un factor de este orden será determinante en la modificación de la función inmune. “es la percepción del evento como estresor en el cerebro, lo que es capaz de modificar la función inmune”[4]
Aludiendo al asunto de que no todo el que padece una situación traumática, enferma orgánicamente, B. Pedro se pregunta por la lógica que subyace al trauma. En este punto hace una lectura del trauma desde lo etimológico y como se plantea en Más allá del principio del placer: “una efracción que ocasiona un aflujo excesivo de excitación y anula inmediatamente el principio de placer, obligando al aparato psíquico a realizar una tarea más urgente”[5].
Para Pedro, además del trauma, otro proceso actualizaría la evanescencia del objeto libidinal, se trata del duelo. El duelo en tanto trata de hacer coincidir la hiancia abierta por la pérdida con la hiancia mayor, simbólica, implicaría un reconocimiento de la falta que no se encuentra en el trauma. La autora también propone que la intensa actividad psíquica asociada al duelo tiene por objeto que el sistema de los significantes haga frente a la pérdida. “La manifestación del dolor a través de la palabra libera al cuerpo de la función de expresarlo”[6] En este sentido el trabajo del duelo produciría palabras que liberarían al cuerpo de la función de expresar la pérdida. En el duelo habría un procesamiento del sufrimiento en la medida que permite inscribir simbólicamente la falta, circunscribiendo el dolor y previniendo la inscripción de las pérdidas en el campo de lo real: el cuerpo. Lo que se produce no sería a nivel de los órganos y los tejidos celulares sino por medio de la palabra.
Es preciso anotar aquí que la concepción de trauma con la que Pedro opera es problemática, dado que se circunscribe a un campo límite entre el psicoanálisis y otras disciplinas. La noción de trauma posee distintas significaciones dependiendo del enfoque desde el que se le trabaje. La psiquiatría y la psicología la proponen en relación al impacto generado por un acontecimiento vital cuya intensidad supera las posibilidades de respuesta de una persona. El psicoanálisis lacaniano plantea otro punto de vista: el trauma es uno solo y es originario. Las vivencias traumáticas adquieren ese carácter en tanto son reediciones del trauma originario.
La propuesta de Pedro se aparta de la perspectiva por la que queremos orientarnos cuando propone el asunto del trauma desde una lógica que se acerca mucho a la de la psiquiatría, desconociendo el carácter originario, único del trauma que propone el psicoanálisis. Como consecuencia de esto se deja de lado que el intento por elaborar algo del padecimiento al que se ve avocado un paciente con cáncer es solo reedición de ese trauma inicial. La vertiente de lo pulsional detrás del trauma no es tocada ni siquiera tangencialmente por ella y eso representa una dificultad a la hora de delimitar adecuadamente el concepto
Otro aporte importante proviene del trabajo de Alcira Mariam Alizade quien aborda el asunto desde la categoría de cuerpo en su versión de “unidad psicosomática” en constante cambio que enfrenta la amenaza de “descentramiento”. Ella dibuja al yo como un ente corpóreo con un sentimiento de unidad con porciones visibles e invisibles que estarían expuestas a tres grandes fuerzas generadoras de alegrías y sufrimientos: los embates del tiempo, los accidentes y las enfermedades. La unidad psicosomática según señala, no puede detener los efectos de estos acontecimientos.
Para la autora el narcisismo primario tal como lo intenta extraer del estadio del espejo es aquel en el que se recorta una unicidad corporal y psíquica apoyada en las miradas aprobadoras y desaprobadoras. Ese narcisismo se ubicaría en el origen de un duelo arcaico por medio del cual algo se recorta del ilimitado campo de la libido.
El término duelo mayor es empleado por Alizade para nombrar un trabajo de aflicción que puede ser gradual o súbito y que se hace difícil de asumir en tanto remite a la castración total. El individuo responde a él con angustia, negación o relegándolo al futuro. El duelo de la propia muerte solo se podría elaborar parcialmente, dirá. Siguiendo a O. Rank en lo referido a terapéutica subjetiva de elaboración del duelo, propone la autora un trauma constitutivo universal cuyo precursor es el trauma de nacimiento y que se dirige a la omnipotencia e inmortalidad del yo. Del duelo mayor se iría teniendo noticia según ella, de varias maneras a lo largo de la vida. Su resolución liberaría importantes montantes de energía que favorecen la capacidad de disfrutar de la vida. Los duelos por una parte o función perdida remitirían consciente o inconscientemente al duelo mayor ofreciendo posibilidades de resolución.
La noción de cuerpo con la que trabaja Elizade incluye la vertiente de lo evolutivo y el accidental. El cuerpo pensado como histórico en oposición a evolutivo es así abandonado, lo que podría llevarnos fácilmente a caer en el error de situar en el plano de la vivencia efectiva y no en el inconsciente, el problema que enfrenta el paciente con cáncer.
Llegados a este punto podemos enfocar lo que en ambas autoras se muestra como posibilidad frente al padecimiento: a saber, la elaboración que se consigue gracias al duelo. Como tramitación simbólica de las pérdidas que rememoran la hiancia constitutiva, el duelo se ofrece según ellas como herramienta que puede proveer equilibrio a quien padece de una alteración somática.
...