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Analisis De La Carta A Santiago


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2013  •  2.006 Palabras (9 Páginas)  •  874 Visitas

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Introducción a la Carta de Santiago

LA CARTA de Santiago contiene un llamamiento al cristianismo práctico para todo el que alega tener fe en Cristo. La evidencia indica que el Santiago (o Jacobo, según el Nuevo Testamento, versión de Pablo Besson) que escribió este vigoroso documento cristiano no fue uno de los apóstoles, sino que fue el medio hermano del Señor Jesucristo. (Vea los comentarios sobre el capítulo 1.) Santiago tiene que haber escrito su carta en algún tiempo antes de 62 E.C. En ese año, según el historiador judío Josefo, el sumo sacerdote Anano, un saduceo, fue responsable de que Santiago compareciera ante el Sanedrín y entonces se le diera muerte a pedradas. Algunos doctos creen que el escrito de Santiago tiene fecha de aproximadamente 60 E.C.

Por lo general se concuerda en que la escritura de esta carta se efectuó en Jerusalén. Todo el testimonio bíblico manifiesta que Santiago residía en Jerusalén, que permaneció allí, mientras que los apóstoles se ocuparon en llevar el mensaje del cristianismo a otras partes de la Tierra. Las Escrituras muestran que Santiago era prominente en la congregación de Jerusalén. (Hech. 12:17; 15:13; 21:18; 1 Cor. 15:7; Gál. 1:19; 2:9, 12) Su carta ha sido descrita como una “epístola general” porque no fue dirigida a ninguna congregación o persona en particular, como lo fueron la mayoría de las cartas del apóstol Pablo y Segunda y Tercera de Juan.

Según la información que se desprende de lo que dice la carta, y demás evidencia bíblica, la congregación cristiana estaba firmemente establecida y la doctrina cristiana había sido presentada con claridad. Por todo lo que entonces era el mundo civilizado se habían formado congregaciones, como lo muestran el libro de Hechos y las cartas de Pablo y Pedro. Hasta el saludo de Santiago es una confirmación de esto, pues se dirige a las “doce tribus [del Israel espiritual] que están esparcidas por todas partes.”—Sant. 1:1.

Santiago ataca varios problemas que habían surgido en las congregaciones. Uno que causaba mucha dificultad era el hecho de que algunas personas entendían mal e interpretaban erróneamente la doctrina del don gratuito de la justicia por medio de la fe. (Rom. 5:15-17) Equivocadamente, estos individuos alegaban que el cristiano, por tener fe, no necesitaba obras... que la fe no tenía nada que ver con las obras. Pasaban por alto el hecho de que donde hubiera fe verdadera ésta se exteriorizaría en alguna forma de acción. De ese modo estaban negando que Cristo ‘se hubiera dado por nosotros para librarnos de toda clase de desafuero y limpiar para sí mismo un pueblo peculiarmente suyo, celoso de obras excelentes.’ (Tito 2:14) Santiago contendía con la idea que sostenían algunos cristianos de que para el cristiano bastaba con una fe puramente intelectual. Esto pasaría por alto el que fuera necesario que la fe afectara el corazón, y negaría que la fe tuviera poder para impulsar a la persona a efectuar cambios en su personalidad y en su vida y a hacer cosas para otras personas en una expresión positiva de esa fe. Si sostenían esta idea, aquellos cristianos estaban llegando a ser como las personas de las cuales Pablo dice que tienen ‘una forma de devoción piadosa, mas resultan falsas a su poder.’—2 Tim. 3:5.

No debe entenderse que Santiago haya argüido en contra de la doctrina de justicia “aparte de obras de ley,” una enseñanza que el apóstol Pablo define claramente en los capítulos tres y cuatro de Romanos. (Rom. 3:28) Los comentarios y el consejo de Santiago acerca de la conducta cristiana siempre se basan en “la fe en nuestro Señor Jesucristo.” (Sant. 2:1) De ninguna manera estaba diciendo Santiago que las obras por sí mismas pueden traer salvación. No podemos, propiamente, idear una fórmula ni construir una estructura por medio de la cual podamos forjar nuestra salvación. La fe tiene que estar allí primero. Como claramente lo enfatizó Santiago, las buenas obras vienen espontáneamente del corazón, con el motivo o móvil correcto de ayudar a la gente por amor y compasión. La vida de Jesús es una ilustración de esto. La ley que el cristiano sigue es “la ley de un pueblo libre,” no un código de leyes como la ley mosaica. (Sant. 2:12; Rom. 2:29; 7:6; 2 Cor. 3:6) Es la ley divina que está escrita en el corazón del cristiano.—Jer. 31:33; Heb. 8:10.

Como lo muestra Santiago, ningún cristiano debería juzgar a su hermano o establecer normas humanas como medio de conseguir la salvación, aunque puede estimular a un hermano e incitarlo a obras excelentes; y hasta puede censurar a su hermano en los casos en que hay razón bíblica clara y prueba bíblica para lo que dice. (Sant. 4:11, 12; Gál. 6:1; Heb. 10:24) Las obras correctas, al ejecutarse, deben llevarse a cabo en respuesta a la dirección de la Palabra de Dios. El cristiano verdadero no hace las cosas por repetición mecánica, y no necesita un detallado código de reglas. Tampoco lleva a cabo sus buenas obras sólo para complacer a hombres. Por eso, si alguien tiene una fe genuina, viva, lo razonable es que eso resulte en obras excelentes, entre las cuales estarán el predicar y enseñar las buenas nuevas del Reino. (Mat. 24:14; 28:19, 20) Serán buenas obras que Dios recompensará, porque se ejecutan debido a un corazón devoto. Sin embargo, el que trata de conseguir la justicia por medio de una estructura minuciosamente definida sobre lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, fracasará. Tal “justicia” es de los hombres y no de Dios.

Los judíos cayeron en este lazo. “A causa de ignorar la justicia de Dios pero de procurar establecer la suya propia, no se sujetaron a la justicia de Dios.” (Rom. 10:3) Aquí el apóstol Pablo quiere decir que los judíos trataron de ganarse o conseguir la justicia por obras de ley en vez de echar mano del medio de obtener justicia que Dios provee, Jesucristo. (Rom. 3:21, 22) La forma de adoración de ellos invalidaba la palabra de Dios. (Mat. 15:6, 9) Jesús dijo de los líderes judíos: “Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos mismos ni con el dedo quieren moverlas.”—Mat. 23:4.

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