CATEQUISTA MINISTRO DE LA PALABRA
segundohdzPráctica o problema20 de Noviembre de 2015
4.564 Palabras (19 Páginas)236 Visitas
El catequista y la palabra
Gracias a Dios, cada vez aparece con mayor evidencia la relación que existe entre el Catequista y la Palabra. Es más una relación del ser que del hacer. Desde hace algunas décadas los Catequistas han ido aceptando que no pueden pensar en la tarea catequística sin tener una referencia directa y grande con la Palabra. Más aún, los Catequistas hemos entendido que no puede haber real catequesis, es decir catequesis que toque el corazón creyente de los catequizandos, si primero la Palabra no anima todo nuestro ser. Podemos reconocer, con alegría, cómo la Palabra ha ido entrando en el corazón de los Catequistas y los ha ido educando. Más aún. Gracias a una catequesis centrada, sostenida y alimentada por la Palabra, grandes sectores del Pueblo de Dios viven su fe con mayor sencillez, alegría y libertad, ya que van logrando una fuerte referencia con la Palabra. Podemos, incluso, afirmar que gracias a la fuerza de la Palabra, va creciendo y madurando una clase nueva de cristianos, con real mentalidad bíblica, con buena actitud de discernimiento en la fe, con fuerte capacidad de compromiso. Todo esto está impulsado y sostenido por la Palabra de Dios, que como dice la Carta a los Hebreos, "es viva y eficaz... discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4, 12).
Los siguientes textos que propongo como camino de reflexión catequística.
PRIMER TEXTO:
[pic 1]
El texto nos sitúa en el tiempo de los Jueces. Las autoridades religiosas, el Sacerdote Elí y sus hijos, están muy preocupados por un estilo de relaciones políticoreligiosas con los países vecinos. Se han olvidado de atender al pueblo creyente. Lo han abandonado a su propio caminar. No han sabido ofrecerle el alimento que necesita para crecer en fidelidad a su Dios, Yavé. El autor sagrado utiliza expresiones muy gráficas y fuertes.
Dice por un lado que "la Palabra de Dios era rara". Hay una manera de vivir la Fe sin referencia a la Palabra. Se centra, entonces, en un rito y una práctica que conducen, fácilmente a la "idolatría" del tradicionalismo y del fanatismo. La Palabra de Dios era rara... lo cual no impedía que el lugar de culto y las tradiciones religiosas no estuvieran cuidadas. Pero no se podía superar una práctica religiosa ritualista y vacía de significado.
Dice por otro lado que "no eran frecuentes las visiones" en el Pueblo de Dios. Esto significa que los creyentes no tenían mirada de fe sobre la realidad, que no lograban descubrir la presencia de Yavé en el corazón de lo que vivían, que no tenían criterios de fe para animar y sostener el actuar religioso. ¿Qué habrá querido señalar el autor sagrado al poner en relación "la escasez de la Palabra" con la "falta de visión"? Una comunidad cristiana lleva en su corazón el germen del profetismo, de la visión de fe, del compromiso en la fe. Pero no lo puede descubrir ni asumir mientras la Palabra no anide y arraigue en su interior. De ahí que, para que la renovación de
La Iglesia sea sólida y permanente, es necesario alimentar al Pueblo de Dios con la Palabra. Para ello se necesita "liberar la Palabra", como quería San Pablo (Cf. 2° Timoteo 2,9). De esta manera dejaremos que la Palabra penetre las inteligencias, los corazones y las estructuras. Esto exige, naturalmente, una renovación grande en la Iglesia. Todavía parece estar más atenta al rito que a la Palabra. Esto le pide al Catequista y al Pastor una formación renovada que les permita inaugurar un estilo nuevo de catequesis, de celebración sacramental y de predicación litúrgica.
SEGUNDO TEXTO:
[pic 2]
Pero no debemos contentarnos con cualquier anuncio de la Palabra. En la dinámica de este segundo texto aparecen los tres elementos siguientes:
“La Palabra se hace carne". La Iglesia, en general todas las Religiones, ha tenido dificultad para aceptar la realidad. Con cierta frecuencia a la realidad se la ha camuflado y despreciado. El texto de Juan nos dice que al hacerse hombre, el Hijo Palabra del Padre, lo hace desde la realidad más frágil, pequeña, inferior y expuesta. Nos cuesta aceptar esta manera de proceder. Nuestra mentalidad dualista, incluso maniqueísta, nos lleva a quedarnos con una imagen idealizada de la vida, mientras despreciamos otra real y cotidiana. Jesús ha querido mostrar que éste es el único camino salvador. Los Padres de la Iglesia lo han recalcado repetidas veces:
"lo que no es asumido, no puede ser salvado"
La Catequesis tiene que aceptar que la Palabra se hace carne también en situaciones que, a veces, la "buena conciencia" desprecia, denigra, rechaza. El Catequista tiene que convertirse, permanentemente, a la manera cómo Jesús se sitúa frente a la realidad, a toda realidad: asumirla para amarla, sin rechazarla ni negarla.
"La Palabra habita entre nosotros". Sólo así, mostrando y permitiendo que "la palabra se haga carne", podremos ayudar al pueblo cristiano a descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas y en nuestra historia. Sabemos que mientras no educamos para el encuentro personal con Alguien que está presente, la vida de fe no ofrece garantías ni de seriedad ni de continuidad. Jesús revela la presencia del Amor del Padre en el corazón de lo que se vive. "El Reino ya está en medio de ustedes (Lucas 17, 21). Una "comunidad de la Palabra" se transforma en "comunidad de la presencia". Se deja, entonces, educar por Aquel que está siempre revelándose, llamando, consagrando, enviando y salvando.
"Gracias a la Palabra contemplamos la gloria y la revelación de nuestro Dios". De manera que sólo así, a partir de la aceptación de una Palabra que acepta "encarnarse", estaremos en condiciones de descubrir la Presencia de Dios que nos manifiesta su Gloria, es decir, su amor y su proyecto. Aceptar la encarnación significa cargar con todo el vivir y sus consecuencias. La Palabra nos revela, entonces, que "la Gloria de Dios" se manifiesta en el hombre viviente" (San Ireneo). Esto significa que la atención a la vida de las personas concretas, comenzando por las que tienen la vida amenazada, es lo prioritario en la vida del creyente. Mucho más que la "gloria" de las celebraciones alejadas de la vida y sin conexión con lo que las personas concretas buscan, sufren, gozan, creen, esperan y aman.
TERCER TEXTO:
[pic 3]
Entender así la Palabra y aceptar toda su fuerza conlleva exigencias serias para el Catequista. Como hemos dicho desde el comienzo, la Palabra no puede estar de cualquier manera en la vida y en el actuar del Catequista. Pablo lo señala con claridad:
"Se cree con el corazón". Ésta es una afirmación que no siempre hemos entendido v situado convenientemente en la Catequesis. Demasiadas veces hemos afirmado que "se cree con la cabeza".
De ahí que le hayamos dado más importancia a la memoria mental que a la memoria cordial. Y nos hayamos quedado, con frecuencia, en la simple "recitación del Credo". A éste lo hemos tomado como un compendio de verdades, en lugar de entenderlo y de asumirlo como “puntos de referencias vitales” en los que se manifiesta el obrar amoroso y salvador de nuestro Dios.
"Se confiesa la fe con la boca". Para ser auténtica y fiel, la expresión de la fe tiene que brotar de un corazón creyente. Tiene que ser, también, expresión suficientemente clara para que los que escuchan entiendan que se trata de una palabra testimonial y se sientan llevados a adherir a ella.
Todo esto pone de manifiesto, por un lado, que el Catequista es, realmente, "hombre, mujer de la palabra". El Catequista "acoge la Palabra" (1 Tesal. 1,6), la interioriza como María (Lucas 2, 19) y se deja educar por ella.
Y por el otro lado, queda claro que la tarea prioritaria del Catequista es anunciar la Palabra, presentarla con fuerza y suavidad a un tiempo, como Palabra de Dios para los hombres de una cultura determinada. En boca del Catequista la Palabra es fermento que da el sentido de Cristo a lo que se experimenta; es sal de la Sabiduría que da gusto y sabor a lo que se vive. En una palabra, el Catequista se arma "con la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios..." (Efesios, 17).
El catequista, ¿ministro de la palabra?
"Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en Él? ¿Y cómo creer en Él sin haber oído hablar de Él? ¿Y cómo oír hablar de Él si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!" (Romanos 10, 1415).
No nos cansaremos de afirmar que "el Catequista es hombre o mujer de la Palabra" desde que se abre a ella y la acoge, la Palabra lo habita. La Palabra lo conduce. La Palabra lo educa. La Palabra lo sostiene. Esta afirmación se apoya en otra que la precede: "El Catequista es persona de fe". "El justo vive de la fe", decía Pablo (Romanos 1, 17; Gálatas 3, 11) retomando la expresión del Profeta (Habacuc 2, 4). Luego, la Iglesia primitiva la haría suya (Hebreos 10, 38).
...