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Cinco Visiones Del Diálogo Interreligioso


Enviado por   •  19 de Junio de 2013  •  5.264 Palabras (22 Páginas)  •  321 Visitas

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1. DOSTOIEVSKI, Fiódor: «El Gran Inquisidor» en Los hermanos Karamázov

—¿Cuál es desde tu punto de vista la religiosidad del autor? ¿Por qué?

La durísima crítica a la institución religiosa, ya sea a la Iglesia católica o a la ortodoxa —como deja claro la protesta ineficaz de Aliosha al tratar de atribuir el ataque de su hermano Iván sólo a Roma y en especial a la Compañía de Jesús—, sitúa el sentimiento religioso de Dostoievski afín al anarquismo cristiano, que entiende que la verticalidad y el principio de autoridad que ejercen estas instituciones sólo genera su corrupción espiritual y moral. Pero el autor no se posiciona claramente desde el anarquismo cristiano sino que, como caracteriza a toda mente lúcida, desarrolla la cuestión a lo largo de todo el capítulo no dándole solución, sino antes bien problematizándola con mayor profundidad.

El problema parte del momento en que la Iglesia se erige como portadora exclusiva de la palabra de Dios —«Él no tiene derecho a añadir nada a lo que dijo antes»— e impide la libre interpretación de los textos sagrados. No es, por ello, casual que el poema de Iván se encuadre en la España contrarreformista del siglo XVI —entendemos que en su segunda mitad—, que cierra la puerta al erasmismo por identificarlo con la Reforma que escindirá el seno de la Iglesia con ríos de tinta y sangre. El erasmismo pretendió regresar al cristianismo primitivo mediante la lectura no dogmatizada de los Evangelios y recibió una rotunda negativa al radicalizarse de la mano de los principales líderes de la Reforma protestante, anulando así la posibilidad de un punto intermedio.

Así pues, Dostoievski regresa a la cuestión articulándola en torno a la dicotomía libertad-felicidad. La defensa que hace de sí el Gran Inquisidor consiste, precisamente, en que su amor a la humanidad —a la mezquina, débil y pecadora humanidad— supera al amor a Dios que tuvo en un inicio y lo entrega al diablo, dado que el amor de Dios se tradujo en una libertad de elección que sólo hizo infeliz —así lo argumenta el Inquisidor— al hombre. La libertad y el librepensamiento se equiparan en manos de Dostoievski a la posibilidad de errar y, bajo la óptica pesimista del Inquisidor, al error, caos y destrucción de facto.

La felicidad, por su parte, es equiparada a la resolución de las dos necesidades fundamentales del ser humano: el hambre —como metonimia del sustento material— y la tranquilidad de conciencia. La primera se garantiza, defiende el Inquisidor, por el poder temporal de la Iglesia, ya que la premisa de una religión, un estado, es la vía más segura de alcanzar la paz duradera. La segunda tiene una resolución más compleja, pero pasa por la entrega de la libertad de elección de los hombres a la institución religiosa, desplazando así su responsabilidad y por tanto su culpa, aunque también su salvación. La Iglesia mantuvo los misterios del cristianismo y se reservó la posibilidad de resolverlos con el fin de mantener en la ignorancia al hombre, lo que le limitaría a su estado infantil y lo preservaría en la inocencia. Aquellos que, sabiéndolo, guardaron silencio, serían los sacrificados depositarios del pecado universal —y en este punto de la argumentación se observa la inteligencia de Dostoievski, que ha convertido al Inquisidor en otro Cristo, en un Cristo negro que lleva su propia cruz y asume los pecados del hombre—, a cambio del dominio material y moral de sus fieles:

Nosotros montaremos sobre la bestia y elevaremos hacia el cielo una copa en la que habremos escrito: “¡Misterio!” Entonces, y sólo entonces, llegará para la gente el reino de la paz y de la felicidad. […] Ellos mismos se convencerán de que tenemos razón, pues recordarán los horrores de la esclavitud y la angustia a que los ha llevado tu libertad.

—¿Qué te parece la crítica a la religiosidad que hay en el texto? ¿Cómo la valoras?

En primer lugar, sienta uno afinidad o no con la crítica que realiza Dostoievski es innegable que su tratamiento del problema no es ni dogmático ni asertivo, puesto que si su posición respecto a la exclusividad de la Iglesia en la interpretación de la palabra divina queda clara a lo largo del capítulo, no por ello reduce al Inquisidor a un hombre ambicioso y sediento de poder, sino que le da una legitimación moral que, sea correcta o no, lo ensalza.

Dicho esto, creemos —y así se podrá ver a lo largo del comentario del resto de textos— que la religión ha de ser también un frente de batalla contra la injusticia social, un pie de apoyo desde el que reflexionar críticamente la realidad humana y actuar en consecuencia. Para esto no es necesario derribar la institución religiosa, como parece proponer el autor, pero sí posibilitar —mejor aún, fomentar— dentro de ella el debate y la mirada crítica no sólo sobre los problemas que se avengan en el devenir histórico, sino también sobre las mismas Escrituras. La diversidad de lecturas y su confrontación pacífica no ha de entenderse como una amenaza para la supervivencia de la Iglesia, sino más bien como un muro de carga sobre el que se sostendrá el edificio espiritual del ser humano, puesto que, como propuso Kierkegaard, la duda es el mejor cimiento de una creencia firme y —añadiremos— de una religiosidad honesta.

2. DIÈNE, Doudou: «Mundialización y religión: una apuesta por el diálogo religioso» en VIDAL BENEYTO, José (dir.): Hacia una sociedad civil global

—¿Qué ideas respecto al diálogo interreligioso sostiene el autor?

En un marco en el que el pensamiento materialista, laico y liberal no sólo es el hegemónico sino que lucha por mantener su hegemonía en el proceso de globalización o mundialización, de manera que la expansión del mercado a niveles supranacionales conlleve la implantación de un único modelo económico, cultural y religioso —el de los países del Norte—, el jurista senegalés Diène trata de pensar la multiculturalidad y el diálogo interreligioso en condiciones de igualdad.

Comienza para esto con una reivindicación de la religión, cuya defensa ha sido relegada por el pensamiento laico occidental a una «regresión antimoderna y antilaica» en el mejor de los casos obviando su capacidad de ofrecer respuesta, por un lado, a la búsqueda cada vez mayor de una identidad propia por parte de los individuos y de los grupos sociales; por otro lado, a la lucha por un modelo político autónomo en el proceso de mundialización, que tiende a suprimir las diferencias nacionales, culturales, étnicas e individuales, así como a degradar los valores espirituales, en

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