Como Acercarse A Dios
joblopez12 de Octubre de 2011
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¿CÓMO ACERCARSE A DIOS?
HORATIOUS BOMAR
INDICE
I. ¿Cómo acercarse a Dios?
II. ¿Cuál es mi esperanza?
III. En mi lugar
IV. “Después de mucho tiempo”
V. “No puedo soltarla”
VI. ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?
VII. “El mundo pasará”
VIII. ¿Qué pasaría si estas cosas fueran verdad?
IX. Las edades de la vida futura
I
¿CÓMO ACERCARSE A DIOS?
Hemos de ir a Dios con nuestros pecados, por¬que no tenemos nada más que llevar con noso¬tros, que podamos decir que sea nuestro. Ésta es una de las lecciones que más nos cuesta apren¬der; con todo, si no la aprendemos no podemos dar un paso correcto en lo que llamamos una vida religiosa.
El buscar algo bueno en nuestra vida pasada, o el hacer algo bueno ahora, si vemos que el pa¬sado no contiene nada que sea bueno, es la pri¬mera idea que tenemos cuando empezamos a inquirir acerca de Dios, con miras a resolver las diferencias que hay entre nosotros y Él en cuan¬to al perdón de nuestros pecados.
«En su favor hay la vida»; y el estar sin este favor es ser desgraciado aquí, y ser excluidos del gozo del más allá. No hay vida digna de este nombre de no ser la que fluye de su amistad se¬gura. Sin esta amistad, nuestra vida aquí es una carga penosa; pero con esta amistad no tememos ningún mal, y toda aflicción se transforma en gozo.
« ¿Cómo voy a ser feliz?» fue la pregunta de un alma atribulada que había probado cien maneras diferentes para llegar a la dicha y había fallado en todas.
«Asegúrate del favor de Dios», fue la respuesta inmediata de uno que había probado, él mismo, que «el Señor es bueno».
« ¿No hay ningún otro modo de ser dichoso?» «Ninguno, ninguno», volvió a contestar decidido el otro. «El hombre ha estado intentando seguir otros caminos para conseguirlo desde hace miles de años, y ha fallado completamente; ¿y tú, esperas conseguirlo?»
«No, no; no quiero seguir haciendo pruebas. Pero este favor de Dios me parece una cosa muy nebulosa; Dios está muy lejos, y no sé por dónde ir para llegar a Él.»
«El favor de Dios no es nebuloso ni es ninguna sombra; es mucho más real que las realidades que te rodean; y Él mismo está más cerca de ti que los objetos más cercanos, y su gracia no es menos segura que cercana.»
«Este favor de que me hablas, siempre me ha parecido algo intangible, algo que se me escapa de los dedos.»
«Di más bien que es como el sol, y que, la nube de que hablas, te lo esconde.»
«Sí, sí, creo lo que dices; pero ¿cómo voy a penetrar en esta nube y llegar al sol que hay detrás? ¡Parece muy difícil y requiere mucho tiempo!»
«Tú eres el que hace distante y difícil lo que Dios ha hecho simple, fácil y cercano.»
« ¿No hay dificultades? ¿Esto es lo que quiere decir?»
«En un sentido, las hay a miles; en otro, no hay ninguna.»
« ¿Qué quieres decir?»
« ¿Puso el Hijo de Dios alguna dificultad al ca¬mino del pecador cuando dijo a la multitud:
«Venid, a mí, y os haré descansar?»
«No, eso no; lo que quería decir era que todos fueran al instante a Él, allí donde estaba, y don¬de estaban ellos, y que Él les haría descansar.»
« ¿Si hubieras estado en aquel lugar, qué difi¬cultades habrías hallado?»
«Ninguna, claro; el hablar de dificultad estan¬do al lado del Hijo de Dios, habría sido una necedad, o peor.»
« ¿Sugirió el Hijo de Dios alguna dificultad para el pecador cuando Él estaba sentado junto al pozo de Jacob, al lado de la Samaritana? ¿No fue prevista o eliminada toda dificultad con estas maravillosas palabras de Cristo: "Lo que pidáis, esto os daré?"»
«Sí, sin duda; el pedir y el dar es todo lo que se menciona. Todo el negocio se termina aquí. El tiempo, el espacio; la distancia y la dificul¬tad, no tienen nada que ver con el asunto; el dar iba a seguir al pedir como una cosa natural. Hasta aquí todo está claro. Pero quisiera pre¬guntar: ¿No hay obstáculos ni barreras aquí?»
«Ninguna en absoluto, si el Hijo de Dios vino realmente a salvar a los pecadores; si hubiera venido sólo para aquellos que estaban perdido en parte, o que se podían salvar a sí mismos en parte, la barrera sería infinita. Esto lo admito; es más, insisto en ello.»
«El hecho de estar perdido, pues, ¿no es nin¬guna barrera para poder ser salvo?»
«Esta pregunta es una pregunta sin sentido y la respuesta ha de ser una analogía. Si tienes sed, ¿va a ser esto un obstáculo para poder aceptar el regalo de un amigo?»
«Es verdad; es la sed lo que me hace apto para el agua, y mi pobreza, para el regalo.»
«Claro, el Hijo del hombre no vino para lla¬mar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores. ¡Si no eres del todo pecador, enton¬ces aquí hay un obstáculo; pero, si lo eres del todo, entonces no hay ninguno!»
« ¿Pecador del todo, completamente? ¿Éste es mi carácter?»
«No lo pongas en duda. Si dudas ve y busca en la Biblia. El testimonio de Dios es que eres del todo un pecador, y los tratos que tengas con El han de ser como tal; y los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.»
«¡Totalmente pecador, bien!; pero ¿no he de quitarme algunos de los pecados antes de que pueda esperar bendición alguna de Él?»
«En modo alguno; sólo Él puede quitar de ti pecado alguno, aunque sea uno sólo; y tú tienes que acudir a Él con todo lo que tienes de peca¬minoso, por mucho que sea. Si tú no fueras del todo un pecador, no necesitarías totalmente a Cristo, porque Él es un Salvador completo; Él no te ayuda a ti a salvarte, ni tú le ayudas a Él a que te salve. Él se hace cargo de todo o de nada. Una salvación a medias sólo tiene interés para los que no están completamente perdidos. «Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero» (1 P. 2:24).
Cuando Lutero halló su camino a la paz y li¬bertad de Cristo, se hallaba en una situación semejante a la descrita anteriormente. La historia de su liberación es instructiva, ya que muestra cómo las piedras de tropiezo de la justicia pro¬pia son quitados por la exhibición plena del evangelio en su calidad de gratuito, como bue-nas nuevas del amor de Dios a los que no aman ni pueden ser amados, las buenas nuevas de perdón para el pecador; sin méritos y sin dine¬ro, las buenas nuevas de la PAZ CON DIOS, sólo por medio de la propiciación de Aquel que hizo paz por medio de la sangre de su cruz.
Una de las primeras dificultades de Lutero fue que él creía que tenía que efectuar el arrepentimiento él mismo; y una vez realizado, ha¬bía de llevar este arrepentimiento como una ofrenda de paz o como una recomendación a Dios. Si este arrepentimiento no podía ser presentado como una recomendación positiva, por lo menos podía ser alegado como atenuante para el castigo.
« ¿Cómo puedo creer en el favor de Dios —se decía— en tanto que no hay en mí una conver¬sión real? Tengo que ser cambiado antes que Él pueda recibirme.»
La respuesta que se le dio fue la «conversión», o «arrepentimiento que tanto procuraba, no puede tener lugar en tanto que se considera a Dios como un Juez estricto y distante. Es la bondad de Dios que nos lleva al arrepentimien¬to (Ro. 2:4), y sin reconocimiento de esta «bon¬dad», no hay modo de que se ablande el cora-zón. Un pecador impenitente es el que desecha las riquezas de su bondad y paciencia, y longa¬nimidad.
El consejero experimentado de Lutero le dice de modo simple y claro que tiene que poner de lado todas las penitencias y mortificaciones, y todos los preparativos de justicia propia que le procuren o le compren el favor divino.
Esta voz, nos dice Lutero de modo conmove¬dor, le pareció como si viniera del cielo: «Todo arrepentimiento verdadero empieza con el co¬nocimiento del amor perdonador de Dios.»
Cuando está escuchando se hace la luz, y le llena un gozo hasta entonces desconocido. ¡No hay nada entre él y Dios! ¡Nada entre él y el per¬dón! ¡No hay bondad preliminar ni sentimientos preparatorios! Aprende la lección del apóstol: «Cristo murió por los impíos» (Ro. 5:6). «Dios justifica al impío» (Ro. 4:5). Todo el mal que hay en él no puede impedir esta justificación; y toda la bondad que pudiera haber en él (si la hubiera), no le puede ayudar a obtenerla. Tiene que ser recibido como pecador, o no puede ser recibido. El perdón que se le ofrece reconoce sólo su culpa; y la salvación que se le proporcio¬na en la cruz de Cristo, le considera simplemen¬te como perdido.
Pero el sentimiento de culpa es demasiado profundo para ser aquietado con facilidad. El temor regresa, y una vez más va a su anciano consejero clamando: «¡OH, mi pecado, mi peca¬do!» como si el mensaje de perdón que había re¬cibido recientemente fueran nuevas demasiado buenas para ser verdaderas, y como si pecados como los suyos, no pudieran ser perdonados de un modo tan fácil y simple.
« ¿Cómo? ¿Quieres decirme que sólo haces ver que eres un pecador, y que por tanto sólo necesitas a un Salvador que pretenda serlo?»
Así le contestó su venerable amigo y luego añadió solemnemente: «Sabe que Jesucristo es el Salvador de pecadores grandes y reales, que no merecen sino la peor condenación.»
«Pero ¿no es Dios soberano en su amor electi¬vo? —dice Lutero— quizá yo no soy uno de los escogidos.»
«Mira
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